Abdalá Bucaram camina protegido por un cordón militar. El líder roldosista solo pudo gobernar seis meses. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Hace 20 años, Abdalá Bucaram Ortiz tuvo un ‘éxito rotundo’: durante seis meses había elaborado todos los méritos posibles para que lo sacaran del poder, y eso justamente pasó en el carnavalazo de 1997, cuando el ‘Loco que Ama’, vocalista ocasional de Los Iracundos, el pana de Lorena Bobbit, el que pidió perdón al Perú ante un atónito Alberto Fujimori, fue declarado mentalmente incapaz para gobernar.
Hay muchas, cientos de lecturas sobre las causas de esta ruptura democrática y también sobre sus consecuencias. La más dramática de estas últimas fue que se inauguró una década de inestabilidad en Carondelet. Derribar gobiernos se transformó en un deporte de la clase política. Luego de Bucaram desfilaron cinco presidentes en 10 años, y eso sin tomar en cuenta los pocos días que gobernó Rosalía Arteaga como “encargada” del poder y sin mencionar al efímero triunvirato de la medianoche del 21 de enero del 2000, que en la madrugada del 22 ya estaba disuelto por los militares.
Antes de Bucaram, por supuesto, la democracia estuvo en peligro. Osvaldo Hurtado afrontó una poderosa huelga de trabajadores que buscaba abiertamente abatir al Gobierno, en medio de la crisis por la deuda externa. León Febres Cordero sobrevivió, literalmente, al Taurazo. Sixto Durán Ballén también afrontó algunas maniobras desestabilizadoras. Bucaram, finalmente, encarnó la precariedad de una democracia débil.
¿Por qué se cayó? Primero, porque “entró por las tranqueras”, como graciosamente advertía el dirigente socialcristiano Heinz Moeller, cuando en las elecciones de 1996 Freddy Ehlers irrumpió como rostro fresco en la política, pero terminó dividiendo el voto de los serranos. En el tradicional -no riguroso- péndulo regional, se pensaba que lo ‘normal’ era una segunda vuelta entre un serrano y un costeño.
Así fue desde el fin de la dictadura en 1979, con los duelos Roldós y Durán Ballén, Febres Cordero y Rodrigo Borja, Borja y Bucaram y Durán Ballén y Jaime Nebot. Ehlers quiso arrebatarle a Rodrigo Paz el voto de la Sierra y lo que terminó provocando fue la inédita segunda vuelta entre dos costeños. Quizás eso debilitó de entrada a Bucaram, que nunca disfrutó del respaldo de Quito, aunque los votos de los capitalinos contribuyeron a su triunfo sobre Nebot. El mismo Abdalá no ayudó a paliar ese ambiente, pues nombró un gobernador de Pichincha, un cargo que simbólicamente fue tomado como una afrenta.
Que llegara con Rosalía Arteaga como su vicepresidenta tampoco le sirvió. Arteaga, una intelectual especialista en educación, le aportaba un aire de seriedad a la campaña. Pero una vez en el gobierno, Bucaram marginó a Arteaga y sus partidarios. Él gobernaba solo y en los viajes al exterior ni siquiera le encargaba el poder. Eso le restó puentes al final.
Bucaram fue el presidente del kitsch, como una vez escribió Alejandro Moreano, en otra de las explicaciones de su fugacidad.
Bucaram hizo de su mandato un circo permanente. Comenzó con negarse a dormir en Carondelet porque decía que en el Palacio de Gobierno pululaban los… ¡fantasmas!
Su colección de excentricidades es amplia, y algunas piezas aún perduran en la memoria colectiva. Se afeitó en vivo y en directo su bigote al carbón en una subasta. Cantó en la elección de la Reina Mundial del Banano y también para un disco de Los Iracundos, en que destruyó Puerto Montt con el mismo entusiasmo que ponía Florence Foster Jenkins en la ópera. Bucaram, en realidad, se la pasaba cantando.
