En el tejado de un centro comercial o en un antiguo aeropuerto las huertas se desarrollan en Berlín, donde se trabaja la tierra para cultivar tomates, patatas… y los vínculos sociales de una ciudad donde aún parece haber espacio para todo.
Algunos berros luchan valerosamente contra la lluvia y los vendavales que barren las pistas de aterrizaje de un aeropuerto cerrado en octubre de 2008 y transformado en un vasto parque para los berlineses.
Cuando llega el buen tiempo, pepinos, apios y albahaca crecen a la sombra de los girasoles en este jardín colectivo. Una colmena instalada en medio de las pequeñas parcelas ha empezado a producir desde hace poco la primera miel que lleva el sello del antiguo aeropuerto de Tempelhof.
De día, carretillas y mangueras se activan alrededor de matas de hierbas aromáticas. Al anochecer, manos embarradas empuñan latas de cerveza para celebrar el espíritu colectivo y la amistad.
Allmende Kontor y su vecino Rübezahl Garten son dos de los numerosos huertos que han crecido como champiñones en la capital alemana. En el barrio popular de Wedding, una asociación proyecta instalar cultivos de zanahorias y fresas en el tejado de un supermercado. “Se trata de cultivar hortalizas y también de participar en un proyecto colectivo, de hacer cosas juntos, es un lugar donde participa todo el mundo”, explica Burkhard Schaffitzel, uno de los iniciadores de Rübezahl Garten.
“La gente viene de todos los horizontes, desde emigrantes turcos hasta estudiantes, pasando por jubilados”, explicita Gerda Münnich, una animadora de Allmende Kontor.
Y el éxito está ahí. Su huerto cuenta con unos 300 arrendatarios y una lista de espera de 200 personas. Los responsables del jardín pagan 5 000 euros al año (USD 6 821) al Ayuntamiento para utilizar su trozo de terreno y apelan a las donaciones para financiarse.
Los frutos y las verduras crecen en cubetas y cajas de madera porque el Ayuntamiento no permite las plantaciones en tierra en el antiguo aeropuerto. Algunos han optado por la originalidad: plantas que crecen en zapatos usados, mochilas o en una vieja silla de despacho.
En torno a la jardinería se ha desarrollado un lugar de vida: un reparador de bicicletas, Ismael, propone sus servicios en un remolque viejo y abollado instalado en el terreno, mientras que una plaza del pueblo, en el centro del jardín, permite que la comunidad pueda asar salchichas cuando el grupo organiza fiestas.
“La huerta no es solo un lugar dedicado a una actividad de autosubsistencia, sino también de socialización” , explica la socióloga alemana Christa Müller, que ha consagrado un libro al urban gardening.
Este fenómeno es internacional. Desde sus inicios en Nueva York en los barrios pobres, se han creado jardines en París, Montreal y otras ciudades.