Dibujo anatómico es una pintura en la que Velarde plasma una paleta de pintura en lugar de su cerebro. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.
Redacción Guayaquil (I) cultura@elcomercio.com
La figura del Solitario George, con un pincel empuñado en una de las patas y con una paleta de pintura como caparazón, es símbolo y “amarga broma” de la muestra ‘Slow Painting’, de Jorge Velarde. El artista guayaquileño vuelve al cauce de la pintura surrealista, que tanto lo sedujo en sus primeros años y confiesa que el producto de su trabajo está marcado más por sus defectos y limitaciones que por sus virtudes.
La exposición, que recoge la obra más reciente del artista plástico juega con el concepto del ‘slow food’ (comida lenta). Por una parte, Velarde se burla de sí mismo: cada vez le toma más tiempo y se le hace más difícil terminar un cuadro.
Pero como en el movimiento gastronómico, que se contrapone a la estandarización internacional de la alimentación, el pintor también busca salirse de la corriente.
“Sucede parecido en el arte, hay un arte que se produce de manera estandarizada en todas partes. El arte contemporáneo que se produce aquí es muy parecido al que se produce en Colombia, en Perú o en la China, salvo diferencias de presupuesto”.
El artista se siente un solitario de la pintura. La figura de ‘El Solitario George’, ícono de la exhibición que mantiene abierta hasta fin de mes en la Pinacoteca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana – Núcleo del Guayas, proviene de una pintura suya del 2009.
Entre las obras que más impresionan en la sala de la Pinacoteca está una de más de 6 m de ancho: Ayudante de mago (en tiza pastel y acrílico sobre dos trozos de papel cartón). En la obra se muestra al propio pintor partido a la mitad en una caja de prestidigitador.
Según el crítico Julio César Abad Vidal, investigador y docente del Proyecto Prometeo, la exhibición presenta un catálogo de las claves de la obra de Velarde: autorretratos dramatizados, su amor irrestricto al oficio de la pintura, los retratos de su círculo afectivo y los realizados por encargo. Todo surcado por “el humorismo un tanto amargo” que atraviesa buena parte de su producción.
Un gallo fumador, el propio autor convertido en un robot de cuerda y una sirena leyendo desde el retrete están entre las obras expuestas. También un niño colgado de un cordel de ropa y un rostro lleno de embudos… “El surrealismo siempre me ha gustado, es muy viejo en mi trabajo”, explica el artista.
También tiene que ver con su forma de trabajo. Las ideas llegan en forma de imágenes que lo asaltan, pues generalmente nunca parte de ideas teóricas o conceptuales, dice.
Otra de las obras que impresiona es Dibujo anatómico, otra pintura de gran formato y también un autorretrato, en acrílico y tiza pastel sobre papel. Se trata del perfil realista del propio artista con barba hirsuta y una paleta de pintor en el lugar de cerebro.
La división de la paleta en vez de señalar la ubicación de los lóbulos cerebrales, ubica los colores y sombras que más utiliza el artista. Es una gama de algo más de una docena de colores con nombres tan sugestivos como amarillo nápoles, azul phtalo, ocre amarillo, siena quemada, pardo van dick o tierra de sombra tostada. Es una gama amplia teniendo en cuenta los que usa por cada obra, que son pocos.
“Tengo dificultades con el color. Para poder pintar mis cuadros tengo que restringir la paleta a combinaciones de solo tres o cuatro colores”, explica.
Lidiar con las limitaciones, corregir el rumbo para superar los obstáculos y resolver el cuadro con lo que puede manejar, le otorgan al final autenticidad a su pintura.
“El producto de mi trabajo es consecuencia no tanto de mi talento, de mis habilidades, de la inteligencia y de las virtudes que podría tener, sino de mis defectos”, asegura.