Viera en uno de los ensayos abiertos de la obra, que recorre su pasado familiar y las fuentes artísticas que lo han formado. Foto: Cortesía Gonzalo Guaña.
Hacer un repaso en retrospectiva a la vida misma no es tarea sencilla, y mucho menos cuando esta abarca decenios dedicados a la danza. El maestro Kléver Viera hará un festejo doble con ‘El niño del floripondio’, obra que celebra su trayectoria escénica de 40 años y su aniversario 60.
El escenario que acoge a esta obra es el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. La pieza es dirigida e interpretada por el mismo Viera. Pese a que su baile es unipersonal, él indica que estará acompañado por “cuatro testigos, que son mis alumnos y discípulos”.
Asimismo, se ponen en juego una escenografía casi naturalista y, en su mayoría, la música melancólica del pasillo. Elementos que ambientan el recorrido a la vida familiar de Viera, quien se reconoce más como profesor de danza contemporánea que en calidad de coreógrafo o bailarín.
‘El niño del floripondio’ debe su nombre a anécdotas de la infancia del maestro nacido en Toacazo (Cotopaxi), pueblo en el cual, entre juegos, Viera y sus hermanos pasaban tiempo en el árbol de guanto de sus padres. Esta anécdota marcó en Viera su relación con su sitio de origen y los vínculos con su familia.
No obstante, la obra se inicia con una escena de contemplación donde un padre y su hijo miran un cuadro vacío. Esta metáfora, según Viera, dice mucho de su búsqueda por “la inmensidad del vacío”, misma que, de algún modo, también da cuenta de “la necesidad mística del ser humano” de la soledad, asegura.
Enfrentando estas temáticas filosóficas y personales, Viera recurre a lo festivo en su baile. Es así que esta obra reconcilia el mundo occidental y el andino. Para el maestro, de esa manera une dos mundos y dos polos que lo han formado: lo humano y lo bestial, el amor y el dolor, la partida y el regreso.
De ahí que ‘El niño…’ también sea un homenaje a sus padres. Un homenaje que se evidencia en el uso de sus sombreros, complementado, a su vez, con la vestimenta de un jean y un poncho, prendas que representan la hibridez que caracteriza a la cultura ecuatoriana.
De ahí también el baile de cuatro pasillos clásicos que ejecuta Kléver Viera. Para él, esta es una expresión musical que conjuga el sentir melancólico y festivo del ser andino. Este recorrido bailado, además, abarca críticas, afirmando así el espíritu escéptico de este bailarín; en especial por las metáforas que cuestionan prácticas chamánicas.
Esta obra, al ser un recorrido a la vida de Viera, contiene sus influencias del butoh, del Zen, de la danza mexicana y de la andina. Pero, sobre todo, es un enfrentamiento ante sí mismo desde sus propios oficios: coreógrafo, bailarín y maestro.