Ellos se miden con los mega proyectos

César Chávez y Grace Morillo, ingenieros químicos de 26 y 27 años, formaron parte de la rehabilitación de la Refinería de Esmeraldas desde el 2013. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO

César Chávez y Grace Morillo, ingenieros químicos de 26 y 27 años, formaron parte de la rehabilitación de la Refinería de Esmeraldas desde el 2013. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO

Milton Chávez y Grace Morillo, ingenieros químicos de 26 y 27 años, formaron parte de la rehabilitación de la Refinería de Esmeraldas desde el 2013. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO

Antes de ir a su lugar de trabajo, Grace Morillo se detiene unos segundos frente a su armario. Escoge un jean grueso y una camisa de tela especial ignífuga (no inflamable), un par de botas de punta de acero y un casco con orejeras.

Ese ha sido su ‘look’ durante los dos últimos dos años, luego de que fuera seleccionada entre 60 jóvenes ingenieros para trabajar en la rehabilitación de la Refinería de Esmeraldas, la mayor planta del país.

Hubo 200 interesados que aplicaron al programa de jóvenes profesionales, impulsado por la Vicepresidencia de la República con el objetivo de reclutar nuevos perfiles para las estatales Petroecuador, Petroamazonas, Celec, etc.

Graduada en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Central de Quito, Morillo dejó la capital y se fue a trabajar en Esmeraldas, donde alquiló un departamento cerca de la playa, en Tonsupa.

Durante este tiempo se ha movido entre tuberías de unos 60 centímetros de diámetro, bombas, medidores de temperatura y presión, monitores y torres de casi 100 metros de altura que forman parte de una unidad llamada Catalíticas 2, donde cada día se recibe

55 000 barriles de petróleo, los cuales luego se transformarán en gas, gasolina, diésel, kerosén y crudos reducidos.

Morillo cuenta que al hablar de ingeniería química, la gente asocia su profesión con un laboratorio con pipetas, mecheros, embudos y embases cilíndricos donde se producen reacciones químicas. Pero no, eso hacen los químicos puros. “Lo nuestro son procesos a gran escala en plantas industriales”.

A sus 27 años sigue aprendiendo, tal vez más que antes, porque ahora vive con intensidad lo que estudió en las aulas.

Recuerda que luego de seis meses de haber empezado a trabajar su jefe le pidió que realizara la ingeniería básica para mejorar el proceso de inyección de químicos en una unidad de la refinería. Su colaborador y supervisor era Millán Sacks, un ingeniero con 32 años de experiencia en la planta de Esmeraldas.

Con el temor de un principiante presentó el trabajo pensando que tendría que repetirlo, pero en menos de un mes su proyecto comenzó a ser implementado y construido, lo cual fue motivo de una gran celebración con sus amigos y una pizza.

En abril del 2014 llegó la hora de parar la unidad donde trabajaba Morillo, quien podrá contar que fue testigo de una cirugía mayor a la refinería, cuando se cambiaron los componentes de la torre atmosférica, hornos, bombas, catalizadoras y kilómetros de tuberías que recorren por lo largo y ancho de la planta.

Esa experiencia ha amortiguado la nostalgia que significa estar lejos de su familia, que vive en el valle de Los Chillos y a la que visita el fin de semana.

Aunque ha sido duro terminar la jornada de trabajo y no tener a nadie con quien compartir en su departamento, el salto profesional ha sido inigualable, dice. Sobre todo porque está aprendiendo de la experiencia de ingenieros ecuatorianos con décadas de trayectoria y consultores internacionales durante un proceso histórico, en el cual literalmente se desmontó y se volvió a armar una refinería.

Esa sensación la entiende perfectamente Milton Chávez, un ingeniero químico de 26 años graduado en la Universidad Técnica de Manabí, en Portoviejo, quien también ganó el concurso de los jóvenes profesionales.

Dice que el sueño de un ingeniero químico es trabajar en una planta de refinación porque allí se aplican todos los conocimientos que se adquieren en el aula.

Y lo hizo. Fue asignado para la hacer la evaluación termodinámica de dos compresores centrífugos en el mismo corazón de la refinería, con lo cual aumentaría su eficiencia. Un poco de cálculo diferencial, consultas vía Internet con fabricantes japoneses y el apoyo de sus jefes dieron sus frutos.

Luego de un mes de trabajo entregó un proyecto. Este no solo fue destacado por su jefe sino que fue aplicado durante la paralización de la refinería, cuando vio las entrañas de la planta refinadora.

Junto con técnicos de las firmas internacionales como SK, Worley Parson y UOP, limpió las tuberías, desarmó un edificio de piezas y equipos que luego fueron reemplazados por unos nuevos.

Lo más difícil ha sido estar separado de su familia que vive en Portoviejo, pero sobre todo de su esposa, con quien se casó a principios de este año. Con ella planea su nuevo reto: una maestraía en Petroquímica en la Espol de Guayaquil.

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