Para Marcela, su familia es la libertad sin ataduras

Marcela Morales nació en Quito, el 15 de junio de 1986. El pregrado lo hizo en Relaciones Internacionales en la PUCE. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Marcela Morales nació en Quito, el 15 de junio de 1986. El pregrado lo hizo en Relaciones Internacionales en la PUCE. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

Marcela Morales nació en Quito, el 15 de junio de 1986. El pregrado lo hizo en Relaciones Internacionales en la PUCE. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

En el 2012 Marcela Morales regresó al país. Había pasado tres años en Berlín (Alemania), donde estudió una maestría en Resolución de Conflictos y realizó pasantías vinculadas a esa rama.

Al principio, este joven de contextura delgada y cabello negro, pensó en quedarse allá, pero luego entendió que su futuro estaba en otro lado. Cuando regresó a Quito tenía 26 años. En sus planes estaba irse a vivir sola. Al inicio tendría que alquilar un departamento, pero luego, al conseguir un trabajo rentable, compraría uno suyo. Pero la realidad económica y la cercanía con su familia la hicieron desistir de ese plan.

Esta es la situación que atraviesan muchos jóvenes, quienes ante las dificultades financieras permanecen en casa de sus padres por más tiempo del que planearon.

Ellos han sido piedras fundamentales para sostener e impulsar los sueños de Marcela. Han promovido sus estudios y le han tendido la mano siempre que lo ha necesitado.

Ahora, Marcela tiene un trabajo estable en Grupo FARO, una organización de la sociedad civil, donde investiga los beneficios para las naciones que recurren a la extracción de sus recursos naturales. Los resultados de sus estudios se enfocan en las lecciones aprendidas, que luego servirán como fundamento para las naciones que aún no implementan la explotación de los recursos. Pero todavía no piensa en abandonar su nido.

Sus perspectivas del futuro siempre están abiertas a cualquier alternativa. No se mira atada a un lugar en específico. Tiene claro que en el futuro cercano se irá nuevamente fuera el país a estudiar otra maestría o un doctorado, en cualquier lugar que le ofrezca una alternativa atractiva.

El proyecto en el que trabaja culminará en el 2016, así que por ahora está centrada en cumplir los objetivos propuestos. Ella ha aprendido a lidiar con el desarraigo que implica el irse a vivir fuera y regresar a su hogar. La mayoría de sus amigos estudian y trabajan en el extranjero. Sus compañeros del colegio fueron formados para migrar en busca de una educación especializada y de calidad, así que cuando regresó al Ecuador no tenía a ninguno de ellos cerca. Además, tuvo que adaptarse nuevamente a las dinámicas de la casa de sus padres, en donde viven cinco personas: Marcela, sus papás y sus dos hermanos. Uno de ellos ya se graduó de la universidad y el otro estudia arquitectura. También tiene un sobrino pequeñito, que la conmueve al máximo.

Su trabajo le ha permitido ahorrar y darse sus “gustos”. Marcela viaja siempre que puede, sea sola o con su familia. El 2015 fue a Estados Unidos y a Alemania. En el verano, ella y sus amigos que viven en Europa alquilaron un auto y recorrieron el sur del país. Ninguno de ellos tiene hijos o responsabilidades que les detengan, así que solo deben cuadrar sus agendas, agarrar sus maletas e irse. Y en noviembre, Marcela fue a Nueva York. Toda su familia viajó para apoyar a su papá y a su hermano, quienes corrieron la maratón de esa ciudad.

También destina parte de sus ahorros a cosas que le brindan otras experiencias. Empezó un curso de salsa, algo que siempre le ha gustado y que le permite liberarse de las tensiones del día a día. Además, las mañanas va al gimnasio.

Su día a día gira en torno al trabajo, así que el amor ha quedado relegado por ahora. No tiene una relación seria y estable y tampoco planes de casarse al menos en el corto plazo.

Ella prefiere aprovechar todo el tiempo que puede con sus padres, hermanos y sobrino. Es como una deuda pendiente que quiere saldar antes de que deba tomar su propio camino.

Vivir con los padres siempre tendrá una ventaja extra: ellos están siempre a su lado. Puede que adaptarse a la dinámica familiar luego de un tiempo fuera pueda ser complicado al inicio, pero los abrazos en días difíciles es el argumento perfecto y es lo que ha atrapado a más del 43% de los jóvenes -de hasta 34 años- a escala mundial a quedarse en la casa de sus papás indefinidamente.

Aunque esta convivencia no limita la libertad de los chicos. Ellos deciden lo que estudiarán, en qué trabajarán, cómo usarán sus ahorros... Se han adaptado a una forma de vida acompañada y aunque es lo que más le costó al inicio a Marcela, ahora es tan cotidiano que no tiene fecha de vencimiento y es algo con lo que sus padres están tranquilos.

Por ahora, Marcela prefiere vivir el día a día. Sin planes definidos, sin deudas por saldar, sin ataduras sentimentales. En algún momento caminará sola.

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