José María Velasco Ibarra llegó a Carondelet en 1944, a partir de una alianza política inédita en el país. Amplios sectores se unieron para derrocar a Carlos Arroyo del Río. Foto: Archivo
Carlos Alberto Arroyo del Río llegó a la Presidencia en enero de 1940, mediante un escandaloso fraude perpetrado sobre José María Velasco Ibarra, debido a lo cual el régimen prontamente se confrontó con sectores importantes de la población.
La situación se exacerbó, luego, cuando se produjo el cercenamiento territorial y el Gobierno se sujetó a la firma del Tratado de Río de Janeiro de enero de 1942, provocando desazón en la Patria. Estas causas, entre otras, llevaron a una oposición frontal del pueblo ecuatoriano en contra del régimen que, para mantenerse en pie, generalizó la represión.
Por ello en 1942 los sectores de la derecha política y los de la izquierda, por separado entonces, articularon una línea de oposición frontal a Arroyo del Río.
En este contexto se produjo un nuevo hecho: en marzo del año de 1943 debió realizarse el Congreso Obrero Nacional, pero la infiltración de gendarmes en el acto preparatorio de este encuentro impidió su funcionamiento -así se evitó que los trabajadores del país repudiaran formalmente al régimen- y fue el punto de partida para que se iniciara, desde el Poder, la represión selectiva en contra de los dirigentes sindicales.
Estas circunstancias condujeron a algunos sectores de las izquierdas para que aceptaran que era indispensable sumarse a acuerdos políticos con sectores de otras vertientes ideológicas para enfrentar al Gobierno, todo lo cual dio origen, finalmente, al aparecimiento de Acción Democrática Ecuatoriana, ADE.
La organización fue fundada en julio de 1943, con la confluencia, principalmente, de núcleos liberales, comunistas, socialistas y conservadores, y en cuyo accionar el papel del dirigente comunista Pedro Saad y del conservador Mariano Suárez Veintimilla fue fundamental.
Empero, las circunstancias internas en el país se precipitaron. En 1944 los estudiantes y amplios sectores sociales comenzaron a expresar su adhesión a la precandidatura presidencial de Velasco quien, hábilmente, se engarzó en la vorágine política, mientras desde las filas comunistas y conservadoras, su nombre se tornó en la alternativa electoral de ADE.
Velasco, quien comprendió a la perfección el momento político nacional, se trasladó entonces, a inicios de 1944, desde su lugar de exilio, Chile, hacia Colombia. En estas circunstancias le impidieron ingresar al Ecuador y aquello constituyó un nuevo antecedente para que la oposición al régimen de Arroyo del Río mirara en el “gran ausente” la figura central del recambio político.
Manuel Agustín Aguirre, el máximo dirigente socialista de ese periodo, advirtió a sus compañeros de partido que era indispensable su desplazamiento para entrevistarse con Velasco Ibarra, pues se requería definir algunos elementos programáticos fundamentales para la acción política inmediata. Igual opinión tuvieron algunos dirigentes de ADE, quienes también consideraron oportuno encontrarse, lo más pronto, con quien fue constituyéndose como el líder de la oposición a Arroyo del Río.
Debido a los motivos señalados Aguirre se trasladó a Ipiales, en los primeros días de marzo, para hablar con Velasco. De este encuentro dijo Manuel Agustín Aguirre posteriormente: “Le hice un sucinto panorama del Ecuador y las fuerzas en lucha, insistiendo en la situación económica. El doctor Velasco me escuchó con atención y luego me dijo: doctor Aguirre, usted todavía es joven y no sabe que para gobernar no se requiere ni planes ni programas. La intuición. La intuición es lo que le guía a uno de aquí para allá y más allá… Mi desilusión fue total. Era un hombre de derecha que alguna vez, con cálculo oportunista dijera: mi alma está a la izquierda”.
Llegó así el 28 de mayo de 1944, momento en que ADE, los estudiantes, núcleos de trabajadores y amplios sectores sociales derrocaron a Arroyo del Río e impusieron a Velasco Ibarra en el poder.
Los compromisos del caudillo con ADE pronto se esfumaron. No respetó ni la forma de conformación del gabinete ni el programa que había construido ADE. A pesar de ello, en sus filas -incluidos los partidos de izquierda- los afanes colaboracionistas les hicieron perder la objetividad de los acontecimientos.
La convocatoria a la Constituyente, ocurrida así mismo en el momento menos esperado, generó nuevas expectativas por la posibilidad de la redacción de una Constitución Progresista, asunto que ocurrió entre 1944 y 1945 gracias a la presencia, en la Constituyente, de sectores de avanzada política. Aquella nueva Constitución, en todo caso, nunca entró en vigencia.
Velasco tenía marcada su ruta. Por esta misma circunstancia, uno de los sectores que le habían apoyado en 1944 -los estudiantes universitarios- exigió su renuncia a la Presidencia por la traición a los ideales de “La Gloriosa”.
El joven dirigente estudiantil Plutarco Naranjo Vargas fue el encargado de este petitorio mediante carta entregada al mandatario. Este acontecimiento no sería sino un antecedente del desencanto total: en marzo de 1946 Velasco se proclamó dictador y persiguió a los dirigentes políticos y sociales que unos meses atrás lo habían llevado al poder.
“La revolución que no fue”, bajo los contextos señalados, ha de entenderse como un hecho que demostró los límites de un proceso que buscó el recambio de gobierno valiéndose de la figura de un caudillo que construyó un imaginario político conforme los requerimientos de ese momento -y en plena relación a lo que quería escuchar la gente– y que, de manera adicional, estuvo atrapado con el entorno internacional que demandaba claros alineamientos geopolíticos a propósito del aparecimiento de la denominada “guerra fría”, frente a cuya realidad Velasco Ibarra no podía seguir apareciendo “con el alma o el corazón a la izquierda”.
*Escritor e historiador. Miembro de la Academia Nacional de Historia.