Irradiar es una responsabilidad

Galo Benítez, en el Café Democrático del Centro de Arte Contemporáneo, que abrió en agosto pasado. El primer Café (en La Mariscal) lleva abierto casi dos años. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Galo Benítez, en el Café Democrático del Centro de Arte Contemporáneo, que abrió en agosto pasado. El primer Café (en La Mariscal) lleva abierto casi dos años. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Galo Benítez, en el Café Democrático del Centro de Arte Contemporáneo, que abrió en agosto pasado. El primer Café (en La Mariscal) lleva abierto casi dos años. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO

Galo Benítez, a quien medio Quito conoce como ‘DJ Galo’, tiene un don poco común: el de la convocatoria. Gracias a él logra propagar sus ideas. Esta capacidad de irradiación es algo en lo que no ha pensado mucho, solo le sucede.

Antes de comenzar a conversar corre a bajar el volumen que sale con mucha potencia de uno de los parlantes del Café Democrático, donde nos hemos dado cita para hablar de la irradiación.

Con un volumen que ya nos permite conversar, y después de haberme hecho una broma, empezamos a conversar. Un dato: habla en primera persona del plural. Suena solemne y raro, no como el DJ Galo, y cuando le pregunto por qué lo hace, me dice que es porque trabaja siempre en equipo.

¿Qué idea es la que quiere difundir?

Todo parte de una necesidad. Y en mi caso, siempre he tenido necesidades que la ciudad no me puede ofertar, básicamente dentro del espacio de la música. Al no haber propuestas, nos tocó hacerlas a nosotros mismos.

Si esto se podría traducir en una idea, ¿sería abrir espacios para la gente que no tiene espacios?

Sí, ese es el principio. No nos ha quedado de otra que hacer nosotros mismos las cosas. Y cuando las haces encuentras que hay un grupo de gente que también está en la misma situación. Es chévere porque te topas con la bola de gente, y eso te da más ganas de hacer.

Irradiar también quiere decir brillar, ¿para qué cree que sirve brillar en el contexto de una ciudad?

Para ser como un faro, como una lucecita que guía. Creo que es necesario ver esa luz para saber hacia dónde ir. En nuestro caso, venimos haciendo esto muchísimo tiempo y creo que brillar más que una cuestión personal ha sido como ser la señal de Batman; todo el mundo la ve y ya sabe dónde estás o ya sabe qué pasa.

¿Cree que de alguna manera ejerce una especie de ‘efecto Rey Midas’ en lo que toca?

No creo. Suena muy pretencioso. Hemos tenido muchos fracasos también, muchas decepciones, muchas peleas con amigos, con gente que confió y de pronto por no tener el equipo adecuado hemos fallado. A lo mejor con más experiencia podamos ser un Rey Midas, pero creo que en este momento no todavía.

Si no es eso, ¿qué es? Porque la gente le sigue, se sabe que un proyecto de Galo Benítez promete; y todo el tiempo tiene ideas, está pensando en la ciudad.

Chuta, creo que lo que hablábamos hace un momento de brillar es la parte importante y no es una cuestión de brillar solo por ego, sino más bien siempre lo vimos como una responsabilidad. Entonces, cuando hacemos algo lo vemos desde ese lado; también hay un lado personal que es el vivir mejor, el disfrutar de lo que haces, el tener tranquilidad en la parte económica. Pero, lamentablemente, como está concebida toda la ciudad, la economía, la sociedad, no ha sido fácil. Podría decir que más que ganar hemos perdido.

Una ciudad está hecha de contagios, en todos los sentidos, ¿cuáles cree que son los contagios que definen actualmente a Quito?

Esos contagios también tienen que ver con momentos en que la gente quiere y se deja contagiar. Y parte de lo que yo propondría si alguna vez pensaría en cuestiones políticas, más que hacer obra sería cambiar ese chip bien quiteño de ser parco, resistente a las propuestas nuevas. Ahora no hay los espacios para dejarse contagiar.

Yo, en cambio, creo que sí hay espacios para el contagio, en sitios distintos de la ciudad, emprendimientos pequeños de todo tipo en el Centro, en La Floresta…

Sí, pero les cuesta hacerse visibles. La Floresta está llena de lugares, unos chéveres, otros menos chéveres, pero falta. Porque al ritmo al que ya está la gente de Quito, a la cantidad de gente, más bien creo que le falta y son todavía pocos lugares. Los que pasa en el Centro es poco conocido porque hay una mala costumbre: al quiteño le gusta que ‘den conociendo’, que le ‘den haciendo’. “A mí me han dicho que el Centro es peligroso”, por ejemplo, es algo que se escucha y con lo que yo lucho y me molesto a veces. ¿Por qué carajos quieres que te den viviendo los demás, porque no vas y conoces y te sacas esa mala costumbre de que ‘te den viviendo’?

