Amigo personal de Roberto Bolaño, Ignacio Echevarría fue el curador de su novela póstuma ‘2666’. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Encontrarse con Ignacio Echevarría es darse la mano con una de las personas más cercanas a la gran literatura del siglo XX y XXI. Amigo personal de Roberto Bolaño, fue el curador de su novela póstuma ‘2666’.
Estuvo en Quito estos días para el encuentro ‘Narrar el presente’, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, y llegó con una ponencia sobre Nicanor Parra, el referente de Bolaño.
Si uno busca en Google su nombre, aparece un homónimo suyo: un héroe contra el terrorismo
Sí. (se ríe) Se trata de un hombre que con una tabla de patinar intentó contener a unos terroristas islámicos…
Ya que hablamos de terroristas, Ricardo Piglia se refiere al escritor como un terrorista… ¿El crítico también puede ser un terrorista?
Sí, uno puede decirlo así en forma de hipérbole. Hay muchos escritores para quienes determinadas ideas críticas son actos de terrorismo. En el episodio que puso fin a mi vínculo con el diario El País, el director del periódico, para refutar una crítica mía dijo que ese periódico hacía mucho tiempo que no usaba armas de destrucción masiva…
¿A cuántos pensabas matar? ¿Cuántos pudieron morir?
No he contado ninguno. Pero así lo vio él sobre una reseña de un escritor vasco, Bernardo Atxaga, el más importante escritor vasco del momento.
Y en esta confusión de los nombres que nos da Echevarría… No se puede evitar algo que ya le han preguntado: ¿es usted el crítico catalán con el que Arturo Belano, protagonista de ‘Los detectives salvajes‘, se bate a duelo?
No soy ese. Se supone que Bolaño se inspiró en mí, pero es una especie de delirio amistoso. No tiene ningún fundamento real, más allá que se inspirara en el nombre…
Pero sí puede revelar las tensiones entre un escritor y un crítico.
Está en la novela y la figura de Iñaki Echevarne, que se supone inspirada en mí, lo que viene a contar es precisamente eso: los miedos de un escritor respecto al crítico y esta especie de doble que el crítico supone para el escritor. Echevarne ocupa especialmente el lugar del fantasma del crítico para el escritor. Ese duelo en una playa catalana con dos espadas batiéndose a duelo, que aparte queda en suspenso sin saber si hay desenlace es una metáfora muy extraña en la novela, porque no es una novela metafórica y sin embargo esa figura queda como una metáfora de la lucha del escritor con el crítico.
Y es una tensión que se requieren, quizá por eso esté inacabado. El escritor que necesita del crítico porque siempre se lee un libro con un saber previo, que es lo que da la crítica y que le otorga sentido…
El balance no es negativo de parte de Bolaño. No está conforme con sus lecturas, pero entiende que la crítica desempeña un papel fundamental y de hecho, entre los monólogos hacia el final de la novela, hay un monólogo de Echevarne, en el que habla de cómo una obra avance en el tiempo primero arropada por la crítica, luego sigue la obra, la obra queda olvidada, es rescatada. La crítica forma parte de la vida de la obra.
Viniste con una lectura de Nicanor Parra. Abarcas dos escritores muy influyentes en América Latina…
Fue de esas circunstancias azarosas de la vida que tienen efectos de muy largo alcance. En mi caso, viajé a Chile por primera vez en 1999. En esa ocasión coincidía ahí en Chile con Bolaño, que venía de recibir el premio Rómulo Gallegos por ‘Los detectives salvajes‘, y que llegaba Chile por segunda vez luego de 25 años de ausencia. Había venida a Chile en el 98. Con amigos fuimos a visitar a Parra, a quien él ya visitó el año anterior. Fue un encuentro muy cálido, muy potente. Parra es una personalidad potente. Fue un encuentro de complicidad, de una amistad muy intensa. A la vuelta de la visita, porque Parra vive lejos de Santiago de Chile, en la Costa…
Como todo poeta chileno que se precie…
Claro, la Costa de los Poetas que se llama porque Parra vive en frente de donde estaba Huidobro, y al lado de la Isla Negra. De ese encuentro tan intenso y tan grato, Bolaño me dice: “¿por qué no haces las obras completas de Nicanor Parra?” Y yo enseguida, también intoxicado por ese entusiasmo, recogí el guante y dije sí, lo voy a proponer. Y ni corto ni perezoso, al regresar a España, presenté el proyecto y me lo aceptaron.
¿Y qué pasó?