Jugó baloncesto con el embajador de Estados Unidos (y perdió el partido). Así como tocaba la guitarra, se metía en cualquier cancha para prolongar su imagen de hombre deportivo que incluso estuvo en los Juegos Olímpicos. Aunque se le fue la mano. Se hizo nombrar presidente del Barcelona Sporting Club y llegó a postularse para ser parte de la Tricolor en algún cotejo, aunque no llegó a vestir el 9 1/2 en el dorsal, como era su aspiración.
Recibió con honores de heroína a Lorena Bobbit, famosa por defenderse de los maltratos de su marido mediante el corte del pene, y salir bien librada del juicio al alegar demencia temporal. Hizo de la guatita el plato de referencia. Organizó una teletón que generó críticas porque fue en realidad un acto del PRE, su partido político, y no de Estado; aunque dejó una imagen que aún lo persigue: bailó y cantó el Rock de la Prisión.
Un populista neoliberal
Si el show genera alguna sonrisa, su política económica generaba muecas. Bucaram era una contradicción. Se presentaba como socialdemócrata y sus gestos superficiales eran de populista, pero en lo económico era un neoliberal. Apenas empezó a gobernar apostó por continuar las políticas de apertura a ultranza de su predecesor, para luego plantear una reforma radical con la convertibilidad al estilo argentino como el corazón de sus planes.
El plan iba en serio, con la llegada del ministro de Economía de Carlos Menem, Domingo Cavallo, y varios asesores argentinos. La propuesta de una revaluación del sucre -se habló del Roldós de Oro- sirvió para que los movimientos sociales y varios grupos se aterraran y luego se rebelaran. Peor le fue con sus reformas tributarias.
Bucaram tampoco era muy sutil. A los roqueros los criticó por el largo del cabello. A la prensa la maltrató a placer. A las figuras opositoras las insultaba ‘creativamente’. Ni sus aliados se salvaban de su rápida lengua de fuete. Su amigo y ministro de Energía, Alfredo Adum, también crispaba el ambiente. Los caricaturistas lo dibujaban como cavernícola. En un recuento de las causas de la caída de Bucaram, Diego Araujo señala que uno de los errores fue escoger mal a sus figuras, en especial a Adum.
Bucaram fue despedido del poder en una semana de alta tensión. Tras enormes manifestaciones callejeras en Quito y otras ciudades, el 6 de febrero el Congreso Nacional lo declaró incapacitado para el poder. Rosalía Arteaga reclamó la Presidencia pero los diputados nombraron a Fabián Alarcón, presidente del poder legislativo, como mandatario interino. Fue la famosa Noche de los Tres Presidentes.
Luego de varios forcejeos, Arteaga fue “presidenta encargada” del 8 al 11 de febrero. Ella hasta ahora sostiene que le usurparon el derecho a terminar el período presidencial. Alarcón, presidente que nunca ostentó el mote de ‘constitucional’, recibió la banda presidencial el 11 de febrero, el mismo día en que Bucaram huyó a Panamá, en un nuevo exilio. Los militares respaldaron todo esto.
El legado de Bucaram es discutible, pero su sombra persiste. La frase “Nadie se baja de la camioneta”, que el defenestrado expresidente usó al referirse a los políticos que desfilaron sobre un balde en esos días aciagos, aún se usa coloquialmente. Por Twitter, Bucaram mantiene su estilo agresivo y gracioso. Y los millennials usan en sus memes ese video en que Bucaram pregunta a la cautiva audiencia: “¿Y ahora? ¿Y ahora? ¿Y ahoraaa..?”, una prueba del poder de su oratoria.
Su herencia en la estructura del país también merece un debate. Su gobierno fue un caballo desbocado al acantilado y su derrumbe hirió a la democracia pero también a la institucionalidad. Fueron 10 años en que los ecuatorianos se acostumbraron a la inestabilidad pero también cultivaron un sentimiento de hartazgo de los políticos. Quién pensaría que el pueblo le encargaría la tarea de reconstruir esa estabilidad a alguien tan parecido en algunos aspectos, empezando por el amor al canto.