María Cuvi: Hay que hablar, pero sin rabia

María Cuvi, en las escaleras de Arte Actual, la galería de arte contemporáneo de la Flacso, institución donde trabaja desde el 2014 como responsable del área editorial. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO

María Cuvi, en las escaleras de Arte Actual, la galería de arte contemporáneo de la Flacso, institución donde trabaja desde el 2014 como responsable del área editorial. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO

María Cuvi, en las escaleras de Arte Actual, la galería de arte contemporáneo de la Flacso, institución donde trabaja desde el 2014 como responsable del área editorial. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO

María Cuvi hace una excepción a su regla de mantener un perfil bajo -para lo cual habla lo menos posible en público- y acepta conversar sobre un tema difícil como el pacto de silencio, sobre el cual tiene una opinión que no admite maniqueísmos.

¿Esta sociedad y sus injusticias están construidas sobre pactos de silencio?

Yo alguna vez estudié sociología y tenía que interpretar la sociedad, pero es que la sociedad es tan diversa, tan heterogénea que sería dificilísimo contestar tu pregunta sobre si existe un pacto de silencio… Si tú me dirías que existe un pacto entre la gente que hace política o que existe un pacto entre la gente integrada a los movimientos sociales, tal vez te podría responder.

¿Es demasiado complejo como para tratar de simplificar o de acusarnos, de alguna forma, de que nos pasan cosas porque estamos acostumbrados a callar?

Yo no creo que estemos acostumbrados a callar; creo que esta sociedad con los diez años de correísmo se volvió muy estridente. Nos acostumbramos talvez a los gritos y comenzamos a gritar.

Pero también históricamente, y no solo estos diez años, esta sociedad ha visto cosas que no están bien y, por intereses corporativos o particulares, ha callado.

Mejor hablar de personas o de grupos. Porque también es una sociedad muy diversa en el sentido regional. La gente costeña es más expansiva, más charlona, reacciona con mayor velocidad, no se contiene mucho. Acá la manera de comunicarse es más laberíntica, más velada… en fin, es distinto en la Sierra. No sé cómo sean los amazónicos, no sé cómo sean las gentes de Galápagos. Y en las ciudades la gente habla más que en el campo; y también depende del lugar que ocupan en los espacios socioeconómicos, depende de la edad.

¿Del género?

Yo creo que sí depende. Basta ver quiénes hablan, ¿no? Por cada diez hombres hay una mujer hablando. Y a mí no me gustan las mujeres que están hablando ahora en el campo político, no me gustan para nada las que están relacionadas con Alianza País; es difícil. Yo más bien te voy a hablar de mi pacto, del pacto conmigo misma con respecto al silencio.

A ver, cuénteme.

Yo, como feminista, mientras estuve en el activismo fui de las que sacó del ámbito privado a lo público las relaciones interpersonales, bajo el lema ese famoso de “Lo personal es político”. Dentro del ámbito privado había subordinación, no estábamos muy bien valoradas ni muy bien tratadas. Entonces sacamos la violencia a la luz pública, sacamos las desigualdades y las sumisiones a la luz pública y lo tuvimos que hacer de una manera estridente, fuerte, para que se oiga.

¿Creería que esa ruptura de los pactos de silencio no tiene vuelta atrás?

Así es. No creo que estén totalmente resueltos, avanzan y retroceden. Pero no creo que se pueda volver a la situación de la generación de mi mamá, por ejemplo; incluso a la de las mujeres de mi generación, yo tengo 71 años. Las mujeres de mi generación fueron muy silenciosas dentro del hogar.

También el silencio tiene que ver con que parece normal lo que pasa y entonces no se habla de eso.

Sí, natural y aceptado, por eso no se reflexiona. Nosotras comenzamos a reflexionar; nosotras no aceptamos las reglas del juego. Y esa reflexión fue en el espacio público.

¿Fue mal tomada esa reflexión por la sociedad o tuvo acogida?

Nada para las mujeres ha sido fácil; nada. Menos aún sacar temas que tienen que ver con la pareja, con la maternidad, con la paternidad, con la violencia, con el irrespeto, con la subordinación…

¿Por qué es tan difícil topar esos temas y empezar a hablar de eso que nos pasa?

