Esta quizá sea la única oportunidad para ver de cerca y en detalle la obra de Guillermo Muriel (Riobamba, 1925), ese pintor mítico de la Vanguardia Artística Nacional (VAN) que a fuerza de ausencia (prefería trabajar a exhibirse) empezó a antojarse imaginario.
Pero no lo es. Y desde este 5 de julio, 500 de sus trabajos en pintura, dibujo y escultura se muestran en la sala Joaquín Pinto, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE). ‘Vivir para pintar’ es el título de esta retrospectiva armada por sus hijos Belém y Álvaro, junto al historiador del arte Stéphen Rostain, y con el apoyo de Guido Díaz, director de museos de la CCE.
La idea surgió hace tres años, cuando Álvaro Muriel pensó que ya era hora de hacer justicia a la dimensión de la obra de su padre -de la que hay un registro mínimo en imágenes y texto, por esa especie de exilio al que Muriel mismo se confinó– publicando un libro sobre él. Cuando Raúl Pérez Torres, presidente de la CCE, y Guido Díaz se enteraron, le propusieron a Belém Muriel un proyecto aún más ambicioso: hacer una retrospectiva. Ahora habrá libro, muestra y documental.
Muriel es el protagonista de un momento clave para la pintura nacional (la Antibienal de 1968, promovida por la VAN), de ahí se nutren por ejemplo Los 4 Mosqueteros: Román, Unda, Iza y Jácome; y las nuevas generaciones de artistas. Si bien fueron ocho los miembros de la VAN (Muriel, Hugo Cifuentes, Aníbal Villacís, León Ricaurte Miranda, Oswaldo Moreno, Luis Molinari, Enrique Tábara y Gilberto Almeida), sus motores fueron Cifuentes y Muriel. Y quien persistió en trabajar sobre esos conceptos antimercantilistas del arte fue este último, más que Cifuentes, que a partir de ese momento pintó poco.
Díaz, gran conocedor de Muriel, da una razón poderosa para no perderse esta muestra: “Aquí tenemos la historia de la pintura ecuatoriana, de muchas de las tendencias, a partir de los años 60”. Obra inclasificable la de Muriel, por la versatilidad en estilos y temas, de alguna manera resume mucho de lo visto en el trabajo de otros artistas, más jóvenes que él, que sin duda en algún punto acusaron su influencia.
La cátedra de Muriel por alrededor de 40 años en la Facultad de Artes de la Universidad Central fue el espacio donde su obra sí se vio; hasta mediados de los 80, cuando se jubiló. Otro escenario era el barrio de la Villa Flora, donde el pintor vive desde hace décadas.
En las calles de su barrio se vieron sus dibujos o pinturas evocando lo popular. El Ecuador que pintó Muriel fue “antisolemne, contestatario”, en palabras de Díaz. E “irónico”, completa su hijo Álvaro: “Se ríe del poder, de la formalidad, de ese poder basado en cosas materiales, en la política. A través del dibujo es superpunzante y consciente de la potencia que puede tener un trazo para desenmascarar o dar al trasto con esa autoridad. En la mente de la gente está muy presente el Muriel antimilitarista y anticlerical. Antipoder en general. Puede echar abajo un personaje con una mueca y eso es muy poderoso, pero al mismo tiempo puede ir del sarcasmo a la ternura y a la poesía también”.
Ahora, cuando su corazón de fumador empedernido funciona al 25% y ya no puede salir a dar las largas caminatas por la ciudad, que lo alimentaban de escenas y personajes para su obra, Muriel ha aceptado que su obra ya no le pertenece y que, por lo tanto, es tiempo de mostrarla.
Como cuenta su hija Belém, el maestro estuvo activo hasta hace poco en todo el proceso de selección de la muestra; recordando su vida con cada óleo o papel que pasaba ante su mirada, como si se tratase de un álbum fotográfico familiar.
Ahora esa vida se expone desde este sábado 5 hasta el 30 de octubre en la CCE; y es la oportunidad para acercarse a una obra y a un personaje claves en la plástica nacional, para tratar de entender por qué todos estos años Muriel prefirió solo trabajar a exhibirse…