Inmediatamente, me encontré con dos cosas. Parra me dijo que sí. Pero Parra dice que sí a todo. Parra es un (breve silencio de Echevarría)
¿Un hombre bueno?
No, no. Es un guaso chileno, que va para todos lados, que dice que sí a todo para quitarse los problemas de encima. Pero Parra jamás quería firmar el contrato. Nunca llegábamos a concretar nada. Y por otra parte, todo el mundo me decía que hacer las obras completas de Parra (era imposible). Evidentemente lo habían propuesto mucho editores antes que yo, que jamás habían llegado a buen término: o él bien pedía una suma astronómica para boicotear el proyecto o bien simplemente lo rechazaba. Porque es verdad que en la poética de la antipoesía es casi contraria a la idea solmene que supone una obra completa. La antipoesía ha jugado siempre con lo efímero, con la hoja volandera. Parra se ha resistido incluso a la forma libro, contra la que ha luchado como una forma de ‘esclerotización’ del hecho literario.
Y, sin embargo, la antipoesía es una de las grandes corrientes que ha influido en América Latina…
Probablemente sí. Hay otras porque ha pasado mucho tiempo, pero sí, todavía es una corriente que está viva. Los efectos de la antipoesía todavía se sienten en la literatura, porque hay muchos narradores que admiran mucho a Parra. La antipoesía no es un estilo sino un rumbo que trabaja Parra pero con la idea de que por ahí avanza un modo de hacer poesía…
Tú acercamiento a Parra se da…
Por una convergencia por circunstancias más que por intereses previos. Porque hasta aquel momento a Parra lo leí muy pasajeramente, en antologías. No tenía un conocimiento cabal de lo que era la antipoesía…
Una sugerencia de Bolaño…
Fue una recomendación de Bolaño. Y se produjo un efecto muy potente. Bolaño contribuyó mucho, y esto lo reconoció Parra, a una especie de revival de Parra. Para Bolaño, conocer a Parra cuando él emergía como escritor, fue algo muy potente porque era de los poetas que había admirado de joven y se cuenta que cuando se fue de Chile se llevaba los libros de Parra entre los pocos con los que se fue a México.
Bolaño, que por aquel entonces comenzaba a ser conocido y daba entrevistas, no perdió la ocasión de saludar y de nombrar a Parra y saludarlo como su maestro. Esto es una especulación sin prueba: yo creo que Bolaño, cuando conoce a Parra, empieza a ser una figura bastante célebre, pero Bolaño vivió décadas enteras en el anonimato. Y de algún modo él tenía una especie de relación distante con respecto al medio literario. Vivía como Parra, en las afueras de Barcelona, en un pueblo costero, y a la hora de plantearse cómo administrar la figura pública del escritor conocido encontró en Parra un modelo, porque pronto adquirió una notoriedad muy importante y sin embargo se mantuvo siempre fuera de los círculos de la vida literaria y siempre se resistió a ser un figurón literario. Sirvió de ejemplo para Bolaño enfocar su entonces novedosa condición de escritor conocido. Pero estas son digresiones.
De eso se trata, de seguir en las digresiones…
Creo que tuve la suerte de estar dentro de una especie de encuentro muy potente no solo para la literatura chilena sino latinoamericana porque supuso como una especie de corto circuito en que se encontraron dos figuras míticas de las letras latinoamericanas como Parra, que había revolucionado el panorama de la poesía en los años 50 del siglo pasado, y una estrella emergente que lo iba a ser más todavía como Bolaño…
Es casi imposible no asociar uno con otro…
Es bonito cómo un escritor emergente reivindica a un autor y rebota un poco el efecto de uno y otro. Porque Parra contribuye a leer de otro modo a Bolaño.
¿Cómo se da esta contribución?
Porque da ciertas pistas para entender a Bolaño. Cuando uno reconoce el magisterio que ejerció Parra sobre Bolaño, como la vanguardia, que es uno de los grandes temas de Bolaño, él participó en una neovanguardia como el infrarrealismo mexicano de los años 70. Uno se da cuenta de cuál fue la relación de Parra con la vanguardia, que fue problemática. Se tenía que enfrentar como poeta emergente a gigantes como Neruda y Huidobro. La solución de la antipoesía era de algún modo trascender el problema de la vanguardia, en lugar de mirar al futuro, a un proyecto de una literatura nueva, lo que Parra decía es que hay que ir a lo común, a lo que ya tenemos, al habla de la gente. Una operación no antivanguardista pero que desactivaba un poco el problema de la vanguardia.
