La narradora colombiana presenta su más reciente novela, ‘Pecado’. Foto: Enrique Pesantes/EL COMERCIO
La escritora colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950) es una de las invitadas de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, que abrió sus puertas hoy 7 de septiembre de 2016 en el Centro de Convenciones de Guayaquil.
La narradora presenta su más reciente novela, ‘Pecado’, atravesada por personajes como una descuartizadora, un adolescente asesino o un verdugo apodado La Viuda.
El adulterio, el incesto, la vanidad o la soberbia son otros de los pecados de los personajes, que viven bajo el telón de fondo del conflicto y la violencia en Colombia.
Las dictaduras de Chile y Argentina, o el conflicto colombiano han deparado novelas portentosas. ¿El dolor de los pueblos alienta a la buena literatura?
La guerra y la violencia no producen nada, salvo muerte y tristeza. Lo que produce la literatura es precisamente lo contrario, la necesidad de sobreponerse y de buscarle una explicación y de abrir otros caminos.
¿La literatura arroja entonces luces para comprender esa violencia?
Sí, de alguna manera para exorcizar también. Mucha de la gran literatura colombiana está marcada por la violencia, pero no es producto de la violencia. Más bien al contrario, la literatura, la cultura en general, el arte, sería una especie de terreno donde la guerra no penetra, donde la comunicación sigue siendo posible, donde se buscan otras vías. Por más que el tema sea la guerra o la violencia, la sola utilización de un lenguaje literario ya produce toda una depuración.
¿Qué desafíos afronta ahora la literatura colombiana frente a la firma de la paz?
La literatura tiene sus propios caminos y no se deja determinar por nada, así que irá por donde quiera como siempre. Es difícil saber si se entrará directamente con el tema o si eso tomará años. Pero de todas maneras hay ciertos tópicos que van a hacer fundamentales en la vida colombiana, ya lo vienen siendo, y supongo que se van a desarrollar a través del periodismo, de los ensayos y de la literatura. Y es el tema de la reconciliación. Como se genera un nosotros donde se puedan reconciliar personas que siempre se han visto como antagonistas, el tema de la ética me parece fundamental porque durante la guerra la ética sufre una reducción.
¿Ese es un reto también para la sociedad?
Hay la necesidad de trabajar una ética que de alguna manera se coloque por encima de ti y de mí, y que establezca pautas de convivencia que nos rijan a los dos, no ya el uno contra el otro. Una ética que rija para ambos en vez de señalar quien es el bueno y quien es el malo.
¿El proceso hacia la paz también es un susceptible generador literario?
Seguramente, no se si más bien grandes reportajes o literatura. Pero creo que hay ciertos temas que tienen que ver con la literatura, que posiblemente encuentren mayor espacio, como decía en un reciente artículo en El País, que son por ejemplo la intimidad, la cotidianidad, porque en épocas de guerra buena parte de la literatura se vuelve estruendosa, los eventos exteriores y extremos son tan ruidosos, tan llamativos, que un terreno más sutil, más silencioso, más secreto de la cotidianidad se pierde.
En general en América Latina nuestro fuerte nunca ha sido una literatura de la intimidad. Y esto puede propiciar a voltear la mirada hacia otras situaciones, hacia los conflictos de las almas.
¿Y de qué manera está reflejado el conflicto colombiano en su última novela, ‘Pecado’?
El conflicto colombiano está presente de forma indirecta, pero sí el tema de la ética que te decía. El libro se enmarca un poco en esa necesidad de empezar a pensar en pautas de comportamiento, en pautas de conducta que nos permitan espacios comunes.
La palabra pecado está más o menos en desuso o que correspondería más a los boleros que a la moral, pero de todas maneras es una palabra que tiene su sortilegio. Y la idea era contar la historia de gente que tiene que recorrer el camino de lo que podríamos llamar el mal, y como colocarse frente a estas personas, más observándola que juzgándola.
Hay un asesino, un descuartizadora en el libro. ¿La guerra aparece entonces en el libro de forma tangencial?
Muchos de los pecados que aparecen en el libro tienen que ver con violencia, que desde luego es una de mis obsesiones, tampoco en vano puedes vivir y enfrentarte a tantas décadas de violencia sin preguntarte de forma permanente por qué, qué hay detrás o como nos cambia la violencia.
Otra de mis novelas, ‘Delirio’, giraba en torno a la idea de que la guerra estaba afuera y que con cerrar bien la puerta de la casa bastaba para estar a salvo. Y no es así, la guerra tiene maneras de filtrarse por debajo de la puerta y de perturbar también lo que es la intimidad de las relaciones, todo lo permea. Está presente en la sopa que te tomas, en las relaciones entre hermanos…
¿Por qué relacionar los relatos de pecado de su libro con la pintura El jardín de las delicias, de El Bosco?
Por la necesidad también de darle un marco más universal. El gran maestro es uno de los más complejos e indescifrables, pero al mismo tiempo el que más pistas parece dar de toda esta historia de la caída en el pecado, de la relación del ser humano con el mal. Era un poco la necesidad de darle un marco más amplio, esto no es solo problema nuestro, es que los latinoamericanos somos violentos, es que los colombianos nos matamos… El Bosco servía para enmarcar nuestra visión local dentro de un panorama más general.
¿Qué pretendía con este libro?
Uno pretende siempre que lo lean (sonríe). Era un reto moral para el lector. Hay pecados más leves que otros, pero está la situación del incesto, está la manifestación de la violencia. La idea era más que entrar a juzgar era invitar al lector a ponerse en los zapatos de quien está pasando por esa situación. Tratar de ver desde adentro, más que un juicio desde afuera.
¿Cómo se vinculan las historias de todos estos pecadores?
Hay hilos conductores que son muy claros, todos los personajes tienen en común que incurren en ese terreno de lo que llamamos el mal. El propio Bosco es hilo conductor porque ‘El jardín de las delicias’ aparece en los distintos relatos. Otro de las constantes es la fragmentación del cuerpo humano como la perdida de un sentido de totalidad, que se refleja en la fragmentación.
¿Eso nos lleva a Felipe II y a la inquisición, cuya historia abre su nuevo libro?
El rey Felipe II, que es quien adquiere el cuadro de El Bosco, está marcado por la dualidad de ser supuestamente el gran defensor de los valores del cristianismo y al mismo tiempo el impulsor de la inquisición, con procedimientos que se parecen más al infierno que pintaba El Bosco que a sus paraísos. Y Felipe II poseía la colección más grande de reliquias de santos, pedacitos de cuerpo: muelas, hueso, cabello, en frasquitos que se volvían relicarios. Y luego está en el libro la descuartizadora, el cortador de cabezas… El cuerpo fragmentado vendría a ser una forma de entender el mar como imposibilidad de abarcar la totalidad.