Al ver esas ruinas de piedra y ladrillo, en forma de gradas ovaladas que se abren paulatinamente mientras la edificación se eleva, la mayoría de personas pensaría que se trata de uno de esos famosísimos teatros donde los griegos se divertían; y donde se montaron muchas obras inmortales de los maestros como Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes.
Pues… no. Esas ruinas no tienen sino 12 años y se levantaron en Atenas para recibir las competencias de kayak y canoa de los Juegos Olímpicos 2004, realizados en la capital helena.
Estos restos, lamentablemente, no son la excepción sino la regla. Y son parte del legado que dejan tras de sí la realización de los modernos Juegos Olímpicos que, paradójicamente, volvieron a realizarse en el país de su invención, Grecia, en 1896.
Las 28 ediciones de estos juegos deportivos modernos, que se han realizado en 19 países, siempre han dejado como ‘rezagos’ magníficos escenarios que, tiempo después, se sumen en el olvido. Muchos terminan como elefantes blancos o carcomidos por la acción nefasta del tiempo y los agentes como la erosión y la jungla.
La pérdida de esos escenarios -que lucieron abarrotados solamente por los 22 días que dura cada cita olímpica- tiene doble carga negativa.
Primero porque demandaron de ingentes recursos estatales que los gobiernos podían destinar para solucionar muchos problemas acuciantes que tienen sus pueblos; y segundo, porque después de culminados el esplendor y la gloria no se guió y educó a los ciudadanos para que aprendan las disciplinas y, así, se apropien de ellos y no los dejen morir.
Muchas de las 19 sedes pasadas tienen escenarios que se han convertido en verdaderos albañales y refugio de ratas. ¿Correrá Río con la misma suerte? Dios quiera que no.