Michelle Obama, un huracán político

La primera dama estadounidense ha sido la pieza clave, e inesperada, de la actual campaña presidencial de ese país. Foto: AFP

La primera dama estadounidense ha sido la pieza clave, e inesperada, de la actual campaña presidencial de ese país. Foto: AFP

La primera dama estadounidense ha sido la pieza clave, e inesperada, de la actual campaña presidencial de ese país. Foto: AFP

Desde el eslogan “One apple a day” (Una manzana al día, de su campaña contra la obesidad) a las ya convertidas en mantras políticos de la lid electoral estadounidense del 2016: “When they go low, we go high” (Cuando ellos caen bajo, nosotros apuntamos alto) y “Enough is enough” (¡Ya es suficiente!) han pasado varios años. Michelle Obama es la autora de estos tres enunciados que son la prueba de cómo ha capitalizado su inteligencia y elocuencia en un in crescendo que la sitúa como una figura política descollante, de la cual en la campaña del 2008 muchos dudaban incluso que pudiera cumplir un papel secundario como el de primera dama. Se equivocaron.

Si en las contiendas políticas de hoy el rating dice algo, el que muestran las cadenas de televisión NBC y Telemundo y Wall Street Journal Live, es decidor. Entre el público latino de Estados Unidos, Michelle Obama es un hit: +62 puntos, mientras su esposo alcanza un +48 y Hillary Clinton un +31. Donald Trump, en cambio, lidera la sintonía hacia abajo: -67.

Y es, precisamente, el candidato republicano el mayor perjudicado del talante político arrollador de la primera dama estadounidense. Él, a quien ella no se toma ni la molestia de llamar por el nombre; y a quien, sin embargo, ha noqueado cada vez que ha traído a colación tácitamente durante la campaña electoral. Valiéndose del recurso retórico de la antonomasia (la operación de quitarle o cambiarle el nombre propio a alguien), Michelle Obama lo ha pulverizado, sin decir una sola vez su nombre durante los cinco discursos que ha dado a favor de Hillary Clinton este año.

“Al quitarle su nombre a Trump y decirle ‘individuo’, ‘persona’ o ‘candidato’, lo hace más lejano y menos digno de comprensión”, concluye en un reciente artículo para Letras Libres Luis Antonio Espino, especialista en discurso político y manejo de crisis. Espino también desentraña el secreto de la retórica impecable de quien se ha convertido en la figura clave para eclipsar al mediático Trump: “(...) estamos ante una verdadera cátedra de retórica epideíctica, es decir, el discurso que busca demostrar la verdadera naturaleza de las personas basándose en sus virtudes y sus defectos”.

En el discurso del 13 de octubre pasado, cuando aludió a la grabación que captó a Trump fanfarroneando sobre sus abusos sexuales contra mujeres, Michelle Obama dio la estocada final al magnate aspirante a la Presidencia de EE.UU.

Para Espino fue “tal vez el discurso con mayor impacto de la campaña de 2016. Es un ejemplo de que la persuasión se da cuando se suman una alta calidad en la argumentación lógica (logos), con una fuerte carga emocional (pathos) y una personalidad (ethos) respetada, con autoridad moral plena para hablar de valores”.

Una nota de The Atlantic, en referencia al mismo discurso en New Hampshire, se enfoca en su fuerza, gracias a una jugada en la cual se puede mantener la altura y, a la vez, estar profundamente indignado. Todo sin perder los papeles. Ella logró “apuntar alto” y conmover, recordándole a su audiencia y al país entero, las características más preocupantes de Trump, haciendo notar que quien vota por él, de alguna manera, se convierte en él, en todo lo que él representa. La efectividad del mensaje, según esta revista política, se concentró en esta idea: “Esta elección no se trata solo de quién es Trump, sino del resto del país y de quiénes queremos ser”.

Y The Washington Post calificó de “épica” a esa misma intervención, que recomienda que sea vista por todo líder; no solo por su contenido político sino porque Michelle Obama ofreció una “clase magistral en una cualidad esquiva al liderazgo: la autenticidad”.

Detrás de las palabras poderosas de la primera dama estadounidense está también una mujer: Sarah Hurwitz, que empezó escribiendo discursos para Hillary Clinton en la campaña del 2008, y que desde hace casi siete años escribe para Michelle Obama, quien tiene un papel activo y definitorio en esos textos. En una nota de The New York Times, Hurwitz cuenta que su jefa sabe lo que quiere decir y cómo quiere decirlo; y que cada vez que escribe, lo hace escuchando la voz de la primera dama en su cabeza. “Esa voz puede decir: No, esa transición es burda. O: ¿Estamos contando esta historia de una forma que realmente honra a esta gente?”.

Es la voz de la misma mujer que desde el día uno tuvo veto sobre la campaña presidencial de su esposo. La voz de quien ha sido considerada como una “primera dama global”, como la calificó El País, de España, para destacar su iniciativa que promueve la educación de las niñas en todo el mundo. Y es también la voz de la mujer que se convirtió en una aliada inesperada e indispensable de la campaña de Hillary Clinton; los roces de las primarias del 2008 entre los hoy presidente y candidata demócratas mantuvieron molesta a la primera dama con la exsecretaria de Estado durante un buen tiempo.

Pero Michelle Obama sabe que hay algo mucho más importante en juego (el futuro de un país) y actúa en consecuencia. Con sinceridad, pero también con olfato político. De hecho, la campaña de Clinton no sería la misma sin la primera dama liderándola, con la solvencia de una política brillante, pero sin la codicia por el poder. Lo aseguran quienes la conocen. Y lo ha anunciado ella misma, cuando ante la insistente pregunta de si despúes se candidatizará para presidenta de su país, ella ha respondido con un enfático ‘no’. Porque Michelle Obama sabe, por experiencia, que no solo desde la presidencia se puede cambiar el rumbo de una sociedad.

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