Saidel Brito, Ángela Arboleda, Adelaida Jaramillo y Manuel Larrea. Las propuestas nuevas en artes visuales, artes escénicas, literatura y música que han salido en los últimos 5 años en Guayaquil. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO
El movimiento cultural en Guayaquil es cíclico. Tiene etapas fértiles en que las iniciativas se despiertan desde diversos espacios y otras en que se apagan ya sea por falta de apoyo, decepción o de trabas provenientes de instituciones públicas.
Artistas y gestores coinciden en que en estos últimos 5 años el Puerto Principal vive un período fecundo caracterizado por el surgimiento de nuevas propuestas.
A decir del fotógrafo Richie Bohórquez -quien documenta los latidos de la noche guayaquileña desde los noventa- la situación actual inició en la década del 2000 con la llegada del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC).
Cuando a finales de esa década el espacio perdió su fuerza por falta de presupuesto, bares como Diva Nicotina sirvieron como sitios alternativos para los músicos. Según Bohórquez, artistas como Lucho Rueda, Niñosaurios, Ricardo Pita, Los Corrientes, Macho Muchacho… se consolidaron en esos espacios, inyectando nuevos ritmos a la música porteña.
Para el compositor Manuel Larrea, quien es un cazador del caos controlado en la ruidosa ciudad-puerto, “Guayaquil es un cúmulo de vivencias sonoras muy peculiares. Mas no nos sentimos apropiados de ello… eso hace falta”.
Kristian Fabre, conocido como ‘Rey Camarón’, coincide con que la lucha por apropiarse de la escena musical se batalla en círculos ‘under’.
Él enumera propuestas como Promedio 20, bandas como Los Corrientes e intérpretes como Ricardo Pita y Fabrikante, “con letras que hablan de formas de ver la vida, sonidos que van desde el pop hasta la trova moderna”.
Asimismo, en las artes escénicas hay agrupaciones que están creando. Ángela Arboleda, bailarina y narradora oral, dice que existen iniciativas llenas de pasión, “pero no hay un marco legal que las acoja”. Ella, quien lleva once años organizando el festival Un cerro de cuentos, destaca la labor de grupos como Muégano y Arawa.
Muégano acaba de abrir su espacio propio. Santiago Roldós, su director, comenta que allí “refrendamos el rigor cotidiano de reírnos de la estupidez, la mediocridad y la injusticia que nos vertebran y nos gobiernan”.
Arawa, dirigida por Juan Coba, está estrenando ‘Celeste’, de Aníbal Páez. La obra habla, con crítica y humor, de “un Guayaquil que amamos y odiamos”.
Tampoco se puede hablar de teatro en la urbe sin mencionar la llegada del Teatro Sánchez Aguilar (TSA), hace dos años, cuya presencia sacudió movida teatral. Obras de la productora Daemon -detrás de la que están Denise Nader y Jaime Tamariz– pasaron por la cartelera del lugar. “Este espacio hizo que, de alguna forma, otros como el Teatro Centro de Arte, deban renovarse”, dice Bohórquez.
En otro ámbito, las artes visuales porteñas han transcurrido entre la crítica social y propuestas más universales. Esta forma de arte ha alcanzado variadas formas de expresión: video, escultura, instalaciones, fotografía, performance, etc.
Para el artista y maestro Saidel Brito, no se puede hacer una radiografía de las artes visuales contemporáneas ecuatorianas sin voltear la mirada hacia Guayaquil. “Antes de los 90 se podía nombrar muy rápidamente a los artistas locales; hoy lleva más tiempo. La ciudad ha gestado audiencias para su arte”.
Los jóvenes son los personajes de esta nueva fase de la Artefactoría, un movimiento que surgió entre 1982 y 1989. Gran parte de ellos despertó sus genes en el Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE), donde se forman 340 artistas.
Brito es su rector y afirma que hay varios factores que han detonado la creación artística: la llegada de guayaquileños graduados en el extranjero y formados en crítica e historia del arte; la aparición de nuevas instituciones públicas -ahora la Universidad de las Artes-; y el trabajo de galerías como DPM y NoMíNIMO.
Pilar Estrada dirige NoMíNIMO. De aquí surgió el Premio Batán (desde 2013). El nivel de producción artística de la ciudad es tal -reflexiona Estrada-, que ha catapultado a artistas al exterior como Anthony Arrobo, Óscar Santillán y José Hidalgo-Anastacio.
En la literatura hay espacios que buscan conectar ciudadanía y lectura. Palabra Lab, Estación Libro Abierto y Casa Morada son ejemplos. En opinión de Adelaida Jaramillo, de Palabra Lab, un logro para Guayaquil es que espacios o personas del mundo de la cultura apoyan iniciativas jóvenes.
Este año, su espacio organiza la tercera edición del festival de microficción Ciudad Mínima.