Mariano Chango muele la cebada tostada para elaborar la máchica con que alimenta a su familia todos los días. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Mantiene la tradición de sus padres y abuelos intacta. Pese a la modernidad y al uso de los molinos eléctricos, Mariano Chango aún muele la cebada que él mismo siembra y cultiva en su chacra. Lo hace en la mama piedra, que pesa 50 libras.
Este ‘molino’ fue heredado de sus padres y lo guarda como un verdadero tesoro. Mariano, de 55 años, cuenta que la piedra tiene más de 150 años y que ha pasado de generación en generación, así como los conocimientos de todo el proceso de la molienda.
Con facilidad tritura los granos tostados de cebada que son aplastados con una piedra plana a la que llama wuawua piedra. La desplaza de arriba hacia bajo y poco a poco cae el polvo en una batea confeccionada en madera de capulí.
El trabajo no es nada fácil: debe permanecer arrodillado todo el tiempo. Su esposa, María Chiliquinga, tuesta el grano que cosechó hace 15 días y que guarda en un costal de yute o cabuya. Lo hace en un tiesto, a fuego lento, en el fogón que funciona con leña.
Con la mama cuchara de madera mece para evitar que se queme. Demora 15 minutos y está lista. “No hemos cambiado nada este proceso de tostar y moler la cebada. Es una técnica que utilizamos cada semana”, cuenta Chango.
Su casa de una planta está en la comunidad El Rosario, de la parroquia Salasaka, en Tungurahua. En este poblado indígena, moler la cebada en piedra y preparar el chapo (que significa mezcla, en español) se mantiene. Este cereal nutritivo reemplaza al pan y se come en el desayuno con agua de hierbas aromáticas, se endulza con panela. Luego se agrega la máchica y está listo.
También lo consumen en el almuerzo con la sopa de sambo o con el arroz de cebada. “No es como ahora que se come arroz, esto da fuerza, vitaminas y fibra a nuestro cuerpo y así tenemos fuerzas para trabajar en el campo, por eso somos como el roble”, dice sonriendo.
La preparación de este tradicional plato se realiza en familia. Las mujeres siembran el grano en noviembre y lo cosechan en junio. En la comuna también consumen la máchica con guineo aplastado, capulí, grano de cebada o con colada de cebada.
Jorge Caizabanda, investigador de las tradiciones salasakas, explica que la máchica es un alimento que se mezclaba con el chaguarmishqui (néctar del cabuyo maduro) o agua de hierbas aromáticas endulzadas con panela.
La tradición de este pueblo milenario se está perdiendo, porque pocas familias mantienen la técnica de producir los granos y molerlos en la piedra. La mayoría va a los molinos eléctricos. Los taitas y mamas llevan este alimento energético para comer después de sus labores agrícolas.
“La cebada y el trigo se cosechan en las pequeñas chacras para alimentarnos en nuestras casas. Se puede guardar el grano seco en costales de cabuya, por años, y se lo saca en época de escasez. Por el consumo del grano aún hay longevidad en los taitas y mamas”, menciona Caizabanda.
Esta tradición la mantiene Martha Chango, para quien este plato nunca falta en la semana en su mesa y en el trabajo. “Es un alimento completo”.