Fumio Sasaki escribió ‘Adiós cosas’, donde narra su estilo de vida.
La variante más salvaje del capitalismo tardío, el consumismo desmedido, ha tenido un efecto negativo en la forma de apreciar la utilidad de un objeto. Muchas de las veces no se compra por un requerimiento real, sino por una necesidad impuesta desde los círculos del marketing más banal del momento.
En contra de este extremo estilo de vida que ha apretado las tarjetas de crédito y vaciado las cuentas de los bancos, la propuesta del minimalismo que se basa en una de las máximas de Einstein: haz-lo todo tan simple como sea posible, pero no más simple.
El minimalismo no pretende ser un movimiento que ataque frontalmente al capitalismo, o por lo menos no lo hace en contra de aquel teorizado por Adam Smith en ‘La riqueza de las naciones’. El minimalismo contemporáneo, aquel que se puede apreciar en libros como ‘The Simple Guide to a Minimalist Life’, de Leo Babauta, o en ‘Adiós cosas’, de Fumio Sasaki, comprende claramente que el intercambio de bienes y servicios es posible mediante el dinero que se produce mediante el trabajo remunerado, y que precisamente lo importante no es acumularlos de manera desmedida, sino tenerlos para hacer un uso efectivo de ellos.
Esta corriente de pensamiento no es nueva. Rastreando la arqueología del minimalismo, uno se encuentra en Occidente con el estoicismo y el hedonismo. Mientras que el primero apunta hacia un estilo de vida sencillo donde lo que importa es el ser virtuoso, los otros se alejan del dolor para vivir a plenitud los placeres. En este contexto, el minimalismo se nutre de las dos corrientes bajo un sistema de pensamiento en el cual la persona disfruta a plenitud los objetos que tiene a su alrededor, pero estos no son abundantes sino los necesarios para ser felices. Algo a lo que Sasaki define como “hay felicidad en tener menos”.
Como estilo de vida, el minimalismo se abre paso en sociedades como la europea y la estadounidense. Un vistazo a ello es el documental ‘Minimalism: A Documentary About the Important Things’, realizado por Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, que pone énfasis en cómo el consumismo bárbaro crea verdaderas olas de violencia y caos en fechas como el ‘Black Friday’.
Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus crearon el sitio The Minimalists.
Este trabajo audiovisual es un manifiesto para crear conciencia sobre la importancia de vivir a plenitud los momentos de la vida, en contraste a toda la euforia que significa pasar por horas en las afueras de un centro comercial de rebajas o a la espera de que salga el teléfono más sofisticado del momento.
Pero no es fácil cortar el hilo que nos ha impuesto el capitalismo consumista. En Zen Habits, el blog de Babauta donde brinda lecciones sobre cómo desprenderse de las cosas materiales para vivir las experiencias emocionales, el autor explica que en realidad no existen fórmulas mágicas para seguir las líneas del minimalismo sino, más bien, es un trabajo que implica reorganizar los hábitos mentales de quien quiere vivir bajo estos preceptos. “La mente siempre quiere más y, al mismo tiempo, quiere menos”, señala Babauta en su ensayo ‘La llave mental para el hábito de la simplicidad’.
Un ejercicio para vivir los primeros pasos del minimalismo lo ofrece Courtney Carver, una de las mentoras del Proyecto 333. Este consiste en vestir por tres meses con 33 prendas (incluidos zapatos, accesorios y demás) con el objetivo de poner fin a la cadena consumista actual.
A pesar de que su propuesta invita a vivir con lo menos, lo cierto es que ni siquiera el minimalismo ha logrado escapar de la influencia del consumismo del siglo XXI.
Chelsea Fagan, editora del sitio de ahorro de dinero The Financial Diet, señala que el “minimalismo es solamente otra forma de expresión del consumismo, otra manera de decirle al mundo: ¡Mírame! Chequea todas las cosas que me rehusé a comprar”.
Atravesada por el marketing actual, aquel objeto ‘minimalista’ termina siendo una reproducción costosa de algo que estará en las vitrinas de las tiendas más caras de las ciudades. Fagan, por ejemplo, habla del estilo de maquillaje ‘no-makeup makeup’, el cual prescinde de bases o sombras de colores para lucir una piel más natural. Sin embargo, esto resulta en un problema económico al ponerse a pensar que tener el rostro de tal manera es una inversión de alto calibre.
A esto se suma otro factor: el modelo económico actual, el cual privilegia la producción a gran escala para abaratar costos. Un estilo de vida minimalista supone dejar de lado objetos que, muchas de las veces, son el sustento de cientos de familias en fábricas distribuidas en todo el planeta. Sin ventas no hay ingresos, y sin estos no hay plazas de trabajo. Así de simple.
¿Entonces se puede dar el paso hacia un minimalismo real? La escritora Cristin Frank tiene tal vez una respuesta a esto. En su libro ‘Living Simple, Free & Happy’ ella descarta el estilo de vida monacal y mendicante de las antiguas órdenes religiosas. Más bien, promueve el uso de los objetos para fines útiles y que den resultados reales.
En lugar de comprar una cajetilla se cigarrillos, mejor ahorrar para pagar la hipoteca de la casa o ir a ver una obra de teatro. O en lugar de usar diariamente el auto, optar por el transporte público unos días. No se trata de dejar de lado todo para vivir con ropa vieja o en casas a punto de caerse; es tener lo justo.
A fin de cuentas, para estos minimalistas lo que importa es sentir que cada cosa y experiencia enriquece la historia personal; que la vida es un cúmulo de situaciones que la hacen única en su tipo.