Dolores Costales Peñaherrera, en una de las cabinas de grabación de Radio Visión, desde donde hace dos años se transmiten las cápsulas interculturales que ella crea y realiza. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Conversar cara a cara con Dolores Costales Peñaherrera es una experiencia emocionante y gratificante. Emocionante porque finalmente su voz, tan característica -que se escucha cotidianamente a través de la radio-, tiene un rostro. Y gratificante, porque sus ideas son claras, concisas y su elocuencia al transmitirlas es milimétrica; como pasa en esta conversación en la que preguntas y respuestas sobre el legado se van hilando sin esfuerzo.
Si hubiera una receta, ¿cómo diría que se construye un legado?
No hay fórmula para construir un legado. Simplemente, cada acción del ser humano, cada hecho, está construyendo un legado, se dé cuenta o no el individuo o la colectividad.
¿Todas nuestras acciones van a quedar?
Para bien o para mal quedarán, en mayor o menor medida ya están ahí.
¿Es deseable o sería una exageración que todo el mundo estuviera dejando un legado importante?
Lo óptimo sería que todo el mundo tuviera conciencia de lo que está dejando detrás, ya sea en sentido material o en sentido espiritual. Porque somos responsables de todo lo que hacemos en la vida y no solo en el momento presente. La ley de causa y efecto funciona en todas las circunstancias de la vida humana.
De su experiencia, ¿para qué sirven los legados, sobre todo los que están dirigidos a una colectividad?
Mira, los legados son fundamentales porque pueden constituir memoria colectiva. Y si son memoria colectiva son cultura. Entonces ni falta hace que te diga cuál es la importancia de la cultura de un pueblo.
¿Un legado, cuando tiene eco y peso colectivo, es una de las formas de la vida eterna o, por lo menos, de una vida muy larga?
Sí porque el legado va a permanecer en el tiempo. Y si tiene eco es que tiene una repercusión a nivel individual y colectivo; es decir que ese legado le está diciendo algo a la gente, está moviendo algo en su interior. Entonces es importantísimo.
¿Y también podría ser una forma suavizada de la vanidad?
Bien en el fondo yo creo que sí. Los seres humanos tenemos la tendencia innata a trascender en el tiempo.
¿Cuándo un legado, familiar por ejemplo, se podría convertir en un peso, una carga difícil de llevar?
Siempre es un peso, porque te condiciona. En mi caso, yo tengo como legado todo el trabajo de mis padres (los investigadores sociales Piedad Peñaherrera y Alfredo Costales), que tienen su nombre y reconocimiento; los hijos como que estamos obligados a estar a la altura de eso. ¿Y qué tal que tú sientes en tu interior que ni estás en competencia con ellos ni te sientes a la altura de superar el legado?
¿Alguna vez sintió eso?
Yo no. Pero hay mucha gente de fuera que como sabe que varios de mis hermanos y yo estamos en las Ciencias Sociales y publicamos libros, piensan que estamos en competencia; entre los hermanos y con los padres. A mí me parece absurdo. Cada uno tiene su camino, pero si tus padres han marcado un derrotero y un derrotero importante, y si ves que tus padres han hecho un gran servicio al país, te sientes obligado, ¿no? Yo creo que también tengo que servir al país y estar a la altura de mis antecesores.
¿Cuándo y por qué asumió este papel de guardiana del legado de sus padres?
Gracias por verlo de esa manera. Desde que comencé a estudiar periodismo, trabajé íntimamente con mi madre, especialmente cuando ella hacía su tesis para graduarse en periodismo también; mi madre no había terminado la carrera y se iba a graduar un año antes que yo, por eso yo le ayudaba con la tesis. Y todos los hijos desde pequeños nos involucramos en esta atmósfera de la ciencia y la historia, porque era lo que oíamos todos los días.
Pasa lo mismo con familias en las que todos son deportistas o aficionados al deporte.
Exacto. El tema predominante en mi casa era la historia, la cultura ecuatoriana, el rescate de los valores… Y me encantó trabajar con mi madre; luego trabajé ya en varios medios de comunicación y ahí me di cuenta de que mis padres tenían un trabajo sumamente valioso, muy importante, pero que se estaba quedando a nivel de la academia. Me di cuenta de que yo, como periodista, lo que tenía que ser es buena comunicadora de ese legado.