El problema de la vanguardia está muy latente en Bolaño. Tuvo una vivencia y una militancia vanguardista en el sentido estricto. La Vanguardia ya fuera de tiempo, pero que se propuso derribar.
Esencial en el momento de la literatura mexicana que descansaba en (Octavio) Paz…
Pero al mismo tiempo tuvo que renunciar a la aspiración de vanguardia. Bolaño encarna el extraño caso del poeta vanguardista que se reconvierte en novelista de éxito. Eso creó en Bolaño una especie de inquietud, una incomodidad porque en el fondo era muy fiel al mito de su juventud: el poeta…. Terrorista si quieres (se ríe), el poeta que no pacta con nada…
Y Bolaño siempre se dijo poeta.
Sí. Él siempre se sintió poeta y tenía una relación incómoda con su condición de novelista, que fue un tránsito muy deliberado. Y es verdad que era de los primeros que decía, como dijo Harold Bloom en un momento, que la mejor poesía del siglo del siglo XX se había escrito en novela. Hay formas de solucionar ese conflicto.
¿Qué has ido descubriendo como un crítico español que mira hacia América Latina, que mira a dos figuras clave de la literatura de la región, más allá de lo que hizo Bolaño, qué tiene Parra que le da esa permanencia?
Parra es un poeta que ha permanecido activo durante 50 años. Ahora tiene 103 años y hasta hace ocho años no ha dejado de publicar cosas y la antipoesía, si bien trajo un rumbo, es el mismo Parra el que va cambiando de posiciones constantemente. Si uno analiza la evolución de la antipoesía, en los ‘Poemas y Antipoemas’, o ‘Los discursos de sobremesa’, hay cambios de estrategia continuos. Parra es un modelo para cualquier escritor, no solo poeta, de adaptación a los tiempos, de búsqueda de soluciones para cada circunstancia, que juega magníficamente con un problema para el escritor moderno: la cultura de masas, resistirse o entregarse a ella. Parra la usa como un instrumento: los chistes, la publicidad. Se sirve de la cultura popular y la de masas y la convierte en materia de trabajo. El humor es muy importante, que fue una enseñanza para Bolaño: humor corrosivo.
La antipoesía trabaja una poética de cómo trabajar la lengua literaria. En Parra es el modelo de un escritor que huye siempre del papelón del literato. Se escapa de la servidumbre que puede tener un escritor consagrado. La última operación de Parra fue con motivo de recibir el premio Juan Rulfo de la Feria de Guadalajara. Hizo un discurso que más o menos se resuelve con inteligencia. Parra se inventa un género nuevo que llama discurso de sobremesa: en una mesa de un festejo, más o menos borrachines, uno se levanta y empieza a decir cosas muchas veces sin sentido, habiendo perdido ya noción de la situación. Parra construye la situación en que el homenajeado se convierte en una especie de payaso y desactiva un poco toda la solemnidad y la seriedad. El Bolaño último percibió eso y sus últimas y primeras conferencias (que son apenas de cinco años) son textos muy gamberros, a la vez agresivos y de un personaje se mueve constantemente. No tiene el papel del conferenciante del discurso sólido.
Poeta como un eterno rebelde… Y Parra se mantuvo. Bolaño decía que la diferencia entre Rimbaud y Baudelaire es que este era el poeta adulto, pero parecía que su predilección era Rimbaud, el eternamente joven… El ánimo de mantenerse siempre joven
La vigencia de la antipoesía es la de un escritor en permanente cambio, en permanente rebeldía, escapándose siempre de cualquier envoltorio con que se lo quiere embalsamar. Es una lección en estos tiempos de una literatura de mercado en que el escritor es una mercancía.
El escritor viaja más que sus libros…
Tomo nota de eso. Y Parra es un ejemplo que se ha resistido mucho. Ha pasado mucho tiempo sin acudir a ningún lugar, no recoge premios.
La figura del escritor encerrado o que huye, que es parte de la tradición americana, pero no tanto latinoamericana…
Otra enseñanza de Bolaño es que toda su novelística está lleno de escritores escondidos. Archimboldi, Tinajero, son escritores que han huido y hay escritores que los buscan. Es la figura mítica del escritor que se esconde. ¿Por qué se esconden? Para escapar a la condición a la que la cultura de masas y la circulación literaria tal como se ha consolidado…
Antes se tenía el terror al fracaso y ahora al éxito, dice Piglia…
Veo que has leído mucho a Piglia… Piglia tiene un encuentro por Internet y se nota que las cosas son como de dos gallitos de corral. Hay demasiada cortesía y demasiada pompa. Falta calidez. Es un poco decepcionante y es una pena porque estoy seguro que una conversación real entre los dos hubiera dado muchísimo. Eran hombres de diferente temple.
