El mundial, un negocio que pone a prueba al anfitrión

Jugadores de Colombia (izq) y de Japón, previo al partido en el Mundial Rusia 2018. Foto: AFP.

Jugadores de Colombia (izq) y de Japón, previo al partido en el Mundial Rusia 2018. Foto: AFP.

Jugadores de Colombia (izq) y de Japón, previo al partido en el Mundial Rusia 2018. Foto: AFP.

Cuando un país gana la sede de un Mundial de Fútbol empieza el festejo, no solo porque será el centro de atracción durante un mes, sino por el círculo virtuoso que este deporte genera.

El fútbol es considerado como la economía número 17 en el mundo, según la consultora Deloitte. Para tener una idea, Turquía se ubicó en la décimo séptimo puesto en el ranking de las mayores economías del mundo en el 2017, con un Producto Interno Bruto de 850 000 millones de dólares, según el Fondo Monetario Internacional.

Es decir, lo que produce el fútbol anualmente supera a economías como Holanda, Arabia Saudita, Suiza o Argentina. Y es ocho veces mayor que la economía ecuatoriana.

Con esta cantidad de recursos en juego, el país sede del Mundial tiene la oportunidad de llevarse, cada cuatro años, una parte de ese gran pastel. Y para eso es necesario invertir en obras de todo tipo, sobre todo deportivas y de comunicaciones.

Hasta ahora, el Mundial de Rusia 2018 se destaca por ser el más caro en la historia: USD 14 000 millones.

El Gobierno ruso justificó ese presupuesto para construir o remodelar la infraestructura deportiva, mejorar terminales aéreas, terrestres, paradas de buses, calles, etc. Todo esto genera miles de empleos, aumenta el poder adquisitivo de la población, mejora el consumo y repunta la economía.

Este círculo virtuoso se repite durante los 64 partidos del Mundial, cuando los viajes se multiplican, los hoteles y restaurantes se llenan todos los días, la gente consigue más empleo, el consumo aumenta, etc.

Pero en esta fórmula del éxito también es necesario considerar los gastos, lo cual pudiera hacer que no valga la pena organizar una Copa del Mundo.

Algunos gobiernos construyen obras con sobrecostos, los precios en hoteles y restaurantes aumentan durante el Mundial y el costo de mantener la infraestructura deportiva suele ser tan alto que termina convirtiendo a los estadios en unos ‘elefantes blancos’.

En Brasil, los costos de los estadios fueron superiores a los de Sudáfrica 2010 y de Alemania 2006. En promedio, cada asiento de los 12 estadios brasileños costó USD 5 800, mientras que en Sudáfrica fueron 5 200 y en Alemania 3 400, según cifras del portal Minutouno.com.

Asimismo, en Sudáfrica, las infraestructuras subutilizadas costaron entre 18 millones y 24 millones de dólares al año por mantenimiento, según Patrick Bond, profesor de la Universidad de KwaZulu-Natal.

Un caso emblemático fue el estadio Soccer City de Johannesburgo. Los equipos de la zona no lo utilizan por el alto precio del alquiler y quedó para algunos partidos de la selección de fútbol y rugby. Ha sido utilizado para conciertos y los vecinos de la zona piden demolerlo para reducir costos a largo plazo y construir un parque que mejore la calidad de vida de la zona.

La semana pasada, Pascal Beltrán del Río, del portal de noticias Excélsior, de México, aseguró que las cuentas tampoco fueron favorables en los mundiales de Corea del Sur-Japón (2002) y Brasil (2014).

En Japón, por ejemplo, la actual sede de los Diamantes Rojos de Urawa de primera división suele quedarle grande al club, pues la asistencia bordea la tercera parte de su capacidad para 64 000 personas. A pesar de eso, la ciudad gasta USD 6 millones anuales en su mantenimiento.

El economista británico Simon Bowmaker, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Nueva York, ha documentado que los países que organizan un Mundial de Fútbol suelen ver una caída en su crecimiento en los años inmediatos posteriores al Mundial.

Según el Foro Económico Mundial, organizar una Copa del Mundo o cualquier otro evento deportivo importante puede impulsar la economía de un país atrayendo turistas, construyendo proyectos de infraestructura y mostrando a los países y ciudades como buenos lugares para hacer negocios. Pero los costos de alcanzar esos objetivos parecen superar los beneficios económicos.

“La primera razón es simplemente el costo de oportunidad”, explicó Stefan Hall, miembro del Foro. Es probable que el dinero gastado en infraestructura nueva o mejorada se utilice con mayor prudencia en inversiones a largo plazo en áreas críticas de la economía. “Un estadio no es realmente esencial para el bienestar económico de un trabajador medio”.

Pero tampoco es justo reducir el debate a números duros y estadísticas. Los principales eventos deportivos son una de las pocas cosas que realmente unen al planeta. Los recientes Juegos Olímpicos de Invierno mostraron la capacidad del deporte para reparar las diferencias cuando los atletas de Corea del Norte y del Sur marcharon bajo una bandera común.

Goldman Sachs ha demostrado que la bolsa de valores sube tanto en el país anfitrión como en el país que gana la Copa, al menos en el corto plazo.

Los periodistas Simon Kuper y Stefan Szymanski desarrollaron una teoría en su libro Soccernomics, en el cual exponen que la única razón que tienen los países desarrollados para organizar un gran evento deportivo no es el económico, sino mejorar el nivel de vida de su población. En aquellos países donde la renta per cápita supera los 15 000 euros, la felicidad no se consigue con un poco más de dinero, pero sí organizando un Mundial de Fútbol.

Según estos autores, después de la Eurocopa de Italia 1980, la Eurocopa de Francia 1984, la Eurocopa de Alemania 1988, el Mundial de Italia 1990, la Eurocopa de Inglaterra 1996 el Mundial de Francia 1998 y la Eurocopa de Holanda-Bélgica 2000, la sensación de bienestar aumentó en todos los casos, salvo en el de Inglaterra, algo que no se hubiera conseguido con más inversión pública. Si se incorporan estas variables, organizar un Mundial sería más rentable.

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