¿Decidió entonces que lo que quería hacer era difundir el conocimiento que sus padres habían creado?
Tú puedes ser un sabio, puedes haber descubierto muchas cosas pero cuando das el mensaje talvez no lo transmites. Entonces, qué sentido tiene. Yo veía que mi madre trabajaba con mucha elaboración mental. Ella entendía las cosas que decía y yo le entendía porque toda la vida le había oído, pero un lector de un artículo o de un libro suyo no le iba a entender necesariamente.
Claro.
Entonces comencé a trabajar en medios y fui difundiendo en pequeños artículos y crónicas ese trabajo, hasta que la vida me colocó en la obligación de hacer el programa pluricultural. Yo lo que quería era ser buena comunicadora, tanto del trabajo de mis padres como del mío, en términos sencillos, concretos y en poquísimo tiempo, para que el mensaje le llegara a la gente y se sembrara, como una semilla.
¿Ha valido la pena asumir este papel de guardiana?
En el sentido humano, claro que sí. Te enriquece profundamente. Te vuelve más inquisitivo, más investigador. Yo oigo a historiadores o a gente que en los medios dice cualquier cosa sobre la historia antigua de Quito y pienso: “¡No! Tengo que salir a decir cómo es, porque tengo el respaldo del documento y tengo la investigación”. Me angustia que a los niños no les formen bien en historia en la escuela, que no les generen curiosidad por el legado de nuestra cultura.
¿Cuáles son las características de un legado que no será presa fácil del olvido?
Primero, tiene que ser verdadero. La gente a la que llegas tiene que sentir interiormente que es algo que le toca y que es algo que tiene que continuar, y que, por eso, tiene que conservarlo. Si no es verdadero lo que estás diciendo, no tiene ningún sentido; eso no va a trascender.
¿Cuál ha sido el legado más importante que sus padres le dejaron a usted?
Para mí, es la conciencia de que somos legatarios de una cultura maravillosa, con sus propios valores; de una cultura que, pese a que nosotros la hemos desconocido, llevó sus rasgos a las grandes culturas posteriores de la América precolombina. Es en nuestros grupos prehistóricos del litoral en los que surge hace más de 4 000 años, de manera conjunta, la cerámica y la agricultura: los pilares fundamentales de la civilización.
¿Y podría pensar en una arista distinta del legado de sus padres, por fuera del ámbito del conocimiento, o eso lo copa todo?
Es lo fundamental, pero creo que es importante también el legado humano de ellos porque mis padres fueron personas íntegras. Íntegros en la búsqueda de la verdad histórica; íntegros en su relación con la colectividad, con el país; y yo diría que nos dejaron un ejemplo de cómo debe ser un ecuatoriano que verdaderamente ame al país.
Para usted ¿cuál es el legado más nocivo de nuestros ancestros?
La ignorancia de nuestro propio ser cultural y la falta de autoestima, porque tenemos una mentalidad de pueblo conquistado.
¿Qué tan buenos ancestros seremos los ecuatorianos de hoy?
¡Dios mío! Mira, yo creo que la historia de las colectividades no es lineal, y creo que vamos dando saltos evolutivos pese a nosotros mismos. Como humanidad tenemos que evolucionar e incluso los momentos más oscuros de la historia nos obligan a crecer por sobre nosotros mismos, sobre el dolor y el sufrimiento. Yo espero que esta etapa tan dura que está viviendo el país nos obligue aunque sea a las malas a dar ese salto positivo.
¿O sea que sí puede haber esperanza de que dejemos un legado positivo?
Yo creo que sí. Mi esperanza no está fundada en la clase política. Yo creo que tenemos que pensar en la juventud, que se está formando en este momento. A esa juventud es a la que le tenemos que transmitir valores, autoestima, la verdadera historia de este país. Tienen que sentir orgullo por lo que son, por el legado que nos dejaron y no hemos conocido. Y lo poco que hemos conocido lo hemos irrespetado, porque no lo hemos valorado.