Bolaño era un gran lector, como Piglia.
Lo había leído todo. Como poeta todo. Conocía al último poeta ecuatoriano que había publicado a los 18 años un librito y lo conocía. Era una cosa impresionante, tenía una especie de cartografía absoluta de la poesía hispanoamericana.
Y si bien los dos hacen una ficción de la literatura… No sé si sea legítimo referirse al escritor como un amigo… pero mi fascinación es con Piglia, pero digo que este no es mi amigo, pero Bolaño sí…
Esto es lo que tiene Bolaño. ¿Cuál es el éxito de Bolaño? Se puede especular con muchas cosas, pero una de ellas es que tenía encanto. ¿Y eso cómo se enseña? ¿Cómo se puede objetivizar este tipo de encantamiento o este tipo de sentimiento amistoso de Bolaño? Está ahí y eso todos los sentimos.
No es académicamente intelectual, como lo es Piglia… La academia se ha volcado a Bolaño, y la academia estadounidense, pero como que necesita para sí poder ir hacia los malditos. Hablan del malditismo, con ese sufijo como si fuera una vanguardia…
No solo en la academia, sino en el periodismo cultural, en el lector común. Los malditos siguen teniendo un enorme atractivo, y somos todavía prisioneros de la idea romántica en que la idea del escritor romántico, proscrito y maldito, se opone al escritor entregado al mercado y a los sistemas de consagración, pues atrae mucho.
Y paradójicamente el maldito se convierte en un fenómeno de mercado…
Es un residuo romántico al que se presta especialmente Bolaño porque era un escritor esencialmente romántico. Eso no lo comparte en absoluto con Parra, que es absolutamente lo contrario.
Bolaño genera una influencia. Así como Vargas Llosa decía que hay toda una generación de ‘borgesitos’, ¿hay también una generación de ‘bolañitos’?
La función de los grandes modelos es reorientar, dar rumbos nuevos a los escritores que suceden. Bolaño tuvo el acierto, en un momento clave para la literatura latinoamericana, procurar un nuevo modelo de escritor que desde el Boom no había surgido y por lo tanto no había podido catalizar las energías latentes de un continente lleno de gente joven que está escribiendo. Bolaño procura un modelo de escritor que no coincidía para nada con Vargas Llosa, con García Márquez. Y eso no había ocurrido con la generación de Piglia.
Cómo entender a Bolaño con Chile, su relación tensa…
Bolaño era muy crítico. La relación con Chile es una de las grandes vetas y calve para estudiar. Bolaño tenía una relación muy compleja y muy contradictoria con Chile, pero te puedo asegurar que Bolaño nunca dejó de medirse con los escritores chilenos y ni un día de su vida dejó de tener a Chile presente.
Son los cinco últimos años de su vida de la gran fama y se convierte en una voz autorizada. Cómo era la relación con Chile..
Bolaño cuando no era consagrado y tampoco había vuelto a Chile tuvo la función de observador. Era muy importante la figura de (el poeta) Enrique Lihn. Prácticamente lo salvó. En su construcción de escritor pensó en los poetas y escritores chilenos y su lugar en la literatura chilena. Tenía un horizonte más amplio. Se va de Chile en el 73; es un joven que ha pasado por la cárcel, con ideales vanguardistas: un poeta. Y el que regresa a Chile en el año 98 es un novelista, ya no es un poeta vanguardista, sino un novelista, con toda la carga que esa palabra tiene en el sistema literario, consagrado o en acelerada vía de consagración. Y en Chile se siente en un papel que es el contrario al papel en el que él se piensa y nunca dejó de pensarse: escritor joven rebelde e iconoclasta. Pero ya era un escritor consagrado, que ha ganado premios. Regresa a Chile no como un dinamitero, que era algo que a él le gustaba, y eso le crea un montón de complejidades. Es agasajado, y vuelve a España muy contento.
Pero regresa a Barcelona, y cuatro meses después de haber estado en Chile, publica un artículo en el que arremete contra todo. Deja el papel de consagrado y dispara contra todos. ¿Para qué ha provocado esa pelea? Para escapar del papelón del escritor consagrado en su país y convertirse en aquello que él siempre quiso derribar. Se mete con Donoso. Bolaño lo respetaba porque era el único novelista con el que se tenía que medir.