1 500 personas con algún tipo de discapacidad están en zona de riesgo del Cotopaxi. Hay un plan inclusivo ante una erupción. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Parecía que la noche iba a llegar antes de tiempo. Era mediodía, pero el cielo estaba oscurecido con la espesa ceniza que despedía el volcán Cotopaxi.
María Inés Latota vio a sus vecinos del barrio San Francisco correr lejos de sus casas, por las colinas de esa zona rural de Latacunga. Dejaban atrás su ganado, sus aves y sus pertenencias de una vida. Latota se quedó en la vivienda, temblorosa. No podía dejar solas a sus dos hermanas y tía, quienes no pueden correr hacia los albergues como el resto, debido a su discapacidad.
Las abrazó fuerte y juntas pidieron a Dios para que el Cotopaxi se apaciguara. La caída de ceniza cedió ese 22 de agosto, pero quedó la sensación de impotencia y angustia ante un evento natural tan grande.
Latota trasladó a sus hermanas y tía con discapacidad intelectual y física a una casa en zona segura y lejos de la ceniza. Otros familiares cuidan de ellas mientras la emergencia pasa. Lo propio hizo Estela Moreno con su hijo. Geovanny, de 25 años, tiene discapacidad intelectual. Él no estaba en la vivienda cuando comenzó a llenarse de ceniza el pasto y el lomo de las cabezas de ganado en la parroquia Mulaló.
Se encontraba en el parque de la comunidad, sin conciencia del daño que hacía el polvo volcánico a sus ojos y a su garganta. Su madre lo encontró con la ropa teñida de gris y lo llevó a casa. Ahí contaron las horas para que el cielo volviera a despejarse y luego poder trasladar a Geovanny a Quito, con sus familiares.
A Moreno ahora le duele no tenerlo a su lado, con sus travesuras. Siente que el Cotopaxi los ha alejado, pero no tenía opción. La salud de su hijo estaba en riesgo y había que hacer un sacrificio.
En las zonas de riesgo del volcán (Pichincha y Cotopaxi) se han registrado 1 500 personas con discapacidad.
La Secretaría Técnica para la Gestión Inclusiva en Discapacidades elaboró un protocolo para que las personas con discapacidad y quienes se encargan de cuidarlos sepan qué hacer en caso de una erupción.
El plan inclusivo se difunde entre los pobladores. En Latacunga, los técnicos de la Fundación Construyamos un Sueño se capacitan y atienden a 200 personas con discapacidad, gracias a un convenio con el Ministerio de Inclusión Económica y Social. La mitad de sus pacientes ya dejó la zona de riesgo de manera voluntaria y como una medida preventiva.
Aunque hay quienes aún se resisten a salir, como César Rengifo, de 40 años. Él tiene discapacidad visual. No podría correr en caso de una erupción, pues no alcanza a distinguir los objetos lejanos. Vive en la zona rural de Salatilín.
Él confía en que las hondas quebradas que rodean su propiedad apresen la lava y lahares que arroje el Cotopaxi si termina de despertar.
Pero no hay certeza sobre la magnitud que pueda adquirir la erupción. En 1877 fue tan grande que los lahares desbordaron ríos y quebradas y llegaron hasta Esmeraldas, en el océano Pacífico. Arrasaron casas, carreteras, plantas, animales, vidas, etc.
Luz Vargas está consciente del peligro. Ella es vecina del Cotopaxi. Levantó su casa enfrente del volcán, en un cerro del sector Las Barrancas.
Su hermano Néstor, de 46 años, tiene discapacidad auditiva. Sus tres hijos cuentan con dos motos listas para salir del sitio cuando se active la alerta naranja (ahora está en amarilla). No le preocupa mucho la condición de su hermano, porque aunque no saben un lenguaje de señas formal, ambos han aprendido a comunicarse a través de gestos.
Él es uno de los vigías de la familia. Alertará al resto cuando las fumarolas del Cotopaxi sean más grande que las nubes.
Será su único indicador, pues en el sitio no hay señal de teléfono móvil o alarma comunitaria. Esperan salir antes de que los lahares lleguen, algo que le resultará más complicado a Juana Iza, de 81 años.
Ella vive en la comunidad San José de Callo, que es la más cercana al volcán. Cuida a su nieto con discapacidad intelectual. Iza recuerda que él no necesitaba una silla de ruedas para movilizarse cuando era niño.
Su condición resultó de una fiebre que no se trató a tiempo. No había forma de salir de la comunidad para buscar atención médica y su nieto convulsionó. El cerebro fue el más afectado.
La hija de Iza trabaja y trata de ahorrar para arrendar una casa en un sitio seguro. No quiere que se repita lo del 22 de agosto, cuando cayó la ceniza. Entonces, por su discapacidad visual, Iza no pudo ver el volcán, la ceniza ni a los vecinos evacuando. Se quedó sentada en el piso de tierra de la casa inmóvil, esperando…