El escritor sudafricano viene al país por primera vez; vive en Australia desde el 2002. Foto: Archivo/AFP
La sola mención de su nombre remite a las grandes ligas de la literatura universal. Y también a su consabida negativa a dar entrevistas. Regla que, sorpresivamente, rompe en los días previos a su visita al Ecuador para la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guayaquil; fruto de lo cual ocurre esta conversación vía correo electrónico.
Hombre reservado y enigmático, el Nobel sudafricano J.M. Coetzee ha creado algunas de las historias más profundas, duras y bellas de la literatura contemporánea.
Será privilegio de quienes asistan la próxima semana a la FIL de Guayaquil escucharlo hablar de sus visiones del mundo y de la escritura. Coetzee es considerado por muchos el escritor vivo más importante de habla inglesa.
Los varios premios que ha ganado, entre esos, el Nobel de Literatura (2003) y dos veces el Booker Prize (1983 y 1999), al cual es candidato una vez más este año, avalan de alguna manera esa afirmación. Sin embargo, si Coetzee no hubiera ganado nunca nada, la fuerza magistral de una novela como ‘Desgracia’ le merecería igualmente el calificativo.
Polemista de fama, capaz de dotar de lucidez la radicalidad,
el sudafricano ha escrito ensayos memorables sobre la censura, el ensayo literario o la cultura epistolar de la Sudáfrica blanca.
También su filia vegetariana se cuela en su escritura de ficción (‘Elizabeth Costello’) y de no ficción. Estira la cuerda al máximo en este último asunto que le es vital y en el cual no encuentra espacio para las medias tintas.
Y así como puede ser feroz defendiendo lo que cree, es cortés al máximo en su comunicación escrita. Delicado, conciso, claro y formal; cualidades en vías de extinción en la era del chat, a la que claramente J.M. Coetzee no pertenece.
Además de la discriminación social basada en diferencias étnicas, ¿qué otros paralalelismos encontraría entre Sudáfrica y América Latina?
La discriminación social basada en diferencias étnicas ha sido legalmente prohibida en Sudáfrica desde que el país se convirtió en una democracia en 1994. Si alguna discriminación sigue teniendo lugar, esta es a favor de los nativos africanos, y procura compensar las desventajas sufridas en el pasado: una educación de mala calidad, por ejemplo. Claro que esto no significa que algunas actitudes personales de los blancos hacia los negros hayan cambiado radicalmente; ese cambio tomará una o dos generaciones más. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre Sudáfrica y la mayoría de estados latinoamericanos. En Sudáfrica, 1994 marcó no solo el fin del apartheid sino además un repudio total a la herencia colonial del país, que se traduce a favor de los pueblos nativos.
¿Extraña algo de Sudáfrica? ¿Hay algo que crea que vale la pena recordar de su país?
Viviendo en Australia, extraño la diversidad étnica de Sudáfrica, el sonido de la multiplicidad de idiomas en las calles.
¿Ha descubierto recientemente algún autor latinoamericano que le guste?
Recientemente he empezado a leer al escritor argentino Antonio di Benedetto. Solo hasta ahora el mundo angloparlante ha comenzado a descubrir a Di Benedetto, que murió en 1986 (nació en Mendoza en 1922). Admiro la fuerza y lo conciso de su lenguaje y también el punto de vista extraño, novedoso, que tiene del mundo.
¿Tiene sentido continuar hablando de literaturas nacionales?
No creo que haya alguien que siga hablando actualmente de crear literaturas nacionales como se hablaba de aquello a finales del siglo XIX, en el apogeo del nacionalismo en Occidente, cuando cada Proyecto de nación soñaba con tener sus propios héroes nacionales, su propia literatura, su propio himno y cosas por el estilo. Ahora toda la presión está puesta hacia la globalización de la cultura. De todas maneras, cuando se trata de literatura, hay varias fuerzas que resisten esta presión. La más obvia de todas es el idioma: los escritores trabajan mejor en el idioma que está más cercano a su corazón. Otra de estas fuerzas es el deseo de los lectores de ver reflejado en los libros el mundo con el cual están familiarizados.
¿Cuál es la mayor expectativa que tiene de su viaje a Guayaquil la próxima semana?
Estoy deseando conocer y reunirme con nuevos escritores de América Latina.