Nicolás Svistoonoff trabajando en su estudio, ubicado en Quito, en octubre de 1984. Archivo / ElComercio
En las semanas antes de su muerte, Nicolás Svistoonoff (Shanghái, 1945-Quito, 2014) había desarrollado una rutina que fascinaba a todos quienes se conectaban con él a través de Facebook.
Temprano en la mañana, mucho antes de que la capital encienda sus motores, el artista cargaba fotos del paisaje montañoso de la ciudad que hace 61 años lo había acogido como uno de sus habitantes.
Este era el abrebocas de una serie de publicaciones en las que, a lo largo del día, daba a conocer detalles de la historia del Ecuador, o en las que hablaba del acervo ruso que había recibido por herencia.
Él era un apasionado por este tipo de cosas. Un coleccionista que no guardaba para sí todo lo que había descubierto entre archivos públicos y privados. Su activismo virtual, que consistía en permitir el acceso de las personas a la información cultural, lo llevó a crear un perfil en Facebook con no menos de 2 000 imágenes, en las que se puede ver al Quito de antaño, las costumbres de las sociedades coloniales, o la flora y fauna del país, entre otras cosas.
Pero lo que más sorprendía de toda esta intensa actividad en las redes sociales era que, a la par, develaba una de sus facetas más recordadas por quienes lo conocían: la de maestro. Un título que lo obtuvo no solo por una intensa preparación en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil y en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), escenarios que configuraron un universo creativo cuyos orígenes se encuentran en plena década de 1960 y que fue plasmado en más de 700 obras entre grabados, acrílicos y, tardíamente, en fotografías.
En el espacio virtual, su maestría se hacía visible en cada comentario que emitía; en las cientos de frases que acompañaban sus ‘posts’; en las reflexiones en las que desarrollaba temas que podían parecer banales pero que, bajo su mirada crítica, adquirían nuevos niveles de importancia.
Y es que en su labor artística, Svistoonoff nunca olvidaba la sustentación teórica de sus procesos. Basta revisar parte de lo que presentó en su exposición individual, en 1991, en La Galería, donde los críticos de la época apuntaban que sus obras eran la mejor representación gráfica de los estudios en torno al espacio y las posibilidades dentro de este.
Pero esta sustentación no sería algo gratuito en él. Fue su incursión en la docencia universitaria lo que lo llevó a pensar en el arte como un proceso mucho más grande que la creación de una pieza en específico.
Fue uno de los más destacados exponentes del arte nacional durante el siglo XX e inicios del XXI. Foto: Archivo
Una pasión: la naturaleza
“Me inventé un ritual muy antiguo de año nuevo: una bandeja repleta, con toda la variedad de frutas que nos da esta generosa tierra; una manera de agradecer a la Pacha Mama; y pedir abundancia para un nuevo ciclo”. Así escribía Svistoonoff en una publicación en Facebook poco antes de terminar el 2013. Y gracias a notas como estas, el artista daba a conocer la estrecha relación que mantenía con la naturaleza.
Hace unos años, en una entrevista para este Diario, la artista chilena Carmen Carreño recordaba que fue Svistoonoff quien la inició en un ritual artístico muy propio de él: levantarse antes del amanecer para ir al parque Metropolitano y retratar paisajes iluminados con los primeros rayos del sol.
Este tipo de comentarios se replican en varios de sus alumnos y amigos, personas que conocían de cerca la pasión del artista por recorrer los parajes andinos y, también, por cuidar su jardín, creado hace aproximadamente 25 años cerca del parque Itchimbía.
¿Que si esto se reflejaba en su obra? Para el historiador Manuel Sepúlveda, en parte esto se puede notar en las dos primeras décadas de creación del artista, “porque es innegable que él, cuando pintaba a la ciudad, lo hacía precisamente desde lo que a esta le faltaba: