Un libro indaga los contactos prehispánicos entre Ecuador y México
Núñez ofreció, la semana pasada, una conferencia sobre contactos marítimos prehispánicos entre Ecuador y México.
El extrañamiento detonó la larga investigación que el arqueólogo mexicano Carlos Núñez Calderón de la Barca plasmó en el libro ‘Los caminos que andan / Contactos marítimos prehispánicos entre Ecuador y México’.
El historiador cuenta que a mediados de los 60 encontró en un museo de Guerrero, en el estado mexicano de Acapulco, una vitrina con tiestos consistentes con la técnica de cerámica Valdivia, de los antiguos pobladores del Ecuador.
Los fragmentos de cerámica –tepalcates, como le dicen los mexicanos– fueron hallados en Puerto Márquez, Acapulco, a una profundidad superficial de unos 60 centímetros.
“Me reuní con el profesor Román Piña Chan, uno de los principales arqueólogos mexicanos, quien me dijo que para él esa cerámica se había moldeado fuera de ese puerto mexicano”, contó Núñez en una reciente conferencia sobre el tema en Guayaquil. “La cerámica más antigua de México llegó por el Pacífico. Salieron las balsas a relucir y empezó esta locura mía por la investigación porque, a su vez, la cerámica más antigua es la Valdivia, en Ecuador”.
Las balsas brillaron con luz propia, durante milenios en el Ecuador, según apunta el estudioso en su libro. La navegación en aquellas balsas permitió llevar y traer alimentos, objetos, costumbres y hasta mitos entre lugares remotos. “Todo esto, siglos antes de las dos conquistas: la incaica y la española, apenas a 50 años de distancia una de la otra”.
El arqueólogo, residente por décadas en Ecuador, se dio a la tarea de bucear por toda la costa mexicana en busca de conchas spondylus, desde las bahías de Oaxaca y cada año avanzaba un puerto más. Encontró sobre todo un tipo de spondylus ocroma, blanco con muy poco color, pero no el spondylus príncipe (princeps) de color rojo, que culturas ecuatorianas como la manteña obtenían de las profundidades y usaban como moneda de intercambio y cuyos restos se encontraron también en costas mexicanas.
La captura de la concha hizo de los pescadores precolombinos personajes muy respetados en sus comunidades. Se hundían con una piedra tipo mortero atada alrededor de la cintura y amarrada con una liana a la balsa y buceaban a pulmón a profundidades de entre 25 a más de 40 metros.
Según apunta en un estudio el arqueólogo ecuatoriano Jorge Marcos, los tremendos cambios de presión a que sometían sus cuerpos hacia de estos buceadores gente con prebendas, pero de corta vida. Núñez asegura además que el contacto fue con navegantes ecuatorianos porque la madera de balsa es originaria del país. Un tronco de balsa mide en promedio entre 60 y 70 cm; si se unen 11 troncos, la eslora de la balsa es de 7 a 9 metros de ancho, por 20 m de largo.
Los cronistas que vieron las balsas alrededor del año 1 500 describen como las embarcaciones movilizaban a familias enteras y cargaban pescado seco para una flotilla española.