La cantante francesa es parte de la Fiesta de la Música; actuará este domingo (22 de junio de 2014) en Quito. Foto: wikicommons
El chocolate es la risa tras el llanto, es euforia y sosiego, una dulzura que regala la realidad.
La voz encantadora de la francesa Olivia Ruiz, desde el otro lado del auricular, se debe al chocolate que le corre como sangre.
Ella es ‘La Femme Chocolat’ y llegará a Quito para que el público vampiro saboree sus delicias (este domingo 22, en la Plaza del Teatro,por la Fiesta de la Música).
Olivia llegará a la ciudad para darle un día más a esa gran historia de amor que tiene con Latinoamérica.
Si ya estuvo por Chile, Argentina, Uruguay y, desde hace un par de años , se ha enamorado de la isla de Cuba -“sobre todo de los cubanos”-, ahora su abrazo romántico se extiende hasta el ser andino.
Y es que con sus raíces hispanas -o gracias a ellas- su espíritu y su curiosidad se han abierto en frondosas ramas, regadas con la riqueza de esa mezcla entre su Francia querida y esa España que siempre le llama.
Ser ciudadana del mundo le dio la libertad de sentir que todo es posible, que se puede cambiar de vida y mejorar la comprensión de sí misma; que hay que explorar el planeta con las sensaciones, para entenderlo mejor.
Su música es así. Libre y hecha de fusiones. Un divertimento muy teatral, que se arma de Broadway y banda sonora; que suena a guitarras de surf, a tiples, a sierras; que es ‘chanson’ y es underground. Y a eso se suma la voz y la lengua. Olivia dice que la musicalidad del español y el inglés no dan chance a esas eres guturales del francés; y, si bien cuando no escribe en su idioma natal siente que las palabras son más ingenuas, igual encuentra magia en ellas, “son errores que pueden tener formas de ternura”.
Su escritura es una recreación, es un momento para pasear su imaginación y sorprenderse, es la fascinación o el disgusto de sus viajes interiores. Aunque le da miedo encontrarse sola frente al piano o al oboe, le da más miedo aún quedarse con sus palabras, con su universo. De joven, los libros la cuidaban en su soledad y, ahora, las palabras le dan seguridad.
Con ellas construye historias. Cuando anda por la calle se le abren las puertas de la ficción. Si al virar la esquina de su barrio de Montmartre, Olivia halla a una persona particular, ya se puede avizorar una canción sobre el movimiento de sus manos, sobre la expresión de sus ojos, sobre la fascinación por el ser humano. “Me siento muy pequeña y todo es tan grande, estoy como borracha en este museo a cielo abierto”.
También están como motivos, la pintura, el cine, el pasado de su familia en los viñedos del sur, las neurosis… Y los amores, sobre todo los más difíciles. Para cantarlos, ella se esconde, su gran pudor coloca un velo entre su palabra y ese, misterioso y verdadero sentido. Será porque el amor nos vuelve frágiles. Pero, Olivia es tan frágil como fuerte. Aunque de ella se perciba una personalidad de meteoro y tempestad (palabras con las que ha titulado algunos de sus discos), cuenta que eso es reflejo de una etapa de su vida, una en la que temía que su fuego se extinguiese. Hoy “todo es muy extraño”, no se enfada, toma los días con filosofía, tiende a pensar que la larga psicoterapia ha empezado -finalmente- a funcionar.
Algunos la conocen de esta parte del Atlántico desde sus videoclips, que dejan ver su rostro bonito y su soledad rodeados de atmósferas de sueño y melancolía, de circo y natura, de almas, de cuerpos, de gente. Entre su persona y la construcción de su imagen “no hay tanta diferencia. Soy la misma persona”, dice esa mujer que gusta de reír, con fragilidades, fascinaciones, fuerzas, dificultades, trazando su manera de conducirse por la vida, a través de problemas y felicidades.
Esa imagen nada tiene que ver con la que le acompañó en ‘Star Academy’ -la ‘Operación Triunfo’ francesa-, por donde encontró la cercanía con las disqueras, pero ante cuyo formato se siente mal, le sobreviene el miedo. “Sufrí mucho por ese programa y por la manera con la cual los responsables de las cadenas no se preocupan del destino de los que no ganan y que fueron usados y echados. Me dan a pensar que hay peligro entre la gente que gana dinero y los jóvenes con deseos sinceros”.
Cuando Ruiz salió de allí y buscaba vincularse con el ‘underground’, todos excepto uno le negaron la oportunidad… Él fue Chet, el mismo que ha agrupado al colectivo de cantantes franceses con los que Olivia compartirá escena, música, diversión y mucho, mucho chocolate, este domingo de fiesta.