FIL: 4 bajones y 1 chiripazo

Murphy (o su ley, que da lo mismo) se ensañó con la Feria Internacional del Libro de Quito el día de su inauguración, este sábado 22. Todo (o casi todo) lo que podía salir mal, salió mal. Y el paseo que comenzaba entusiasta por los recovecos de las Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) pronto se transformaba en una suma de bajones.

Bajón 1: A partir de las 14:00, quien quiso entrar al recinto principal de la FIL, dispuesto en el recibidor del Teatro Nacional de la CCE, no pudo hacerlo. De golpe y porrazo más de una veintena de ‘stands’ nacionales e internacionales fueron borrados de la programación –hasta hoy domingo 23 a las 10:00, que los encargados aseguraron que volvería a abrir–.

Lo más grave es que, precisamente, en esa ala del Edificio de los Espejos se encuentra el ‘stand’ del invitado de honor de la cita: el Fondo de Cultura Económica. ¿La razón del cierre temporal? Un evento musical privado que se realizó anoche en el Teatro Nacional y que, según José Correa, funcionario del Ministerio del Cultura, estaba programado con meses de antelación y no pudo postergarse.

Bajón 2: De haber ido con traje de baño y con el ánimo predispuesto, la Sección Editorial del segundo piso del Museo Nacional, de la CCE, era el sitio perfecto para quien buscara un sábado de sauna. El microclima creado en esa parte del edificio por falta de ventilación hacía, a ratos, imposible la permanencia en el sitio.

Cuatro ventiladores raquíticos (a ojo de buen cubero) no podían combatir el vaho, la temperatura y el olor a humanidad que inundaba el sitio. En el área de literatura infantil, un enorme aire acondicionado fuera de servicio hacía que los pequeños y sus acompañantes pasaran también por esta incomodidad.

La sensación de asfixia y de llevar demasiada ropa encima dificultaban pensar, y mucho más la delicada tarea de ponerse a escoger libros. Ese calor y ese aire espeso provocaban más que nada ganas de salir corriendo.

Bajón 3: En la presentación de la nueva novela de Carlos Arcos Cabrera, ‘Para guardarlo en secreto’ (Alfaguara, 2014), daban ganas de decirles a los organizadores de la Feria: Si no tienen posibilidades, para qué invitan.

En una esquina, que era un espacio abierto de uno de los corredores, mal acomodados el autor, el presentador y el público, con todos los visitantes de la feria circulando de un lado al otro y la música de un piano irrumpiendo de la nada (recordaba a las presentaciones simultáneas en el Centro de Exposiciones Quito, en la FIL del 2012, del escritor mexicano Xavier Velasco y el señor Pedro Delgado, apenas separados por un panel de madera aglomerada, cuyas voces se confundían) el acto se sostuvo más que nada por la buena voluntad de los asistentes.

Bajón 4:
Fue difícil dar con un libro de Juan Villoro, el escritor mexicano que es el plato fuerte de la FIL y que se presenta el miércoles 26. En una las librerías más grandes del país, con ‘stand’ en la Feria, uno de los encargados dijo que talvez para el jueves (cuando ya Villoro se haya ido del país) llegarán algunos libros. De la disponibilidad de los libros del mexicano en las otras librerías locales participantes, grandes y medianas, no se podía saber porque seguramente estaban en el ala cerrada para las Quiteñadas (el espectáculo que se presentó anoche en el Teatro Nacional).

¿Por qué no hay libros de Villoro (o hay muy pocos) en Quito? “Ese ya es problema de la editorial”, fue la respuesta. ¿Por qué, si se sabía hace dos o tres meses que Villoro venía, no se hicieron las gestiones de importación con el tiempo suficiente? Ese es uno de los misterios dolorosos que tenemos que padecer los lectores ecuatorianos. Por lo menos para las ferias del libro, editoriales y libreros podrían evitarnos la pena, ¿no?

Es cierto que la FIL 2014 (su organización, concepto y logística) es una herencia de la administración de Paco Velasco, y que al actual ministro de Cultura, Francisco Borja, no le tocó más que seguir adelante con lo previsto; sin embargo, quizá sí se pudieron haber hecho algunos esfuerzos adicionales para que Murphy no fuera el invitado principal el día de la apertura.

Pero como no hay mal que por bien no venga, esta jornada accidentada contó con un maravilloso chiripazo: decenas, cientos de personas que salían abrumadas por las altas temperaturas del segundo piso y por la mermada oferta editorial fueron a dar con sus huesos al área arqueológica del Museo Nacional que, acertadamente, estuvo abierta. Ahí disfrutaron, conocieron, miraron, preguntaron; es decir, se dejaron llevar por la curiosidad y vivieron una experiencia cultural, recorriendo un museo que quizá ni sabían que existía.

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