Entre títeres, muñecones y máscaras, Fernando Moncayo recibe a todo aquel que llega a La Rana Sabia para recuperar la capacidad de asombro. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO
Seguido por la Cuchufleta, la Clementina y otros chuchos, viene el ‘Barbuchas’, el afable Fernando Moncayo, y se abren las puertas de La Rana Sabia. En ese mundo donde todo es posible y todos somos niños otra vez, el titiritero ofrece una sopa caliente, un humor estupendo y su palabra sincera, más cuando se habla de la niñez, de lo pueril, de esa infancia tan poco comprendida y tantas veces denigrada.
Una expresión de poder es el trato a la infancia…
A los niños se los considera atrasados o incapaces que tienen que ser dirigidos y no pueden determinar sus actos… Esto lleva a una sociedad conductista que repite ese afán de dominar al otro y que tiende a que la gente se alinee en un modo de ser social, político, económico, cultural… La educación está hecha para eso, crea cuadros para cualquier sistema en el que esté, de ahí que cuando un niño se muestra inquieto se lo margine: no está bien, vaya al sicólogo, es rebelde, no se disciplina. La disciplina encamina hacia fines determinados, sin dejar una fundamental libertad particular.
¿Se subestima lo pueril?
Se confunde lo pueril con dar al individuo una sociedad masticada, donde la persona está esperando que le den diciendo, haciendo, construyendo las cosas. Se atiene a la fuerza del dominante, se delega atributos y potencialidades para que el otro maneje desde un conjunto preestablecido: el niño necesita orden, disciplina, guía. No puede ser contestatario, debe ser encauzado… Y el niño recibe eso como don natural.
¿Cuál sería la opción?
Los niños no tienen la fuerza y la fuerza domina a la razón, a la sensibilidad y a la libertad. De ahí que los padres o los maestros deban suscitar en esos niños la búsqueda de un camino auténtico, un cuestionamiento. Lo lúdico es consustancial al ser humano; jugar y recrear son parte del proceso del conocimiento. Lo que para el adulto es un desorden, para los niños no.
¿Qué opina de los niños como proyecto de adultos?
Pasa donde los adultos dominan y los niños no tienen sino que obedecer. Se habla de que el niño es ‘el futuro de la patria’. Nosotros fuimos de los primeros en plantear que el niño no es el futuro sino un presente vivo. Incluso a los que no trabajan les determinan qué tienen que ser y dejan la posibilidad de la niñez a un lado.
¿Dónde está el límite entre protección y dominio?
El límite, en la libertad. El adulto debe respetar la libertad, la búsqueda y la sensibilidad propias del niño; los adultos deben suscitar la búsqueda de sensaciones en la vida; no restringir de acuerdo a los prejuicios. La protección no es un esquema sino una búsqueda de libertad; darle herramientas para crear y transformar el mundo, para transformarse él mismo y no ser un objeto manejado al antojo de los demás.
Una cualidad es la capacidad de asombro…
No se cultiva. A la capacidad de asombro se contesta con un “no molestes… después vas a entender… ahora no”. Eso perdemos los adultos. La capacidad de indagar y sorprenderse es fundamental.
¿La tecnología incide en la capacidad de asombro?
Sí y no. Hay cosas importantes en el desarrollo tecnológico, pero también un condicionamiento. Están con el teléfono y se pierden la capacidad de cuestionar al otro, de mirarlo de frente, la conversación. Cuando llegó la radio se decía que se acabaron la historias; cuando llegó la TV dejaron de jugar rondas, luego se fue la señal y ya no sabían qué hacer, habían perdido el impulso para estar juntos, para inventarse cosas… Son etapas de shock. Pero me sorprende que haya niños que recuperen el libro, es como si la sociedad se negara a embrutecer del todo.
La fantasía o la imaginación también son vistas como formas de alienarlos …
Con el cuento de la sensibilidad de los niños se los encamina a una forma de diversión: “esto es para niños, tienen que ir a Disney, ver estas películas, este es el entretenimiento y el horario de los niños”; de otra cosa ‘no tienen edad para entender’. Los niños pueden entender todo, lo importante es cómo se explican las cosas.
