Gaby temía morir en terapia intensiva

En la UCI Eugenio Espejo.  21 médicos, 14 residentes, 50 enfermeras, 32 auxiliares de enfermería y 10 auxiliares de limpieza trabajan por turnos 24 horas para salvar las vidas. Fotos: Patricio Terán / EL COMERCIO

En la UCI Eugenio Espejo.  21 médicos, 14 residentes, 50 enfermeras, 32 auxiliares de enfermería y 10 auxiliares de limpieza trabajan por turnos 24 horas para salvar las vidas. Fotos: Patricio Terán / EL COMERCIO

Murió sola en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Mientras estaba en terapia física, por su insuficiencia cardíaca, se descompuso y en vez de llevarla a su casa como era su deseo, la trasladaron a esta área crítica.

Ahí, Gaby tuvo un paro cardiorrespiratorio, la resucitaron y la entubaron (ventilación mecánica que no permite comunicarse).

Estas medidas, que buscan retrasar una muerte inevitable, tampoco estaban entre sus planes. Se las conoce como obstinación o encarnecimiento terapéutico, de lo cual se habla poco y no hay legislación nacional que las regule.

En el segundo paro, su madre, María Augusta Echeverría, exigió que respetaran su decisión. Solo le quedaba el oído, que es lo último que se pierde. Ella y su esposo entraron y se despidieron. Sus signos vitales se apagaron, a los 33 años.

Para la intensivista del Hospital Andrade Marín y profesora de bioética, Anabella Cifuentes, este problema ocurre porque los profesionales asumen la muerte de un paciente como un fracaso y no como una fase natural de la vida.

Cuando se trata de cáncer, al parecer, se habla más, pero cuando es una enfermedad pulmonar obstructiva crónica o falla cardíaca, entre otras, con dos y tres ingresos a una UCI al año, falta claridad.

Esta falencia es más evidente cuando el paciente se complica, la familia no está conforme y exige, reclama, se obstina... No está lista para malas noticias y el galeno está obligado a no limitar el esfuerzo terapéutico, explica Fernando Torres, director médico del Eugenio Espejo. Esto se agudiza con el Código Penal, que está en debate.

Gaby padeció cuatro años desde que el médico le dijo que su vida sería muy limitada, viviría como "viejita". Todo lo contrario a lo que era, activa, emprendedora, trabajadora, disfrutaba hacer compras y ya tenía dos títulos universitarios. Alguna vez el cantante John Lenon dijo: "La vida es lo que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes...". En una foto en el escritorio de su madre se la ve con una mirada radiante, ojos color miel, cabello lacio castaño.

Al tender la cama colocaba una cobija, descansaba, ponía otra y paraba; subía tres gradas y no resistía; perdió el trabajo. Tres meses de suspenso hasta que la medicación la reanimó. Volvió a buscar trabajo y tras dos años de estar en la casa de sus padres salió a vivir sola con su hija Cris. Al menos una vez a la semana recaía y acudía al hospital, a veces se quedaba dos o tres días hasta estabilizarse. No se rendía.

Un problema de vesícula la llevó al quirófano y desde ahí no mejoró. Tras la evaluación de cinco médicos la ingresaron a UCI, con embolia pulmonar, por tres semanas.

Luego de dos días de haber salido se complicó su hígado, riñón, pulmón; su corazón empeoró. Le pusieron un marcapasos. En cinco meses entró y salió de la UCI unas ocho veces. Ningún médico le decía que estaba en etapa terminal.

El Ministerio de Salud no informó cuántas de estas unidades están acreditadas y cuántas defunciones ocurren en estos sitios. La última estadística del INEC, del 2010, registra 778 UCI.

Los médicos consultados insisten en que, más allá de la creencia popular, no deben ser catalogadas como sitios para morir. Cifras puntuales lo demuestran: de 1 260 pacientes ingresados a la UCI del Andrade Marín, en el 2012, el 17% falleció, la norma internacional está entre el 20 y 25%. Esta área fue la primera en crearse en el país, en los 80. Fue renovada y ampliada de 18 a 36 camas, pero pese a que tiene demanda tope solo cubre el 41%, con 20 camas, el resto se deriva a clínicas privadas.