Yo estaba pensando en cuatro décadas atrás, no estaba pensando en el ahora.

Entonces, ¿por qué fue difícil en ese momento? Aunque creo que ahora sigue siendo difícil.

No como entonces. Antes era blanco o negro; lo que no se habla y lo que se habla. De por medio está el ejercicio del poder y los hombres están acostumbrados a ejercitar el poder de una manera determinada. Y el poder es muy difícil de compartir, en cualquier ámbito.

¿Cómo se distingue cuándo un pacto de silencio es provechoso y cuándo es nocivo?

¿Cuándo hablar, qué hablar? Mira, yo creo que una de las cuestiones que hay que evitar es hablar con rabia. Eso es lo que estoy aprendiendo y estoy tratando de hacer ahora: no explotar, sea por el motivo que sea. A una le tocan y cuando le tocan le están tocando su ego. Yo siempre digo: cuando te tocan el ego, lo mejor es quietud y silencio. Y esperar un rato hasta cuando tengas el sosiego y la profundidad; ese es el problema: tener la profundidad para responder y responder no solo desde la cabeza sino desde el corazón también frente a algún tipo de agresión, ya sea a ti o al colectivo. ¿Ante qué reaccionar? Bueno, cuando te tocan valores muy finos.

¿Como los derechos fundamentales?

A mí más que derechos me parece que son esos valores profundos: cuando ves que se mata a mujeres, cuando constatas que se pega a las mujeres por su condición de género.

O que se las acosa en una oficina...

Sí, ese tipo de cosas a mí me impulsan a hablar. Pero casi siempre primero callo, pienso, siento y después veo si vale la pena reaccionar. Y muchas veces hay quienes reaccionan antes que yo y les agradezco a las que lo hacen.

¿Qué tipos de pactos de silencios son los más nocivos para la convivencia social?

Es que tú me estás jalando al campo de la política.

No necesariamente; en las familias los pactos de silencio son muy fuertes. Pasan un montón de cosas que no se dicen, como autoprotección o por vergüenza, por ejemplo.

Yo creo que no hay que silenciar cuando ocurre violencia dentro de la familia; sea física, sea sexual. Pero claro, como la familia también está estructurada jerárquicamente y hay poderes, cómo lograr que los niños y las niñas cuando han sido agredidos sexualmente no tengan miedo de hablar. Pero todo lo que tenga que ver con la violencia sexual no habría que silenciarlo.

¿Y en qué circunstancias, en cambio, cree que es mejor que mantengamos silencio, que no nos apresuremos a hablar, a reclamar?

En mi caso es en las relaciones de orden laboral y de orden afectivo. Estoy pensando en los nietos, en los hijos, en las amigas cercanas y también en mis colegas de trabajo. Es allí donde yo creo que cuando hay un problema lo mejor que una puede hacer es callar y esperar. Callar, quedarse quieta, en lugar de entrar en un diálogo violento. Cuando se viene un problema aquí (en la oficina), digo: no es necesario reaccionar enseguida.

¿Le ha tocado pactar muchos silencios en su vida?

Muchos, no. Pocos pero muy fuertes. Han sido dentro del ámbito familiar los que me han afectado. Y siempre han tenido que ver con mi condición de mujer, ya sea de esposa, ya sea de mamá, ya sea de hija.

¿Qué pactos de silencio deberíamos empezar a borrar de nuestro repertorio, además de los relacionados a la violencia sexual?

Con las arbitrariedades cotidianas en el mundo público no tenemos por qué callarnos. En las relaciones personales y familiares, creo que hay que cuidar lo que se dice y reflexionar lo que se calla. O sea: ¿por qué no dije eso? Siempre hay un porqué: ¿es por miedo?, ¿es por mantener una relación?

O por un bien mayor.

Ajá, por mantener una relación que vale la pena o por mantener una relación que no vale la pena. ¿Por qué me callé?

¿El problema no es tanto callarnos como no pensar por qué callamos?

Así es. Si reflexionáramos más, si cuidáramos más lo que decimos y profundizáramos más en lo que no decimos y pensáramos por qué, tendríamos muchas mejores relaciones humanas.

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