La Condamine, el Barón ecuatorial

Carlos María de La Condamine dibujó hacia 1740 un plano de Quito, utilizó el campanario de la iglesia de La Merced. Rigió hasta el final de la Colonia.

Carlos María de La Condamine dibujó hacia 1740 un plano de Quito, utilizó el campanario de la iglesia de La Merced. Rigió hasta el final de la Colonia.

Carlos María de La Condamine dibujó hacia 1740 un plano de Quito, utilizó el campanario de la iglesia de La Merced. Rigió hasta el final de la Colonia. Foto: www.oldmapsonline.org

Carlos María de La Condamine (1701-1774) es una de las figuras icónicas de la Ilustración francesa del siglo XVIII. Nacido en una familia de la nobleza media, se formó como militar y marino, y desarrolló aptitudes como geodesta, geógrafo, matemático, astrónomo, naturalista y etnógrafo.

Viajó por Algeria, Alejandría, Palestina y Estambul. De regreso a París, la publicación de sus observaciones matemáticas y físicas motivó la atención de la Academia Real de Ciencias, que le abrió sus puertas. Para entonces, sus contribuciones eran modestas y era reconocido más bien como un “activista científico”, empeñado en difundir los nuevos conocimientos.

En 1728, junto al filósofo Voltaire, hizo un turbio negocio con la venta de billetes de lotería en París, que le significó una importante fortuna personal. Según su célebre socio, La Condamine solía presentarse a las reuniones informales de la Academia vestido “al estilo levantino, como un turco”, procurando a través del exotismo su promoción personal.

Era un individuo hiperactivo, que daba la impresión de estar haciendo muchas cosas al mismo tiempo. Disponía de una conversación amena y variada, que podía matizar con mímica e imitación de voces.

A inicios de los treinta, la mayor controversia científica versaba sobre la forma de la Tierra, si era achatada en el Ecuador o en los polos. Esto suponía no solo un dilema científico sino además filosófico y religioso. Una vez afianzada la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo, complementada por las leyes de Kepler -sobre el doble movimiento de rotación y traslación de los cuerpos celestes- faltaba comprobar empíricamente si los postulados de Descartes o las leyes de gravitación universal de Newton prevalecían.

Según Descartes, tal movimiento era originado por remolinos interiores que actuaban dentro de los cuerpos celestes, mientras Newton sostenía que solo era mecánico, producto de su recíproca interacción y equilibrio dinámico. Lo primero admitía la intervención divina, lo segundo no.

La Academia resolvió enviar una misión científica con destino a Quito, en el Virreinato del Perú, para efectuar la medición. La decisión se debió a que era el territorio más poblado y civilizado en la latitud 0°.

La misión estuvo conformada por tres académicos: Luis Godín, Pedro Bouguer y La Condamine, bajo la jefatura del primero, a más de siete ayudantes en distintas disciplinas y 14 sirvientes. Zarparon en mayo de 1835 de La Rochelle, con destino a Martinica, efectuando escalas en Santo Domingo, Cartagena -donde recogieron a los marinos hispanos, acompañantes designados, Jorge Juan y Antonio de Ulloa- Portobelo, Panamá, para llegar luego a su destino.

Al recalar en Manta, La Condamine y Bouguer se quedaron en tierra para familiarizarse con los instrumentos y determinar el punto por donde pasaba el Ecuador en la línea de costa; Godín, con el resto, iría hasta Guayaquil para seguir la ruta terrestre a Quito.

Poco después, Bouguer enfermó y optó por reunirse con los demás. La Condamine quedó solo en su tarea, continuando hasta Esmeraldas. Encontró a Pedro Vicente Maldonado, riobambeño práctico de la geodesia y la geografía, quien se encontraba empeñado en abrir una ruta alternativa que comunicara el callejón andino con el Pacífico, toda vez que la vía por Guayaquil era intransitable seis meses al año. Desde ese momento, surgiría una entrañable amistad.

Con solo su cazadora, una hamaca y dos indios portadores, La Condamine siguió el curso del río Esmeraldas para remontar la cordillera, pasando por las reducciones de Nigua, Nanegal y Nono, donde debió empeñar parte de sus equipos.

Llegó a Quito a principios de junio de 1736, pocos días después del resto de colegas que habían ingresado con una recua de 70 mulas, en medio de festejos. Mientras la misión fue alojada provisionalmente en el Palacio de Gobierno; él optó por acomodarse en el Colegio San Luis de los jesuitas.

Les había tomado 13 meses llegar a su centro de operaciones, y preveían que la medición demandaría entre 18 y 24 meses, cuando en la realidad ocuparía cerca de una década.

