Manabí: Montuvios cuidan la segua

Una garza cocoi descansa sobre un islote de la reserva La Segua,  en Manabí. Fotos: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO

Una garza cocoi descansa sobre un islote de la reserva La Segua, en Manabí. Fotos: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO

Una garza cocoi descansa sobre un islote de la reserva La Segua,
en Manabí. Fotos: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO

El paisaje que se avista en la reserva La Segua se asemeja a la forma de un trébol gigante. Sus cuatro lados configuran un área de confinamiento que da origen a un humedal que se alimenta de los ríos Carrizal y Chone, en el noroeste de la provincia de Manabí.

Este atractivo fue declarado de importancia internacional por el Ministerio del Ambiente y la Convención Ramsar, el 7 de junio del 2000. Tiene un significado sagrado para los habitantes de cuatro comunidades montuvias manabitas.

En sus 1 836 hectáreas, cada día se gestan historias que tienen un fuerte apego con las costumbres montuvias de los colonos de San Antonio, La Segua, La Sabana y Larrea.

Ellos hicieron que la pesca y la agricultura, dentro del humedal, sean una forma de reivindicación de sus tradiciones.

Teresa Mendoza es parte de los más de 4 000 habitantes que viven en los alrededores de la reserva La Segua. Ella recuerda que su padre, Abraham quería que La Segua fuera reconocida a nivel mundial por la importancia que tiene para toda la humanidad.

Él relacionaba a este humedal con el buen padre que nunca abandona a sus hijos, pese a las circunstancias que se presenten en el camino.

Trataba de decir que a pesar de las acciones del humano, que afectaban a la reserva, este espacio seguía proveyéndolos de sus bondades. “Aquí nunca hace falta nada. Todos los días se encuentra alimento, tanto para las personas como para las especies”.

Esa zona es muy rica en la producción de los peces tilapia y en menor medida de chame.

Según el Municipio de Chone, este humedal sirve como estabilizador natural de las inundaciones que causa la creciente del afluente.

Gary Vargas, Darwin García y María Auxiliadora Corral son guías nativos en La Segua. Ellos orientan a los turistas por los espacios de la localidad.

También hace las funciones de regulador hídrico, ya que retiene los sedimentos del Chone y del Carrizal.

Los habitantes son como los guardianes del lugar, lo que incluso fue motivo para que cinco personas activaran su vocación de guías y guardaparques.

María Auxiliadora Corral es la líder de este grupo, que se creó de manera simbólica en el 2009, para cuidar el sendero, el mirador y el corredor que en ese entonces se construyó dentro del humedal para facilitar las visitas de turistas.

Eso permitió que el grupo incursionara en las guianzas de los visitantes que llegaban en diciembre para avistar el arribo de aves migratorias como el pato cuervo, la gallareta, el cormorán, las garzas, entre otros. Corral dice que se siente fascinada cuando un turista le pregunta sobre la historia de este humedal.

Ella es oriunda del poblado de Larrea y de niña jugaba con las mariposas de alas multicolores. También veía cómo sus padres aprovechaban la otrora abundancia del chame, un pez que ahora está en peligro de extinción en la reserva.

Según la organización Ramsar, en La Segua existen 12 especies de peces, dos de camarón de río, tortugas chelydra y 164 especies de aves, entre migratorias y acuáticas.

En la flora hay siete familias y 39 especies de vegetación silvestre. Los turistas gustan del paisaje infinito que a primera vista muestra esta reserva.

Para vivir la experiencia es necesario realizar una caminata de 10 minutos por un sendero natural, por el que van apareciendo aves e insectos que hacen una suerte de cortejo.

Luego de sortear un mirador, se llega la parte más deslumbrante, que para la turista Pilar Tipantuña es como la puerta de entrada a un mundo mágico en medio de la naturaleza.

Se trata del acceso a una laguna que parece una vitrina de exhibición de una gran cantidad de aves que se pueden observar a una considerable distancia de su hábitat.

Los islotes con lechuguines que se forman en el espejo de agua permiten que las especies se posen para el deleite de los visitantes. Estas experiencias son posibles gracias a que los recorridos se realizan en pequeñas embarcaciones que pertenecen a los guías nativos.

Darwin García, otro guía, dice que la hora ideal para observarlas es de 06:00 a 08:00. Es necesario llevar binoculares y también repelente para protegerse de insectos.

El recorrido en botes y las guianzas por toda la reserva tienen un costo de USD 20 por persona. El tiempo de la excursión es de dos horas.

La temporada alta de visitas a La Segua empieza en diciembre. Ya se tienen reservas de extranjeros de Canadá, EE.UU., Alemania, Francia.

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