Tránsito Shagñay, una mujer suscaleña, se dedica a la elaboración y comercialización de esta prenda tradicional. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO
A una ciudad se la identifica por su gente, gastronomía, destinos turísticos y por su vestimenta típica, principalmente. En el cantón cañarense de Suscal, la pollera no solo es parte de las generaciones, sino que impone identidad en la mujer indígena.
En Suscal el uso de esta llamativa falda parece estar más viva que nunca y por eso más de 20 mujeres compiten a diario por confeccionar las mejores prendas.
Los talleres de ellas están dispersos entre el centro cantonal y las comunidades vecinas de Jalupata, Cercapata, Sucalpamba, Suscal Viejo, Collaúco…
Elsa Castro tiene 29 años y más de 10 elaborando y bordando la típica pollera de la mujer suscaleña: en tela gamuza, con pliegues delgados y ricamente bordada en la parte inferior, con lo que consiguen una especie de bamboleo al caminar. Son de colores vivos como el rojo, amarillo, turquesa, fucsia, verde y azul.
De acuerdo con datos recabados por el historiador Claudio Malo, esta prenda se remonta a la época de la Colonia. En ese entonces, las mujeres dejaron sus vestidos por las faldas que les permitían realizar sus actividades cotidianas con comodidad. En los bordados acoplaron las técnicas artesanales de los españoles.
Eso lo sabe Castro, quien borda más de 50 tipos de flores, hojas, ramas, patos, pavos, cholas… en diferentes tamaños y colores; y cada vez se inventa más figuras para sus obras. Aprendió las primeras puntadas de forma manual en talleres artesanales que dictaban en el pueblo y más tarde dio rienda suelta a su imaginación.
Muy cerca de Elsa Castro, apenas separado por las calles que rodean el parque central, están los talleres de Tránsito Shagñay, María Lema, Isabela Shagñay, María Maiyashu. En los pequeños espacios las coloridas polleras están ubicadas de tal forma que llaman la atención a cualquier cliente.
La pollera típica de Suscal se diferencia de la que usan en Cañar y El Tambo, tres cantones de alta población indígena, por el bordado más ancho y el tipo de tela.
Las normales de Suscal tienen 18 centímetros y las que usan para celebraciones especiales y danzas alcanza hasta 30. “El bordado ancho impone elegancia y condición social”, dice Elsa Castro.
Esta artesana contó que ahora poco se bordan las figuras a mano, porque la pollera resulta más pesada para quienes la visten. Por eso, casi todos los talleres disponen de máquinas bordadoras, pero el prensado o pliegues y la aplicación de los mullos, lentejuelas, canutillos… se sigue haciendo de forma manual.
Elsa Castro trabaja en el día en el taller y en la noche en su casa. Y cuando tiene bastante trabajo pendiente le ayuda en el bordado su hija, Jessica Castro, de 12 años. “De esta forma transmito mis conocimientos sobre esta técnica ancestral a otra generación. Pero también contribuyo a que sigamos usando la pollera”, dice la artesana cañari.
Al recorrer las calles céntricas y los sinuosos caminos rurales se confirma que el uso de la vestimenta típica está bien enraizado en las mujeres, incluso en las niñas. Visten la pollera todo el tiempo: para ir a la escuela, en las tareas agrícolas, en los quehaceres de la casa, en presentaciones culturales… “En mi familia todas las mujeres usamos la pollera”, dice Norma Landi, de 16 años.
En los meses festivos de mayo, junio, julio, septiembre y diciembre, la demanda de polleras es alta en Suscal y las artesanas triplican su trabajo.
Elsa Castro, por ejemplo, en temporada baja elabora 10 polleras mensuales. Sin embargo, para el Día de la Madre, Navidad, fiestas de cantonización… sobre las 30. “Es que todas queremos lucir una pollera nueva”, dice sonriendo.