A las UCI, donde el personal médico no tiene tregua y los monitores no dejan de emitir sonidos, acuden dos tipos de pacientes.

El primer grupo presenta patologías agudas, que pueden curarse, pero en ciertos casos, por falta de reservas de su cuerpo o llegan tarde, no logran sobrevivir. Ejemplos: politraumatizados, con sepsis (infección severa), neumonías, tumores, leucemia, lupus, artritis. Las neumonías son muy comunes en la UCI del Hospital Baca Ortiz (30%), donde la ocupación también es completa y la recepción de niños en fase terminal es mínima.

También hay casos especiales como don Carlos, que llegó a la UCI del Eugenio Espejo por un trauma raquimedular (daño a la médula espinal) y ya lleva un año. Está lúcido y consciente, pero depende de un respirador; cinco minutos sin su asistencia le pueden costar la muerte. Ni él ni su familia lo autorizan y ningún médico se atrevería a desconectarlo. En el Ecuador no hay la eutanasia.

En esta UCI cada una de sus 33 camas vale su peso en oro. Por su gran demanda es imposible aceptar a los enfermos terminales. El 2012 atendieron a 1 117 y de estos 219 murieron (24,3%).

El segundo grupo son los pacientes con males crónicos (cáncer, enfermedades cerebrovasculares, del corazón, etc.), que tienen un evento adicional, los estabilizan y salen para seguir su tratamiento.

Dentro de este grupo están quienes científicamente ya no responden a ningún medicamento y lo contrario sería extender su agonía.

Gaby no quería ir más a una UCI, lo expresó una y otra vez, pero su médico insistió en hacerle una toracotomía, cirugía en los pulmones; le intervinieron en la espalda y tenía drenes por todas partes.

Henry Caballero, intensivista de la UCI de Solca Quito, donde se atienden 480 pacientes al año, explica que en estos casos prima lo que desea el paciente. Cuando este no puede decidir, porque está entubado, lo hace la familia. Se les explica su estado, los posibles escenarios, con dibujos, maquetas, se usa Internet, se conversa mucho.

Los familiares que han estado cerca al paciente aceptan pasar a cuidados paliativos, en los que se alivia el dolor, se tratan los síntomas y se asiste a la familia en el preduelo y duelo.

Los pacientes también piden tiempo para resolver cosas pendientes, como pedir perdón o tienen una necesidad espiritual.

Hay hospitales que cuentan con una pastoral de salud, pero en el caso del Andrade Marín lo suprimieron. El padre Alberto Radaelli, uno de los precursores en cuidados paliativos, fue despedido.

Los últimos tres meses Gaby estuvo en casa, en paz, con sus padres y cerca de dos hermanas. Resolvió problemas, escuchó música, oró, viajó a Punta Cana y se fue aliviada al saber que su hija quedó bajo el cuidado de su abuela.

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Capacidad insuficiente
A excepción  de los hospitales de Solca, FF.AA., Vozandes, no hay unidades especializadas de cuidados paliativos en Quito. A nivel de centros públicos, el Eugenio Espejo será el primero en crear una unidad de este tipo.

La demanda de las UCI  es alta y tampoco hay unidades de cuidados intermedios para pacientes de recuperación lenta.

Para que la UCI del  Andrade Marín opere al 100% falta personal médico y equipos. El año anterior derivó 1 760 pacientes a las UCI de clínicas privadas con un costo medio de USD 1 500 por día.

En el Eugenio Espejo,  luego de que se cataloga a un enfermo en fase terminal, lo estabilizan y lo mandan a la casa. El costo diario en la UCI de este centro varía de USD 700 a 1 418. Por la excesiva demanda también se piensa ampliar su capacidad a 60 camas.

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