La vida de José Antonio Anrrango está atada al campo. El agricultor, nacido hace 42 años en la comunidad indígena de Cumbas Conde, creció entre las plantaciones de maíz, fréjol, quinua y amaranto.
Esos eran algunos de los productos que cultivaba su padre Francisco, solo con el agua de lluvia, para el sustento de la familia.
José Antonio es uno de los dos guardianes de las 99 clases de semillas andinas, que identificó el Instituto Nacional Autónomo de
Investigaciones Agropecuarias (Iniap), en Cotacachi.
Del total, 29 corresponden a maíz, 40 a fréjol y el resto a tubérculos y frutales silvestres.
“El maíz blanco sirve para hacer mote, el chaucha para tostado y el negro es medicinal”, asegura el campesino que se desempeña como promotor de agroecología y seguridad alimentaria.
Ese es el cargo que le encomendó hace una década la Unión de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Cotacachi (Unorcac). Ha asistido a cursos y talleres que le han permitido alternar con la experiencia de labrar la tierra. En su parcela de 1,5 hectáreas, que parece un mercado porque tiene de todo, labora en la madrugada y al atardecer.
El día lo dedica a recorrer las 42 comunidades explicando la necesidad de diversificar los cultivos, que garantiza la vida de las semillas. También comparte técnicas para criar gallinas, chanchos, cuyes, para mejorar la alimentación de las familias.
Un fino bigote resalta en el rostro moreno de Anrrango. En una motocicleta se moviliza por las vías de tierra que conducen a las comunidades de este cantón. Todos los conocen, en especial los beneficiarios del plan de parcelas agrobiodiversas.
Según Hugo Carrera, coordinador del Área de Recursos Naturales de Unorcac, Arrango dinamiza la participación y selección de beneficiarios para las parcelas campesinas.
En esos encuentros, el campesino llega a acuerdos con las familias interesadas en capacitarse sobre las formas más adecuadas de sembrar las semillas que están en riesgo de desaparecer.
A diferencia de los bancos de semillas institucionales, en este cantón la mayoría de variedades está en manos de los campesinos. “A estos se les denominan bancos de semillas activos, porque están vivos en los huertos”, comenta José Antonio Anrrango, con una sonrisa que delata una estrella de oro en uno de sus dientes.
En la pasividad de su hogar, el guardián de las semillas prefiere las tardes para desgranar las mazorcas de maíz. Con sus manos ásperas selecciona los granos aprovechando los últimos rayos del sol que se filtran por una ventana de su casa.
Los maíces más delgados los destina para la alimentación de su familia. Mientras que los más gruesos los guarda en un saco de cabuya hasta la próxima siembra, de septiembre.
“Las semillas más fuertes aseguran una buena cosecha”, les explica a dos de sus siete hijas, que le ayudan en la tarea.
Los tres están sentados en el tendal en donde se secan variedades de maíz y fréjol, haba, quinua, el amaranto…
Las semillas las guarda en pequeños sacos. Este producto debe estar en un lugar seco y con poca luz.
CÉSAR TAPIA
Líder de Recursos Genéticos, Iniap
‘La erosión genética se evita con más cultivo’
En el país hay casos de erosión genética y pérdida de diversidad agrícola. Los productores paulatinamente han restado el valor de sus semillas y esto se ha reflejado en problemas nutricionales en las comunidades rurales.
El Instituto Nacional Autónomo de Investigaciones Agropecuarias (Iniap), además de trabajar para conservar las semillas en los bancos de germoplasmas, maneja estrategias para mantener las variedades genéticas en cada zona. Para ello, el mejor camino es el intercambio de productos entre los campesinos.
Desde el 2002, el Iniap estableció una alianza con la Unión de Organización Campesinas e Indígenas de Cotacachi (Unorcac) para el desarrollo de un plan integral de conservación genética. Entre los logros están la feria de intercambio de semillas, los registros comunitarios y la caracterización de germoplasmas.
La razas botánicas que hay en Cotacachi están distribuidas en la mayoría de agricultores del cantón. Hay labradores que usan pocas semillas para el mercado y otras para su alimentación diaria y festividades.
Esa agrobiodiversidad provee servicios ambientales. Una de estas chacras genera muchas ventajas en la cadena alimenticia, como el mejoramiento de la tierra y el ambiente.
Pero esa lógica andina se está perdiendo en el país. La deforestación y desertificación de suelos, cambios de hábitos alimenticios son las causas. En Cotacachi, el sistema está muy arraigado y eso ha permitido que sobrevivan varias especies.
Sin embargo, hace falta capacitación a los campesinos en el manejo de semillas. Las variedades tradicionales que usan los cultivadores nacionales son de buenas características. Pero las continuas siembras con las mismas semillas provocan un deterioro fisiológico. Se debe abrir espacios para el proceso de producción de semillas nativas de calidad.
Además, se trabaja en la capacitación en agrobiodiversidad. Hay una guía de educación que se implementa en varios sitios. La experiencia de Cotacachi es única en el país y en Latinoamérica. Es un plan integral que no solo busca conservar las semillas, sino que sirvan para mejorar la vida de los comuneros.
Los mercados son muy complicados. En el Ecuador hay mucho que hacer no solo en el área de investigación, sino en la cadena de valor. Es difícil romper los esquemas de mercados que tienden a homogeneizar y no a diversificar la agricultura.
INVESTIGACIÓN
El bioconocimiento une a tres entidades
Bajo el objetivo de transferir el conocimiento ancestral y técnico en beneficio de los agricultores, la Universidad Católica, sede Ibarra, la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación y el Instituto Nacional Autónomo de Investigaciones Agropecuarias unieron sus fuerzas este año.
Según Andrés Simbaña, de la Universidad Católica, la actividad académica debe transferir a la comunidad el conocimiento en torno al manejo de semillas de calidad. Como parte de esta iniciativa las tres instituciones crearon el Centro de Bioconocimiento y Desarrollo Agrario, ubicado en la parroquia Imbaya, del cantón Antonio Ante. El banco de semillas se pondrá en funcionamiento este año.
La mayoría del producto lo utiliza en las ferias de intercambio, que se efectúan antes de la siembra, desde hace 11 años.
Arrango y otros 300 agricultores de la zona rural de Cotacachi intercambian las semillas. Los de la parte alta traen ocas, papas, quinua y se llevan maíz, fréjol, habas, amaranto que se cultivan en el valle. Él cree que ahora las semillas seguirán germinando.
COTACACHI
La parcela pequeña asegura la variedad
En Cotacachi, la mayoría del área cultivable está en manos de pequeños productores que no poseen más de una hectárea. Según estudios de la Unorcac, esto permite que un campesino concentre muchos cultivos en pequeños espacios.
Los productos infaltables son el maíz y el fréjol de diferentes variedades. Según datos del Instituto Nacional Autónomo de Investigaciones Agropecuarias, las semillas evolucionan con los factores ambientales. Mientras que cuando están en un banco de germoplasma no cambian. Es por eso que los campesinos prefieren las semillas activas. Es decir, que no estén las semillas en la refrigeradora, sino que sean cultivadas en los predios que poseen los campesinos.
LAS FRASES
‘En Cotacachi hay 29 especies de maíz. La mayoría está en riesgo por la poca demanda en el país’.
‘El intercambio de las semillas, antes del inicio de la siembra, democratiza la repartición’.