De alguna manera, el arte, las expresiones culturales sí han irradiado, y en diferentes lugares… se tiene un teatro en Cotocollao, o los procesos de Al-Zurich que sacaron al arte hace 15 años a barrios y plazas.

Sí, hay, gente como la de Al- Zurich que se ha bancado más de 15 años irradiando, pese a que nadie ha querido ver su luz; hay gente que se ha tapado los ojos. Y Al-Zurich está ahora de exposición acá (en el Centro de Arte Contemporáneo); pero después de eso, qué.

¿Para irradiar primero hay que irrumpir, o no es necesario?

Yo creo que es supernecesario. Sacar de la zona de confort a la gente es durísimo y si algo sí hemos hecho es irrumpir. Cuando pusimos el primer Catso (discoteca en La Mariscal) a la gente le llamaba la atención, porque era un lugar donde se escuchaba otro tipo de música y llegaba otra gente por esa música.

¿Cómo describiría la irradiación?

Creo que lo básico es irrumpir, incluso molestar. Así han sido nuestros procesos. Cuando pusimos La Chicharra se molestó a la sociedad que no estaba esperando una cosa como la que se hizo. Y se irrumpió en muchos sentidos, porque La Chicharra fue el primer espacio, no sé si antes habría, donde se rompió con la exclusión típica de la ciudad: el derecho de admisión. Negros, blancos, azules, gais, travestis, lesbianas, hippies, punks, neopunks, neonazis...

Encorbatados.

Todos. Creo que fue el primer lugar que recibió a todos y fue durísimo, porque un punk no estaba preparado para convivir con un hiphopero, por ejemplo. Un hiphopero no estaba preparado para convivir con un aniñado. Entonces, fue durísimo pero también fue espectacular, porque después de un tiempito veías convivencia. Y era la primera vez. Yo tengo anécdotas feas; una chica una vez se acercó y me dijo: “Galo, están dos negros bailando en la pista”. Yo le dije: ¿Y? Y me respondió: “Es que a mí me parece rarísimo que bailen en la pista, siempre los he visto en la puerta del bar”. O gente que esperaba que yo sacara a dos chicos (varones) que estaban agarrados de la mano.

¿Pasaba mucho?

Sí, muchísimo. Últimamente, ya no, porque creo que en nuestro círculo la gente ha evolucionado.

Entonces, se podría decir que lo que ha ayudado a irradiar es una convivencia armónica, ¿no?

Sí. Llegamos a tener una armonía entre todas las ‘tribus urbanas’ (hace el gesto de poner comillas con los dedos), entre todos los grupos sociales, entre las rarezas de la ciudad. Hemos aceptado por igual a la gente que tiene plata que a la que no, a la del norte, a la del sur, a la del centro, a la de Cumbayá, a todos por igual. Y creo que se han acostumbrado ellos también a convivir en espacios como esos. Que espero que sigan creciendo. Y ya hay más lugares ahora.

¿Qué espacios cree que son más permeables a la irradiación?

El arte, creo; todo lo relacionado al arte, que para mí es una luz. El arte y la cultura son las herramientas para irradiar.

¿Diría que irradiar y trabajar son sinónimos?

Sí. Al menos al trabajar en lo que te gusta de por sí creas una luz, ¿no? Un músico, me imagino, irradia cuando está tocando su música para el público y si al público le gusta incluso va creciendo la luz. Porque haces lo que te gusta.

Decía lo de trabajar porque esta luz si no se trabaja finalmente se apaga, ¿o no?

Sí; hemos visto también apagarse muchas luces en el camino. Por muchas razones; una creo que es la falta de espacios. Y han existido veces en que han sido anacrónicos (en el sentido de que se han adelantado a su época).

Galo Benítez

Nació en Otavalo, en 1971. Llegó a vivir a Quito cuando tenía 16 años y comenzó trabajando en fábricas, como obrero.

Desde 1991 está vinculado a los negocios de la música, la comida y el entretenimiento.

Todos sus locales tienen un lugar en la historia de la noche quiteña: Limón y Menta, Catso, Mantra, La Chicharra, La Bunga, El Aguijón, Rocoto y ahora Café Democrático(2 sedes).

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