Escogieron la planicie de Yaruquí, un kilómetro al norte de la línea Ecuatorial pues, a diferencia de Cayambe, no tenía interrupción de ríos ni quebradas que impidiesen el trazo de la primera línea base de la medición trigonométrica que se efectuaría con dirección sur, hasta las inmediaciones
de Cuenca. Se proponían medir 3 grados de meridiano para obtener un ponderado, aprovechando la configuración norte-sur de la cordillera de los Andes.

A más de los desafíos logísticos y operativos, la misión afrontó una división interna debida al carácter competitivo de los científicos franceses, al punto que Godín, Bouguer y La Condamine efectuaban sus mediciones por separado.

Desde la llegada a Quito, el problema económico fue constante. En medio de las penurias, La Condamine montó un almacén contiguo a su habitación y vendió textiles, cuchillos, armas de fuego y joyas, traídos de Europa. Fue procesado por contrabando, aunque salió bien librado.

Finalizando 1737, se vio precisado a viajar a Lima para hacer efectivas letras de cambio que permitieran sufragar los gastos comunes. En su paso por Loja estudió la quina, cuya cascarilla producía la quinina, poderoso febrífugo descubierto por los jesuitas en el siglo XVII; puso atención a la variedad roja, que demostró ser la más eficaz. También descubrió el caucho, resina que posteriormente tendría un amplio uso industrial.

Para entonces conocían que la expedición de su colega Maupertuis, enviada después por la Academia a Laponia, en el norte de Suecia, había presentado sus resultados, validando la teoría newtoniana del achatamiento en los polos. Aun así, continuaron con la comprobación.

Cuando estaban por terminar la medición trigonométrica en Cuenca, hacia el final de 1739, se produjo el trágico asesinato del cirujano Juan Seniergues. Ocurrió durante una corrida de toros, por un problema de faldas, e intervino el propio Vicario azuzando a la población al grito de “¡mueran los franceses!”, suponiendo su condición de herejes protestantes. La Condamine escapó por poco de ser linchado.

Concluida la fase de triangulación, que significó medir tres grados y medio de meridiano, colocando pirámides de madera de cuatro metros de alto en las altas montañas (Pichincha, Cotopaxi, Chimborazo, etc.) a manera de señales visibles, que con frecuencia eran derribadas por el viento o robadas por los indígenas, resultó necesaria una validación astronómica.

En Cochasquí, en el norte, así como en la planicie de Tarqui, en el sur, montaron observatorios para medir la elevación de la misma estrella simultáneamente, coordinación que demostró ser harto difícil por la frecuente nubosidad.

Entretanto, La Condamine se ocupó de dibujar un plano de Quito, utilizando el campanario de la iglesia de La Merced; y a la vez, en colaboración con Maldonado, hizo un mapa de la Real Audiencia de Quito, que tuvo vigencia hasta el término de la Colonia.

Solicitó autorización para construir un par de pirámides en Yaruquí, que testimoniasen su trabajo para la posterioridad; y, si bien la obtuvo, su inscripción resultó motivo de controversia. Juan y Ulloa protestaron por el papel secundario que se les asignaba tanto a ellos como al propio Rey. De este modo, a la flor de lis de la cúspide se le colocó encima una corona de bronce española; sin embargo, pronto fueron demolidas aunque reconstruidas después.

En mayo de 1742, los geodestas decidieron hacer un intercambio de sus mediciones del meridiano, ratificando el compromiso de que no habría publicaciones independientes sino una conjunta al volver a París. Bouguer fue el primero en regresar por la vía del río Magdalena y Cartagena; estuvo en Europa al finalizar 1744 e incumplió la promesa al presentar primero sus resultados, dando origen a una interminable disputa con La Condamine, que solo terminaría con la muerte del primero.

Mientras Godín se dirigió a Lima aceptando una cátedra universitaria, La Condamine optó volver por la vía del Amazonas, bajando por Loja hasta Borja, a orillas del Marañón, donde se reunió con Maldonado. Ambos descenderían en postas de canoas de 12 metros con ocho remeros, en lo que constituyó una verdadera ordalía. Sirvió para recoger abundante información zoobotánica y etnográfica, al tiempo de elaborar un nuevo mapa de la vasta cuenca.

Volvió a París en febrero de 1745, diez años después de su partida. Conocedor de que la controversia de la forma esferoide de la Tierra era un tema del pasado, con mucha habilidad puso énfasis en su aventura por el Amazonas, cuya difusión resultó todo un éxito y permitió posicionarlo como una figura científica y también literaria de primer orden.

Sus publicaciones sobre la misión fueron igualmente exitosas, y sirvieron para afianzar en el imaginario europeo “la tierra de Ecuador,” nombre que adoptaría la futura nación.

Entregó literalmente su vida a la ciencia, toda vez que en 1774 se sometió voluntariamente a una operación de cirugía experimental, sin ­anestesia, cuyos estragos no pudo superar.

Suplementos digitales