Su respiración a ratos se acelera. Se le dificulta respirar y debe hacer una pausa para seguir el diálogo.
Un ligero movimiento de su cuerpo le resulta incómodo. Así que deja reposar su peso de 486 libras en un viejo butacón, ubicado bajo un cuadro de Jesús, que lo mira con misericordia en la sala de su casa.
Carlos Morales tiene 54 años y padece obesidad mórbida. En el mundo, más de 1 de cada 10 adultos la desarrollan, como alertó la Organización Mundial de la Salud (OMS).
A los 21, este padre de cinco hijos y abuelo comenzó a ganar peso sin control, hasta que en el año 2000 la obesidad lo obligó a dejar su empleo. Este administrador comercial y técnico de comercio exterior de profesión fue gerente de una cooperativa de ahorro y crédito y desde 1988 trabajó como corredor de bienes raíces.
Ahora pasa casi todo el día aferrado a ese sillón, frente a una computadora que se ha convertido en su distracción después del televisor. “Ya me había adaptado al sobrepeso… Hasta que llegaron las complicaciones”, confiesa. Sus lentes reposan sobre su abultado abdomen; se mueven al vaivén de su respiración entrecortada.
En obesidad, el índice de masa corporal (IMC) es un indicador que ayuda a determinar cada caso, al medir la relación entre peso y talla. Un IMC superior a 30 es un mal síntoma. Carlos llegó a 84.
La mañana del 1 de junio del 2013 sentía que se asfixiaba y tuvo que acudir de urgencia al Hospital Abel Gilbert Pontón, en el suburbio de Guayaquil. Fue cuando comenzó a experimentar las consecuencias.
No encontraban un auto a su medida para trasladarlo, las ambulancias resultaron angostas y ni un carro de los bomberos pudo. Una vez solucionado ese obstáculo, necesitaron movilizar también su mueble para llevarlo de un consultorio a otro. Con la ayuda de un montacargas logró llegar al cardiólogo, al endocrinólogo, al nutricionista, al fisiatra… En ese tiempo pesaba 547 libras; los doctores lo descubrieron cuando pidieron una balanza a una empresa de reciclaje, porque en el hospital no había una que lo soportara, ni sillas de ruedas. Para evitar esas complicaciones, hace cinco años usó la Internet en busca de ayuda. “Como mato el tiempo aquí en la computadora, me puse en contacto con el médico que le hizo la cirugía bariátrica a Maradona. Me pasó un test sobre mi estilo de vida y le envié exámenes. Pero me dijo que no era un buen candidato”. La razón fue su diagnóstico. Carlos tiene hipotiroidismo -que afecta al 10% de la población mundial-, una alteración de la glándula tiroides que frena la producción de hormonas y que puede derivar en obesidad. Hace pocos meses lo detectaron, pese a que continuamente se realizaba pruebas.
El síndrome metabólico también lo afecta; su organismo es muy lento para asimilar alimentos, por muy pequeñas que sean las porciones. Ahora corre el riesgo de problemas cardíacos y de las articulaciones. Según la OMS, el 44% de las personas con obesidad puede desarrollar diabetes y un 23% cardiopatías.
Con detenimiento, Carlos hurga en su computador hasta hallar una fotografía anterior a junio del 2013. Está postrado en una cama y su rostro se pierde por la gordura. Ahora, el reflejo en el espejo de la sala es su testigo. Y él lo siente.
Un equipo médico del Abel Gilbert llega a su casa para un chequeo rutinario. “No puedo estar en pie más de un minuto”, por el intenso dolor en sus músculos y articulaciones.
Pasar la cinta métrica alrededor de su abdomen -son dos cintas unidas- es un trabajo de dos. Pero el resultado es alentador: 173 de cintura, 10 centímetros menos que en diciembre.
Aunque todavía le resta perder otras 200 libras para mejorar su salud.