El versátil y trascendental artista (Londres, 1947 – Nueva York, 2016) hoy brilla en las galaxias que cantó. Foto: AFP.
Una particularidad venida desde el espacio para encandilar -supernova de la reinvención- con sus fábulas de rock & roll y baile. Camaleón que mutó finalmente en una de esas estrellas por donde trashumaba su inventiva. David Bowie se ha ido, tras 18 meses de un cáncer experimentado con estoicismo (¿diálogo íntimo con la muerte?).
Así, la odisea sideral de tantos que lo escuchamos no tiene mañana… Aunque ‘David Bowie is Forever’. La noticia ha llegado entre sueños. ¿Cómo? Si hace menos de una semana el mundo aplaudía otra vez su genialidad de frente a Lazarus, de frente a lo que es ‘Blackstar’, donde hay quienes han visto el anticipo sombrío de su partida, entre letras que se preguntan “¿cuántas veces puede caer un ángel?”.
Las reacciones ante el deceso aceleraron los giros del planeta. La devoción a Bowie, transfigurado en sus heterónimos y en sus cientos de rostros, trascendió la poética de su música y el terciopelo sublime. Hubo viejas olas y habrá nuevas, pero siempre Bowie, los muchos que fue; el de los años de la cocaína o el de Berlín, el ‘rebelde, rebelde’, Duque Blanco, Ziggy Stardust, Major Tom, Aladdin Sane.
‘David Bowie is Forever’: ya lo veamos manejando un camión lleno de dinamita en la (anti)novela que es ‘Heroes’, de Ray Loriga; o como banda sonora para sentir la noche y el viento mientras esa canción nos vuelve infinitos.
Changes, Let’s Dance, Ashes to Ashes, Modern Love, ahí y en otras melodías está trazado el mapa para descifrar la próxima parada de esta odisea, que Bowie, peculiaridad del arte, el tiempo y el espacio, capitaneó.