El patio central conserva las columnas originales de piedra. La pileta fue retirada antes del 2008. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Pasillos, habitaciones, patios, gradas… de casi tres centurias conforman un hotel situado en una de las calles más tradicionales de Quito: La Ronda.
Al atravesar el ingreso, que es un zaguán compuesto por una pared de adobe de 2,5 m de grosor, uno se transporta al pasado. Incluso las ventanas, que dan a la calle Morales (nombre propio de La Ronda), disponen de vidrios antirruidos, para una paz total.
Y es que la intervención hecha por el Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito (IMP) en el actual Hotel La Casona de La Ronda tomó cerca de tres años. El trabajo fue arduo, técnico y complicado. Antes de la rehabilitación, el lugar estaba dividido en 50 cuartos, un inodoro comunal y una lavandería en la planta baja. Y la estructura se caía a pedazos.
Sin embargo, esa realidad cambió y, en la actualidad, esta edificación de tres pisos luce remozada. Con sus áreas edificadas rediseñadas en torno al también recuperado patio colonial principal, aunque este luce sin la pileta, pues fue retirada antes del 2008.
El rediseño preservó los elementos constructivos de la época: 1 738, según los registros del Cabildo.
En la parte posterior al vestíbulo hay otro espacio pequeño a cielo abierto, que contiene un jardín colgante (helechos, bromelias…) alineado con las tendencias ornamentales actuales. Su altura es de 12 x 2 metros de ancho. En la pared contigua al jardín colgante está pintado el árbol de la vida, con aves e insectos típicos de la capital. El colibrí es el más pintoresco.
Ambos patios fueron techados para evitar el ingreso directo de la lluvia y el sol, explica Omar Pérez, jefe de Operaciones de Alimentos del hotel.
En los años veinte, la fachada fue convertida a un estilo neoclásico, muy de moda en aquel entonces. El trabajo fue bien logrado y los muros originales de adobe y ladrillo -promedio 1,5 m de espesor- no sufrieron daños severos, según Pérez.
La sala, ubicada en el primer piso, está divida en dos ambientes. Cada uno posee adornos decorativos antiguos. Uno de ellos es una panelera traída de la hacienda Zuleta, en Imbabura. De allí provienen también los bordados de flores de la tapicería, exclusiva en tonos azules. Esta estancia puede definirse como un ecléctico en el que predominan detalles de finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
Los diseños de la decoración interior fueron de Olga Fisch, afamada artífice de artesanías del país.
La distribución espacial de corte andaluz, que concentraba los cuartos alrededor del patio central, se mantuvo. El único cambio fue la clausura de las ventanas que daban al interior del hotel, para mejorar la privacidad.
Las 22 habitaciones (superiores y júnior suites) reciben luz natural y cada una cuenta con un baño moderno. Tres de ellas disponen de balcones.
El mobiliario de las alcobas consta de una cama, un armario, una mesa y dos sillas. Los muebles, de laurel liviano fueron tallados 100% a mano por artesanos ibarreños, con acabados naturales en café.
Las habitaciones conservan colores neutrales en sus paredes. El mobiliario fue hecho a mano. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Las paredes mantienen los colores tierra similares a los originales. Mientras que el piso es de chanul.
El comedor, al que se accede por un túnel de ladrillo visto con iluminación LED, se instaló donde funcionaron una tienda y una panadería.
Las columnas de piedra del patio son originales. El techo de bahareque con vigas de madera se preservó, utilizando la técnica colonial. Los dinteles de las puertas también son originales.
En el último piso se adecuó un altillo, cuya parte frontal es un vidrio templado por el que se disfruta de una vista privilegiada de la Virgen del Panecillo y parte del Centro Histórico.
Como en sus inicios, cuando perteneció a un español que acogía a viajeros, ahora La Casona de La Ronda continúa recibiendo turistas de Europa, EE.UU. y otros destinos.