Tenemos (en La Rana Sabia) obras que tratan conceptos de filosofía con obras sencillas, donde captan, sienten y viven. Hay otros casos, donde el objetivo se liga a que sean funcionales al sistema, cuando el punto es que se expresen como les da la bendita gana.
¿Se confunde entre diversión y distracción?
El concepto adulto de la diversión es prender la TV y sentar a los niños y a los abuelos frente al aparato y los dejan allí. Dicen “¡qué modernidad!” y respondo “¡qué bestialidad!”. Si bien se puede usar puntualmente para la educación, no se puede saturar al individuo y reemplazar cosas fundamentales: estar, soñar y construir mundos con los demás…
¿Dar libertad absoluta no va contra el ideal de orden?
La sociedad tiene que ser un desorden, pluralista y múltiple; el orden es meter todo en un solo aspecto. Hay que aceptar la diversidad. El orden es el de ellos; ellos determinan cómo se hará su microsociedad, en el respeto a los demás y a uno mismo. Si no fuera diverso, el mundo sería horrible, lleno de autómatas, masificado.
¿Cómo reaccionan los niños ante la razón?
Te acuerdas de la frase de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”, de donde salen los Caprichos, una cosa muy loca, muy linda, muy mágica. La razón es chata, es pobre, es un acceso a la realidad muy unilateral, muy limitado. La vida se compone de locuras, sueños, magia, porque de lo contrario estás condicionado a cuatro o cinco reglas sustentadas en una pseudociencia deshumanizada.
¿Es un mundo fácil para los niños?
Se confunde lo fácil con lo cómodo. Se enseña que ser niño significa ningún esfuerzo, porque todo está hecho para ser un adulto dominado. No es fácil formar a un niño libertario, diferente; es un reto a toda la sociedad.
¿Estaban mejor antes?
Es difícil decirlo. Antes, en el país había mayor índice de analfabetismo, posiblemente de desnutrición, falta de atención médica; pero si tú te crías en el seno de tu propia cultura y comunidad, eres mejor de los que se crían aislados en estos guetos urbanos pavorosos, donde los niños han sido desarraigados de su contexto y viven un mundo que deforma.
¿Cómo crees que ven este mundo? ¿Es complicado ponerse en sus zapatos?
Ayer (miércoles, Día del Niño), venían los niños diciendo: “¿En qué te ayudo Barbuchas?”. Según cómo te acerques, ellos responden; si les dices “haz esto”, los niños se repliegan, pero si ven que eres amable, les escuchas, les miras… Lo primero que miro en una familia es a los niños y les saludo y ya no son invisibles. Como anónimos son solo estadísticas y eso solo sirve para campañas y vacunas. Todo ser vivo necesita ser tomado en cuenta, los niños más que todo, porque están formándose. Pasaba con los indígenas, nadie les tomaba en cuenta, eran parte del paisaje, hasta que se hicieron sentir como movimiento profundo.
Se habla de una política de la ternura. ¿Será una estrategia para cambiar la percepción de lo pueril?
Ahora nombran cualquier cosa. El buen vivir, nadie sabe definir… ¿Será carro, casa, TV, puesto fijo y paseo de fin de semana? Es tan relativo. Lo que sí es fundamental es el afecto para todo ser humano; en la zona del terremoto, dando funciones, la gente quería abrazos. Eso de la ternura puede ir por ahí; pero cuando se vuelve política, empieza a ser conductismo de la ternura. Hay conceptos que se institucionalizan.
¿Cómo conserva lo pueril, para que Fernando coexista con el Barbuchas?
A veces me asusto porque ya soy un tipo viejo y de pronto los guaguas… Yo les trato como seres humanos, no cambiando la voz. Si has oído que les dicen (cambia la voz, la aflauta): “a ver niñitos vengan acá, hagan esto…” (Retoma su voz) NO, sino: “Hola Juanito, ¿qué cuentas? No me jales el saco…” Que me respeten como yo les respeto y se vuelve una relación de igual a igual, tenemos años de diferencia y somos iguales: seres humanos, sensibles, creativos, que quieren estar felices… Porque eso sí debería ser impuesto: el derecho a ser felices desde su propia cultura y punto de vista. Todo lo que lleva a un esquema es un empobrecimiento del ser humano, nos vuelve nada: seres con cemento en el cerebro.