Una pareja de extranjeros viaja por el Ecuador con un perro callejero

La perrita fue encontrada debajo de la banca de una plaza, sobre una cuna de papeles de periódicos y fundas plásticas. Foto: Sara Ortiz/ EL COMERCIO.

La perrita fue encontrada debajo de la banca de una plaza, sobre una cuna de papeles de periódicos y fundas plásticas. Foto: Sara Ortiz/ EL COMERCIO.

La perrita fue encontrada debajo de la banca de una plaza, sobre una cuna de papeles de periódicos y fundas plásticas. Foto: Sara Ortiz/ EL COMERCIO.

Una pequeña bola de pelos y pulgas se ganó el corazón de Amine Maissour y su compañera, Danielle Bergman. Ahora recorren Ecuador con Ota, una cachorra de la calle de un mes y medio de nacida.

Tras partir de Colombia, el pasado 9 de junio del 2015, hacia el puente internacional de Rumichaca, en Carchi, no imaginaron que en este país hallarían tantos perros vagando en las calles y plazas.

Para ellos parecía algo muy extraño toparse con jaurías al pasear por Otavalo, en Imbabura. Fue un miércoles, hace dos semanas, cuando se encontraron con la perra. Cabía en una mano y tenía la piel pegada a los huesos. Estaba debajo de la banca de una plaza, sobre una cuna de papeles de periódicos y fundas plásticas.

“En realidad no pensamos llevarla con nosotros, pero cómo íbamos a dejarla si es tan linda”, cuenta Amine, un marroquí de 27 años, que vive desde hace un año en Colombia.

La alimentaron, llevaron donde un veterinario y la desparasitaron. Le hicieron un espacio en sus maletas y la trajeron a Quito.

Ota, que debe su nombre al lugar en donde la hallaron, casi nunca ladra. Tienes los dientes y las uñas delgadas como agujas; su pelaje negro y las patas blancas. Sus orejas son enormes, parecen desproporcionales para su dulce cara. Es una mezcla de muchas razas. Esas características fue lo que los enamoró. No saben si crecerá mucho o si se va hacer larga.

Los extranjeros la pasea en todos los lugares donde llegan. Tiene fotos en la Basílica, fotos en La Plaza Grande, con niños de la calle que quieren jugar con ella, incluso Ota ha visitado la Mitad del Mundo.

Para Danielle viajar con una perrita les ha facilitado conocer amigos. Cualquier persona se les acercan, le preguntan por el hombre de la cachorra, les regalan comida para perro o simplemente entablan conversaciones y conocen de la cultura local.

El único problema son en los hostales. Por eso, desde que en un sitio no les permitieron pasar la noche, esconden a la perra en algún bolsillo, en la cartera o debajo de sus chompas.

Para los dos jóvenes es la primera vez que adoptan un perro. “En Colombia no hay tantos como acá, que se los ve en las calles, por eso no encontré uno”, cuenta Danielle. Pero siempre tuvo la idea de algún día vivir con un perro.

Los jóvenes están ahora de paso por Quito, el próximo destino es Baños. Piensan subirse a una tarabita con Ota. Y cuando hayan cruzado todo el Ecuador regresarán a Colombia con el animal.

"Siempre es mejor adoptar un animal, porque así ayudamos a que no vivan en la calle, desnutridos y en peligros", asegura Amine.

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