Alemania y Japón ostentan los índices de presión laboral más intensos, a pesar de las regulaciones nacionales. Foto: EFE
En el afán de crear sociedades de primer mundo, hemos dado forma a una de las paradojas más complejas de la historia: el trabajo vs. el descanso. Mientras que los gobiernos moldean medidas para que los trabajadores encuentren un punto intermedio entre sus responsabilidades laborales y su tiempo de distracción, el capitalismo extremo impone una psicología de extensas horas de trabajo, con el fin de demostrar que una persona es realmente productiva.
Una muestra de esta paradoja es el escalafón que anualmente elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que en los últimos años ha puesto a México como una de las naciones con mayores horas de trabajo per cápita (43 horas semanales en promedio). Del otro lado se encuentra Alemania, que con aproximadamente 34,6 horas ha establecido uno de los mejores estándares de productividad a escala mundial.
¿En qué radica esta diferencia? Ya en pleno desarrollo de la Revolución Industrial, John Stuart Mill, uno de los grandes teóricos del utilitarismo, propuso que el descanso sea un día a la semana, porque el trabajo continuo es una de las prácticas más eficaces para llegar a fines sociales máximos, como el del bienestar económico de todo un pueblo.
Esta visión utilitaria del trabajador se mantuvo a lo largo del siglo XX, sobre todo en los países industrializados. Un ejemplo claro de ello fueron las protestas de Chicago de la primera mitad del siglo, que puso en la palestra gubernamental el debate sobre las ocho horas de trabajo diarias frente a las diez o más que sostuvieron a las empresas que prosperaron durante la primera Revolución Industrial.
La idea generalizada sobre la preferencia del trabajo sobre el descanso se fue abriendo paso paulatinamente en los países que han buscado una estandarización de sus modelos de producción. En la Alemania nazi, por ejemplo, se promovía un horario de trabajo de aproximadamente 50 horas semanales. Luego de la reestructuración de su sistema laboral, en la actualidad este país se mueve entre las 34 horas semanales, pero con base en un factor clave: el trabajo a medio tiempo, el cual ha ampliado los compromisos de trabajadores ocasionales o ‘freelance’.
Y es que el capitalismo ha impulsado la visión del ‘workaholic’ como un modelo a seguir por el trabajador. En Estados Unidos esto ha llevado -como sostiene el informe Nine Facts About American Families and Work- a que el 46% de los estadounidenses afirmen que sus trabajos interfieren con su vida familiar.
Algo similar al contexto británico en el cual, según la Mental Health Foundation, el 40% de los empleados no puede involucrarse en otros aspectos de su vida personal a causa de sus responsabilidades laborales, generando más de 30 billones de dólares de trabajo gratuito a las empresas.
En este vértigo por convertirnos en trabajadores productivos, sin espacio para el descanso por miedo a dejar de ocupar un sitio en el muro del empleado del mes, hemos dado paso a uno de los métodos nunca antes pensados para mantener esa falsa imagen de productividad: las drogas legales. En Asia, una de las más populares es el modafinilo, un neuroestimulante sintetizado en Francia a fines de los 90, y cuyo público era aquel con problemas de narcolepsia.
Ahora, sin embargo, cientos de trabajadores de países como China y Japón apuestan por la ingesta de esta droga con la finalidad de despertar sus capacidades cognitivas por períodos cortos de tiempo. Es por ello que se ha ganado el sobrenombre de la “droga del 24/7”, en un contexto donde se privilegia al trabajador que está atento a tiempo completo.
Pero la batalla por esos momentos de descanso no parece del todo perdida. Y son prácticas laborales como la francesa, que ahora prohíbe el intercambio de correos electrónicos fuera de la hora de trabajo, las que intentan reconfigurar el paradigma del empleado sobreestimulado.
Además de las regulaciones gubernamentales en torno al límite de trabajo permitido, la investigación sobre la respuesta de la mente en reposo lanza constantemente ataques en contra del paradigma del empleado sobrecargado de tareas. En el sector tecnológico chino, por mencionar un caso, las empresas apuestan por la incorporación de módulos de descanso para sus trabajadores. En contra de la imagen del empleado dormido frente a su ordenador, las nuevas políticas apuntan al establecimiento de espacios donde estos puedan tomar siestas en las horas de trabajo. Con más descanso, mayor productividad.
Australia, por su parte, promueve el descanso de los empleados con jornadas de trabajo semanales de 38 horas, más 20 días de vacaciones pagadas, y otros 10-12 días de feriados. Si es que se requiere que esta persona trabaje por más tiempo por semana, los empleadores están obligados a reducir las horas de trabajo de la persona en las semanas subsiguientes, hasta completar un máximo de 152 horas de trabajo al mes.
Italia, por su parte, se ha destacado por ser uno de los países que más promueve el descanso entre sus trabajadores. Si bien el promedio semanal bordea las 37 horas, a largo plazo es el país con una de las jubilaciones más tempranas del mundo. En 30 años de trabajo, los italianos consiguen su jubilación, lo cual les abre las puertas a una etapa de descanso anticipado frente a otras potencias del primer mundo.
¿Podremos, en algún momento, sobrepasar este modelo de empleabilidad capitalista y establecer métodos que promuevan el descanso? Tal vez la situación empeore por demanda de una población mundial que requiere cada vez más productos y fuerza laboral para subsistir. O pueda que se resuelva con la implementación de servicios automatizados que atiendan estos requerimientos por medio de robots, y así dar liberar tiempo para el descanso de los empleados.
A la postre, en el centro del debate está en cómo usar el tiempo para encontrar el equilibrio perfecto entre el trabajo y el descanso.