El telón corrió y no había rejas detrás de él. Solo unos barrotes de utilería las esperaban sobre el entablado. Mariana recorrió el escenario mientras recordaba su primer día en una celda del Centro Femenino de Rehabilitación de Guayas.
De repente, todo se oscureció. Y una voz de juicio resonó en el teatro del MAAC. “Detenida por robo. Sentenciada a tres años con el artículo 189 del Código Integral Penal del Ecuador”.
Entonces, solo una luz cenital apareció para alumbrarla, sentada en el piso, con el cabello cubriéndole parte del rostro. “Mi nombre es Mariana. Mi historia comienza desde muy pequeña, cuando acompañaba a mis padres a robar…”. Detrás de bastidores algunos policías con chalecos y esposas seguían de cerca su relato; también junto a las puertas de salida, y junto a las butacas.
Este lunes 30 de noviembre de 2015 Mariana y 23 mujeres privadas de la libertad olvidaron las rejas para compartir sus experiencias como retazos que dieron forma al guión de ‘Vida recicladas’, una obra teatral que prepararon durante dos meses en la cárcel, bajo la guía de Eduardo Andrade.
“Pasé mis 15 años en una clínica de rehabilitación -contaba Mariana-, porque caí en las drogas (…). A los 19 años hice mi primer golpe con unos panas en un restaurante. Anduve prófuga un año (…). Hasta que decidí dar otro golpe. Y aquí estoy”.
El auditorio, repleto, guardó completo silencio. Solamente rompía en aplausos cuando cada mujer terminaba, entre lágrimas, su relato.
Narcotráfico, asesinatos, robos, estafas… Hijos que no han visto crecer, padres que murieron sin verlas, familias destruidas, carreras y trabajos truncados…
El director de la obra es también fundador del grupo MotivArte. Junto a su equipo preparó talleres de improvisación, actuación y escritura. Así logró que estas 24 ppl expresaran con micrófono en mano sus derrotas, pero también sus triunfos a pesar de las largas sentencias. “No importa lo que hayamos hecho sino lo que somos hoy y hacia dónde queremos ir. Todos debemos tener la oportunidad de reintegrarnos a la sociedad”, dijo Andrade antes de la presentación.
El telón se abrió por segunda vez y desde la primera fila se podía divisar las pisadas presurosas. Algunos de sus testimonios están marcados por la distancia.
Inessa es lituana. Llegó a Guayaquil el 7 de mayo del 2013, pero fue detenida en el aeropuerto José Joaquín de Olmedo. “Lo más duro es no estar con mis hijos”, dijo con dificultad, pues tuvo que aprender español dentro de la penitenciaría. Aún le resta un año y 5 meses antes de volver a casa.
Huang es tailandesa. Cuando abandonó su país dejó a su hija, que apenas tenía dos meses. Ahora tiene 7 años. “Con todo mi corazón quiero volver a mi casa”, contó con dificultad. Su voz se cortaba. El auditorio la animaba: ¡Fuerza!, ¡te queremos!
Elizabeth es peruana. El 17 de septiembre del 2003, a las 18:20, cuando aguardaba un avión en el aeropuerto de Guayaquil con sus dos hijos, escuchó que mencionaron su nombre por los parlantes. La Policía halló la droga que llevaba en su maleta hacia España.
“Ese día mi hijo me preguntó: mamá, ¿por qué lloras? Solo le pude decir: hijo, descubrieron que no pagamos el pasaje (…). Desde ese día mi hijo de 8 años separa monedas en dos alcancías para pagar el pasaje y poder estar conmigo”. Ahora le restan dos años, tres meses, 13 días.
Brenda Bucheli, directora del centro carcelario, estuvo entre el público. Junto a otras autoridades del Ministerio de Justicia observó a parte de las 450 ppl, quienes tuvieron dos horas de libertad sobre el escenario.
“Gran parte de ellas está aquí por las drogas. Con su historia dan un mensaje a manera de prevención; su voz es un llamado a evitar que otras personas se involucren en situaciones como estas”.
Jennifer fue sentenciada a 14 años por narcotráfico. “Ahora sé que cada uno de esos 150 kilos significan un mes y 12 días más detrás de las rejas”, contó desde un rincón de la tarima, con el rostro humedecido por las lágrimas. Hoy, su hija de 11 meses es la fortaleza durante la larga pena; es la libertad mientras pasa el tiempo.
Al final no hubo cabida para más lágrimas. Después del conteo que la Policía hizo en los camerinos, todas se reunieron frente al auditorio. El canto ‘Color esperanza’ contagió a todos, al ritmo de los aplausos.