La pugna. Turistas se esfuerzan por tomar fotos de La Gioconda, o Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci. La obra se exhibe en el museo de Louvre, París.
La respuesta es obvia, al menos en apariencia: primero es la obra, el arte, el producto del espíritu. O así era. En estos tiempos en que la cámara de fotos se volvió omnipresente gracias a su inclusión en los móviles, ya no es tan seguro.
Los museos del mundo están experimentando la fiebre del autorretrato, también conocido como selfie, con obras de arte.Antes, visitar el museo era una experiencia de aprendizaje y, por supuesto, la oportunidad de mirar, en el sentido cultural y espiritual de la palabra, una de esas obras que solamente podían mirarse en enciclopedias.
Sonría, por favor. Una turista se toma un autorretrato junto a una de las estatuas del museo de Louvre. Ahí, los palos de selfies están prohibidos.
El sentido del arte radica en su capacidad de emocionar, pero parece que los nuevos asistentes al museo se emocionan de verdad cuando la obra forma parte de su selfie, el verdadero souvenir de su visita.Se debate, además, si la fiebre de selfies pone en riesgo a las obras al despojarlas de su sentido.
¿Realmente hay que darles las espalda a las obras para una foto en Instagram?
Los museos del mundo reaccionan ante esto. Algunos, como en Gran Bretaña, país donde las fotografías siempre han sido permitidas, están colocando horarios para los selfies, y así liberar tiempo para los que quieren mirar. Mirar de verdad.