No cuenta con agua para riego, pero en su chacra florecen el maíz, las habas, mellocos, ocas, mashuas, quinua, jícamas y plantas medicinales. Son productos andinos que empezaron nuevamente a sembrarse en Chimborazo desde el 2007 y que se consumían habitualmente hasta hace medio siglo.
Manuel Nauya, de 65 años, vive en una pequeña casa de ladrillo, con techado metálico amplio y un patio de tierra en el que levantó un cerco de madera.
Para proveerse de agua instaló canaletas plásticas en el techo de su vivienda. Cuando llueve, el líquido se escurre y luego se almacena en un tanque de hormigón. Vive con su esposa María y siete hijos.
Con mangueras de ½ pulgada, que están conectadas a tres aspersores, consigue expulsar el líquido por gravedad hacia los sembrados que no son extensos. Su propiedad está rodeada de árboles de papel (polylepis), yagual y chilca. La niebla del páramo siempre está presente.
Su morada está en mitad de una cuesta. Ahí se llega tras viajar 30 minutos por una carretera asfaltada que conecta Riobamba con la comuna Cecel San Antonio. Nauya es de mediana estatura, piel morena y siempre ofrece una sonrisa a los visitantes.
Hace 10 años, por su propia convicción, decidió empeñarse en difundir los conocimientos que aprendió de su padre Miguel cuando tenía ocho años.
Desde entonces, labora en la recuperación de las variedades de papa ancestral, quinua, ocas, mashua y otros productos que estaban por desaparecer en el pueblo. Logró obtener 10 variedades de papa como cacho, uvilla blanca y negra, tuca y más.
Intercambia estas semillas con 27 de las 50 familias que habitan en el pueblo. Para el dirigente Julián Pucha, Nauya es un sabio. “Conoce cuándo ocurrirán las sequías. También se adelanta a las heladas y precisa las épocas más adecuadas para la siembra. Por eso sus vecinos siguen su ejemplo”. Nauya cree que con la multiplicación de las semillas andinas se podrá evitar una hambruna en el país y en el mundo.
Para él, son plantas bondadosas que pueden producir constantemente si se las cuida.
Por eso, se esfuerza por cultivarlas para consumirlas con su familia, pues contienen vitaminas, proteínas y minerales y evitan enfermedades como la inflamación de la próstata. Sus abuelos y padres se alimentaban así y vivieron más de 100 años.
Nauya solo utiliza abonos orgánicos. Los brebajes se elaboran con vegetales picantes y amargos que se aplican en las hojas dañadas de las plantas. Comparte sus conocimientos con Alejandro Pinduisaca, un agricultor de 40 años, trigueño. “Es el chacarero del pueblo. Pasa en el campo más de 10 horas trabajando. Es paciente y enseña sin guardar nada de lo que aprendió”.
Si volviera a nacer, Nauya no dudaría en convertirse nuevamente en agricultor. Por ello trabaja para que la gente comprenda que el ser humano debe mantener la armonía con la naturaleza y alimentarse de una forma sana.
Hace cinco años se capacitó en producción orgánica andina en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Ahora participa en charlas. Se entrenó también en cursos de pecuaria y crianza de animales menores.
La jornada para Nauya se inicia a las 04:30. Prepara el desayuno y sale al campo. Su esposa le apoya en las tareas. “Es una buena persona, enseña sin egoísmos. No le importa tomarse horas explicando sobre las siembras. Es feliz porque nuestro hijo Darwin, de 15 años, sigue sus pasos”.
Fabián Paca / Técnico en productos andinos
‘Oca, mashua y quinua
salvan a los campesinos’Se denominan tubérculos andinos tradicionales porque fácilmente se adaptan, crecen y dan sus frutos en las superficies sobre los 3 100 y 3 800 metros sobre el nivel del mar.
En las comunidades indígenas y campesinas estuvieron en riesgo de desaparecer. Una de las causas principales fue la implementación del monocultivo de la cebolla y las papas, que en un inicio fueron productos rentables en el mercado.
Por eso se dejaron de lado las semillas de las papas cacho negro, chiwila, tushpa, que son algunas de las variedades nativas. Gracias a la capacitación y a la recuperación de las semillas en las comunidades, a través del intercambio de las mismas, estas nuevamente están en producción y son parte de la alimentación diaria.
La gente del campo comprendió que es importante regresar a la agricultura ancestral y dejar de lado los agroquímicos. Desde hace 14 años, en las comunas se están cultivando ocas, mellocos, quinua y mashua en forma orgánica.
Estos productos son una buena fuente de vitaminas, minerales y aminoácidos que proporcionan energía para el trabajo incluso en condiciones adversas. Por eso, nunca falta en las mingas y se la consume en los tradicionales cariuchos que es un preparado con habas tiernas, papas, mellocos y choclo.
En los pueblos nativos la oca y la mashua se consumen soleados. Es decir, durante un mes se exponen al sol para que se endulcen y luego se cocinan durante 15 minutos.
El rescate es parte de la seguridad alimentaria en las comunidades. En las grandes ciudades, este producto no es valorado y es por eso que la producción es escasa y local.
La quinua es el producto que más despuntó en las comunidades indígenas, puesto que el 80% de la producción se exporta a otros países, mientras el 20% se consume en las familias. Eso mejoró la nutrición de los niños, puesto que el 43% de los infantes de 0 a 5 años tienen desnutrición en Chimborazo.
También, se elaboran productos agregados como galletas, fideos, barras energéticas, pinol, bebidas, chocolates, etc. Chimborazo exporta al año alrededor de 500 toneladas anuales a Estados Unidos, Francia, Alemania y otros países.
La producción está por los 10 000 quintales. Hay 1 700 familias de 90 comunas de Colta, Guamote, Alausí y Riobamba que siembran. Hay 700 hectáreas de quinua en la provincia.
Variedad
El consumo ayuda a reforzar el bienestar
Las ocas, la mashua y los mellocos pueden consumirse cocinados, fritos, en ensaladas o en mermeladas. Un grupo de mujeres de Lupaxi produce desde hace cuatro años mermeladas. Utilizan los productos andinos como materia prima. Su producción se vende en supermercados y tiendas de Riobamba. El frasco de 250 miligramos cuesta USD 2.
Teresa Pagalo, presidenta de esta agrupación, explica que la jalea gusta a la gente por su alto contenido de proteínas. Estos tubérculos están compuestos por el 84,3% de agua, 1, 1% de proteína, 13% de carbohidratos, 0, 6% de grasa y 1,0% de fibra. El contenido proteínico varía, pero puede tener cantidades significativas de retinol o vitamina A.
Quinua
Este grano regresa a los páramos andinos
La Fundación ERPE trabaja con las organizaciones campesinas de Chimborazo. Ellos le venden la producción de quinua orgánica. Tras la cosecha llega a la fábrica Sumak Life. En ese sitio entra a un proceso de lavado y secado.
Luego se envasa en fundas y sacos para la venta local y la exportación.
Los 500 gramos se venden en USD 1,90. La quinua tiene 7,1 g de proteína por cada 100 gramos, el doble de lo que contiene el arroz o el trigo. Es fácil de digerir, su sabor es agradable y está considerado como un alimento nutracéutico por la facilidad proteica que tiene para combinarse con otros granos y semillas o leguminosas. Es excelente a para los infantes, pues es rica en hierro, calcio, fósforo y vitaminas.
LAS FRASES
‘‘Las semillas andinas estaban en proceso de extinción. Recuperé 10 variedades de papas”.
“La gente debe entender que hay que estar en armonía con la naturaleza y comer sano”.