Jaron Rowan, investigador y catedrático español. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
Jaron Rowan es investigador y profesor universitario en España. Es cofundador de YProductions e integrante del Free Culture Forum. Ha escrito los libros ‘Emprendizajes en cultura. Traficantes de sueños’ (2010) y ‘La tragedia del Copyrigth’ (2013). Estuvo en Quito para dictar el Taller Artesanal de Políticas Culturales Participativas, en la Universidad Católica, junto a Paola De la Vega.
¿Qué pasa cuando solo el Estado es el encargado de construir las políticas culturales de un país?
Lo que sucede es que la cultura se vuelve conservadora. Normalmente nos encontramos con un Estado que cree que sabe lo que la gente necesita y que va a destiempo de las necesidades de las personas. Por eso es necesario pensar quiénes y desde dónde se piensan las políticas culturales, para que puedan existir espacios para seguir creciendo.
¿Una muestra de ese conservadurismo es la implementación de mecanismos de control?
Las administraciones buscan producir legitimidad. Quieren ser los que te dicen lo que vale y lo que no vale. Eso lo hacen aquí y en todos lados. El problema ocurre cuando las prácticas culturales no pueden legitimarse fuera de estas instituciones. En ese contexto es importante pensar cómo se produce desde otros espacios otras formas de valorar la cultura. La lucha por hacerse ver es tan importante como los mecanismos que tiene los estados para crear políticas.
¿En el contexto actual se puede hablar de la existencia de un sector cultural?
El sector cultural es un invento anglosajón. Los ingleses cuando empezaron a hablar de industrias creativas se dieron cuenta que ese concepto resultaba corto porque quedaban fuera actores como los diseñadores, fotógrafos o periodistas ‘free lance’. Lo que hicieron para abarcar lo que estaba al margen de esta industria fue crear la noción de que había un sector cultural.
¿En España se habla de la existencia de este sector?
En España nos hemos dado cuenta que los intereses y las dinámicas de trabajo de los diferentes actores no se pueden comparar. Las dinámicas del teatro, por ejemplo, tienen muy poco que ver con las dinámicas de la literatura. Cuando el Gobierno habla de sector cultural no termina de nombrar algo real.
En uno de sus libros habla de las empresas culturales de ficción.
Hablo de empresas culturales de ficción, sobre todo, para referirme a un fenómeno que se vivió en España, después de que el Estado pidió a todos los artistas y creativos que se conviertan en empresas. Las llamo así porque se dan de alta y luego se dan de baja.
¿Qué pasa cuando los actores y gestores culturales son reticentes a involucrarse con la economía?
Ahí entre la formación. Imparto clases de economía y cultura en la universidad a gente de 19 años. Al principio la economía les parece algo serio pero cuando les explico la importancia de la economía en el mundo de la cultura todo cambia. Antes venían economistas de otras áreas y les decían a los artistas cómo hacer las cosas. Hace poco entreviste a una compañía de payasos a los que les habían pedido que abran una oficina. Cuando lo hicieron no producían nada porque estaban encerrados en cuatro paredes y no creando en la calle.
¿Por qué es importante el manejo de datos en el mundo de la cultural?
En España se crean datos desde el Ministerio de Cultura y desde observatorios independientes. Lo que nos encontramos con los datos que se manejan es que solo te dicen una mitad de lo que pasa porque la cultura tiene que ver mucho con el valor agregado. Pensemos en todo lo que le proporciona a un vecindario tener un teatro o cine independiente. Ese valor es un intangible difícil de calcular. El gran problema de la economía de la cultura es que lo que tú generas se distribuye más allá de lo que haces.
¿Hacia dónde se deben encaminar las prácticas culturales?
Actualmente trabajo con gente joven y me sorprenden las cosas nuevas que están creando. Un grupo de estudiantes me contó que estuvo haciendo unos videos tutoriales que vendieron a Japón. El problema de la cultura es pensar cómo permites generar políticas que acompañen procesos como estos sin pararlos. En el mundo de la cultura hay que hablar de políticas participativas, donde las personas tengan una voz y puedan expresar lo que pasa.