Acoso: un año para romper el silencio

La actriz Dominique Huett testificó en contra de la productora The Weinstein Company por acoso.

La actriz Dominique Huett testificó en contra de la productora The Weinstein Company por acoso.

La actriz Dominique Huett testificó en contra de la productora The Weinstein Company por acoso.

El movimiento #MeToo, que tomó fuerza a finales del año tras los escándalos en la palestra hollywoodense, visibilizó a escala internacional una problemática que va más allá de la industria del espectáculo: el acoso. A través de publicaciones en medios de comunicación y redes sociales, junto con marchas multitudinarias en ciudades como Nueva York y Berlín, mujeres y hombres de toda talla y profesión dieron a conocer las historias de cómo ciertas personas en el poder, sea este político, empresarial o social, ejercían prácticas éticamente reprochables sobre quienes buscaban nuevas opciones laborales.

El acoso no es un concepto nuevo en nuestro imaginario. Ya en 1991, la abogada Anita Hill utilizó este concepto en su defensa legal en contra del juez Clarence Thomas, quien la había acosado sexualmente cuando ella era su becaria. Su caso se convirtió en uno de los más emblemáticos de la historia estadounidense y puso en la esfera pública la posibilidad de entablar una querella legal para eliminar una práctica que intenta poner al poder sobre la dignidad de la persona.

Hill, en la actualidad, se ha convertido en la soldado para batallar contra el acoso en la industria del entretenimiento estadounidense. Con su lema “Es tiempo de acabar con la cultura del silencio”, esta abogada será la encargada, en 2018, de liderar una comisión especial que velará por las oportunidades de trabajo y promoción laboral dignas en la industria del entretenimiento de los Estados Unidos. Y allí no estará sola: ya en las primeras reuniones de esta comisión han participado personajes como Kathleen Kennedy, una de las empresarias más exitosas a escala mundial y presidenta de Lucasfilm, productora de ‘La Guerra de las Galaxias’.

A pesar de que existan herramientas de protección legal para eliminar las prácticas relacionadas con el acoso, en la práctica todavía sigue siendo un tema delicado de tratar entre las víctimas. Cuando en octubre de este año saltó a los titulares de la prensa el caso de Harvey Weinstein, lo más complicado para los medios fue llegar a conocer realmente las historias de quienes habían sufrido por esta práctica. Porque al hablar de acoso no solo se pone en escena una problemática de orden moral; muchas de las veces, quienes resultan afectadas son personas que están por debajo de los grandes puestos de poder; gente que trabaja en la tramoya, en la limpieza, o en papeles actorales de menor envergadura y que buscan una promoción en sus funciones; son, en definitiva, trabajadores cuyos recursos son limitados y que asumen que denunciar un hecho como este podría llevarlos a la ruina económica.

Sin embargo, en estos meses hemos presenciado un apoderamiento sin igual de este término. Muestra de ello fue lo sucedido en el Parlamento Europeo, donde la diputada Theresa Reintke pidió, con cartel en mano, que la cuestión del acoso debe ir más allá de una simple cobertura mediática. “Yo también fui acosada sexualmente, como millones de mujeres, y creo que es hora de decir que no deberíamos estar avergonzadas, los culpables son los cuales deberían avergonzarse. No es un problema de mujeres, necesitamos a hombres que hablen del tema”, dijo en su intervención en Estrasburgo.

Hablar en público, tono claro y sin censuras. El tono que ha adquirido la discusión en torno al acoso ha escalado dimensiones más allá de lo meramente sociológico o jurídico. En Latinoamérica, movimientos feministas en Brasil, México y Ecuador se han unido bajo campañas como Basta de Fiu Fiu, Ni una menos o Mi primer acoso. Bajo estas, miles de mujeres han encontrado un medio para dar a conocer sus historias, para decirle al mundo que una palmada en la nalga no es halagadora, que hostigar con la mirada en el transporte público es una violación de la privacidad de las personas.

Para mirar en perspectiva el impacto psicológico que tiene este fenómeno, basta revisar los cientos de publicaciones que aparecieron en los muros de Facebook de miles de ecuatorianas con el hashtag #MiPrimerAcoso. Viralizada a inicios de año, esta campaña fue una oportunidad para que ellas cuenten abiertamente cómo el acoso ha logrado sistematizarse como una práctica normativa en nuestra sociedad. Muchas de estas historias, al contrario de lo que uno podría imaginarse, no empezaban con un chiflido en la calle luego de que hayan aparecido los caracteres sexuales secundarios, sino que se desarrollaban cuando eran apenas unas niñas, yendo en el bus luego de la escuela y tras encontrarse con un hombre que frotaba discretamente su miembro en sus hombros, o bien en el aula con aquel profesor cuyas palmaditas no siempre eran en la espalda. En este punto, puede haber más de una persona que pueda poner reparos a la idea de sistematización de esto, sin embargo, y como resalta la activista Catalina Ruiz-Navarro en un artículo para Vice, para la gran mayoría de las mujeres todavía resulta complicado salir a la calle con un escote o minifalda sin que aquello implique asumir una postura de autodefensa frente al eufemismo del acoso que hemos denominado piropo.

A pesar de todas estas iniciativas por otorgarle voz a quienes no encuentran la manera de denunciar prácticas acosadoras, todavía sigue siendo un problema el hablar en público al respecto. En la portada del Personaje del Año de la revista Time -que en este año se centró en todas las mujeres que decidieron no callarse frente a las prácticas del acoso- además de los rostros de Ashley Judd, Susan Fowler, Adama Iwu Taylor Swift e Isabel Pascual aparece en el margen inferior derecho el brazo de una mujer. Ella representa el anonimato al que están sometidas cientos de personas que no pueden hablar del acoso que sufren diariamente en sus casas, sus trabajos, sus escuelas o en las calles; gente a quien le invade la culpa luego de ser manoseadas en los buses; hombres y mujeres que no saben cómo lidiar con la cosificación a las cuales han sido sometidos sus cuerpos.

En esta lucha por darle voz a quienes están viviendo el acoso también hay que aprender a distinguir entre una situación y otra. Luego de que se suscitaran todas las problemáticas en torno al caso hollywoodense, ejecutivas estadounidenses como Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, dieron la alerta de que la batalla en contra del acoso puede ser un arma de doble filo en el mundo empresarial. Si bien reconoce que esta práctica es recurrente en los círculos empresariales, señala que en un futuro inmediato muchas mujeres no podrían escalar puestos de mando por miedo a las represalias de que un gesto inintencionado sea calificado como acoso. Esto, a fin de cuentas, no es sino un síntoma de que todavía no hemos llegado a comprender del todo la dimensión de lo implica vivir en un sistema abusivo.

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