Imagen referencial. En la plaza se puede ver frecuentemente a los monos encandenados y con una argolla en su cuello. Foto: Pixabay.
El gobierno de Marruecos quiere proteger a los monos que se exhiben en la plaza Yamaa el Fna de Marrakech y que constituyen, junto con las serpientes, uno de los reclamos turísticos de esta plaza, la más famosa del país.
Mientras que en el resto de Marruecos su explotación turística ha sido prohibida y sancionada, hay una especie de moratoria sobre el caso de Yamaa el Fna, una plaza donde el mono domesticado ya era una atracción para los visitantes en el siglo XIX, al lado de los cuentacuentos, las pitonisas, los aguadores o los músicos.
Encadenados con frecuencia con una argolla al cuello, los monos (de la especie macaco de berbería, la misma que se encuentra en Gibraltar) trepan en los hombros o el regazo de los turistas para ser fotografiados a cambio de una propina variable para sus dueños pero que no baja de los 2 euros por foto.
Cuando no “trabajan”, los monos permanecen encerrados en pequeñas jaulas donde apenas pueden moverse, como denuncia una ONG que vela por los derechos de los simios.
El Alto Comisariado de Aguas y Bosques, encargado de la conservación de las especies, ha contabilizado 17 macacos en la plaza, que son explotados por solo cuatro familias, a veces las mismas que poseen las serpientes y las cobras que cuelgan del cuello de los turistas más atrevidos.
Las condiciones de vida y alimentación de los monos de la plaza han sido denunciadas con frecuencia por activistas ecologistas en Marruecos, sin gran éxito, pero el pasado diciembre el gobierno marroquí aprobó una ley (29/05) de “protección de especies de flora y fauna salvaje y su comercio”.
Habrá tenido algo que ver la inminente cumbre climática, la COP22, en la ciudad de Marrakech el próximo mes de noviembre? Qué dirán los extranjeros comprometidos con el clima y el medio ambiente cuando vean a los monos amarrados a sus argollas, haciendo reír a los turistas?.
Según asegura a Zoheir Amhaouch, jefe de división de Parques y Reservas Naturales en el Alto Comisariado de Aguas y Bosques, la ley se ha aprobado y se está ejecutando independientemente de la cumbre, y subraya que recién ahora comienza a aplicarse “en fase de negociación y concertación”.
La ley protege a todo tipo de animales salvajes que se venden y exportan fuera de Marruecos, sean aves, reptiles o monos, pero los monos se llevan la palma por su visibilidad y por la atención que le prestan asociaciones ambientalistas.
Entre otras cosas, la legislación prohíbe “exponer con fines comerciales o utilizar con fines lucrativos” las especies consideradas salvajes y no domésticas, entre las que se encuentran los monos, una variedad muy presente en las tres cadenas montañosas de Marruecos (Rif, Medio Atlas y Alto Atlas).
Mientras que en el resto del país la explotación de monos ha sido sencillamente prohibida -recuerda Amhaouch-, en Marrakech se están buscando otras soluciones que preserven el uso de los monos como una especie de “actividad cultural o turística”.
Y para que el macaco no quede desprotegido, la primera medida ha sido el “marcaje” de los animales para que los responsables de la conservación de especies puedan hacer un seguimiento -higiene, alimentación o enfermedades- de cada animal.
Los monos de la plaza de Marrakech son solo la parte más visible del maltrato que sufren los macacos de Berbería: en el Medio Atlas, la presión sobre estos animales es incesante por parte de cazadores que sencillamente les disparan para adiestrarse en el manejo de armas, y por parte de comerciantes que los cazan para venderlos.
Eso al menos es lo que sostiene Faycal Wyllinck, un holandés que lleva años dedicado a la protección de este simio.
Y mientras que el mono goza de cierta popularidad, nadie se acuerda de los cientos de tortugas, lagartos y serpientes que se venden casi con toda impunidad en mercados y zocos de Marruecos, a veces como mascotas y a veces como materia prima de brujería.
La ley de conservación de especies igualmente está pensada para estos reptiles, pero -concluye Amhaouch- “seguimos trabajando en ello: publicar una ley no significa que el problema esté resuelto”