La reserva del Mariano Aguilera se encuentra actualmente en el Centro Cultural Metropolitano. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO.
El 11 de agosto de 1917, una pequeña nota periodística registraba el primer acto público de una institución artística que definió -de diversas maneras- el arte del siglo XX en el Ecuador. Con el nacimiento del entonces llamado Premio Mariano Aguilera, el campo artístico local moderno daba otro paso en firme hacia su consolidación.
La nota, bajo el título de ‘Exposición de Bellas Artes’, publicada en la contraportada de la edición de la tarde de este Diario ese día, daba cuenta del nombre del ganador en la categoría de pintura, por un retrato: Víctor Mideros; también relataba que muchas obras fueron rechazadas por haberse presentado tarde o porque el jurado no las consideró “dignas de entrar al concurso”; o que fueron “numerosísimas” las personas particulares que acudieron a la inauguración esa misma mañana.
El próximo viernes se cumplen 100 años de esa premiación que puede entenderse como fundacional y que se ha repetido un sinnúmero de veces hasta llegar a lo que desde el 2011 se llama Mariano Aguilera Premio de Arte Contemporáneo (durante décadas se lo conoció como Exposición o Salón Mariano Aguilera) y que ya no tiene una categoría de arquitectura ni solo premia pintura y escultura, sino que acoge nuevas expresiones artísticas; además actualmente el premio se otorga a propuestas y trayectorias.
En todo caso, de vuelta a 1917, no es difícil imaginar el local en el que se otorgaron los primeros Mariano Aguilera. Debió ser un sitio pequeño, pues el periodista dice que estaba abarrotado y que quizá por eso tampoco se aceptaron más obras para el concurso. De hecho, era el mismo local que desde 1913 cumplía las funciones de sede de la Exposición de Bellas Artes, en el Kiosko de La Alameda; es decir en los extramuros donde en esos años funcionaba la Escuela de Bellas Artes, activa desde 1904.
Como recoge una publicación que en 1982 celebraba los 65 años del certamen, a propósito de una retrospectiva que también se realizó, el doctor Aguilera (abogado de los Tribunales de Justicia y miembro del Concejo Cantonal de Quito) donó su casa al Municipio para que producto de los intereses de la venta del inmueble “se otorgara, anualmente, tres premios para igual número de alumnos que obtuvieren los primeros lugares en concursos promovidos en la Escuela de Bellas Artes”.
Con esta escultura, titulada ‘Arrobamiento’, América Salazar ganó el segundo lugar en 1930.
Es decir, que en sus inicios, el Mariano Aguilera se sumó al concurso de la Escuela y no hacía convocatoria propia, como ya ocurriría en las décadas posteriores. El primer año, los premios consistieron en 326,91 sucres para los primeros lugares (esa cantidad fue la que recibió Víctor Mideros, quien luego ganaría 6 veces más el concurso, razón por la cual a inicios de la década del 30 se estableció una cláusula que impedía la participación a edición seguida de quienes hubieran ganado el concurso el año anterior), 217,94 para los segundos y 108,97 para los terceros.
Actualmente el premio a la trayectoria es de USD 20 000. Al inicio, algunos años hubo problemas para la entrega del dinero de los premios, pues la renta de la casa (que al parecer no se vendió) no siempre rendía lo necesario para cumplir con la voluntad de Aguilera.
Entre los nombres de la plástica nacional que resuenan hasta hoy y que encontraron en el Salón Mariano Aguilera un escalón para sus trayectorias están los de Mideros, Camilo Egas, José Abraham Moscoso, Pedro León, Juan León Mera Iturralde, Eduardo Kingman, José Enrique Guerrero, Jaime Andrade Moscoso, Oswaldo Guayasamín, Diógenes Paredes, Bolívar Mena Franco, Galo Galecio, Hugo Cifuentes, Guillermo Muriel, Gilberto Almeida, Oswaldo Viteri, Nelson Román, Ramiro Jácome, Luis Viracocha, Luigi Stornaiolo.
En ese universo en apariencia exclusivamente masculino, también hubo mujeres creadoras que ganaron premios en este concurso. Hasta antes del replanteamiento del certamen que se hizo en 2010, se las puede mencionar a todas, porque tampoco son tantas. La primera fue Rosario Villagómez, en 1918 y 1920; le siguieron Eugenia Mera, América Salazar, Carmela Esteves, María Sáenz, Germania Paz y Miño, Araceli Gilbert, Mariella García, María Teresa Barrera, Marcia Vásconez, Paulina Baca, Carmen Ávila, Nancy Vizcaíno, Jenny Jaramillo, Magdalena Pino, Ibeth Lara, Tanya Pazmiño y Nancy Moreno.
Seguir las huellas de este concurso es, de alguna manera, hacer una radiografía en retrospectiva de una parte importante de la historia del arte en Ecuador. No fue el único concurso, pero sí uno de los fundamentales, y el único que se mantiene hasta el momento.
En 1939, por ejemplo, le salió un competidor fuerte: el Salón de
Mayo, que fue organizado por el Sindicato de Escritores y Artistas (SEA), conformado por los artistas bautizados por Hernán Rodríguez Castelo como la Generación del 35, que estaban unidos por la práctica del Realismo Social. El éxito del Salón de Mayo en sus primeras ediciones era directamente proporcional al desgaste del Mariano Aguilera; un problema que venía arrastrando desde inicios de los años 30.
No fue el único momento de crisis; de hecho, como registra Hernán Crespo Toral en la ya mencionada publicación por los 65 años del concurso, entre 1942 y 1956 el Salón sufrió una larga interrupción, con excepción de 1947, año en el que también se realizó el certamen (el primer premio fue para Diógenes Paredes). En ese período, por ejemplo, se creó la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944); era evidente que más de 20 años después de su creación, el Mariano Aguilera había dejado de reinar solo en la escena quiteña del arte.
Y según la publicación del Mariano Retro, que fue una retrospectiva y el relanzamiento del certamen que se realizó en el 2010, hubo otros momentos en los que no se realizó, razón por la cual hasta esa fecha, con 93 años de existencia, solo se habían realizado 58 ediciones.
Cuestionamientos, glorias, crisis, retos, acomodamientos y reinvenciones… el Mariano Aguilera ha pasado por todo o por mucho, pero aquí sigue cien años después, iniciando quizá un nuevo siglo de trayectoria; algo impredecible hoy, igual que lo fue aquella mañana del 11 de agosto de 1917 en el Kiosko de La Alameda.