Antonio Jiménez y su esposa Rosa Masaquiza mientras responden las preguntas realizadas por Denis Kelleher. Foto: Modesto Moreta/EL COMERCIO
Cuando Antonio Jiménez era un niño su padre Manuel le envió a que viviera en la ciudad de Ambato, en Tungurahua, con una familia mestiza. No quería que aprendiera el kichwa para que no sufriera la discriminación en la que vivía su pueblo en 1950.
Tras 20 años,Jiménez retornó a Salasaka para aprender el idioma materno. Ahora con 60 años está orgulloso de saber español y kichwa. Es más, enseñó a sus hijos el idioma ancestral con el que se comunica con su esposa Rosa Masaquiza.
De esos casos hay muchos dice Denis Kelleher, estudiante de la universidad de Temple Philadelphia, en Estados Unidos, que junto a Robin Aronow, directora del proyecto, Brian Okum, Tessa Molnar y Katie Clarkson realizan una investigación sobre la permanencia del kichwa en esta población localizada a 12 kilómetros al oriente de Ambato.
Desde hace un año, este grupo efectúa visitas y entrevistas a los taitas y mamas para conocer si practican el kichwa. También las aplican en los niños de 10 años y en los jóvenes de 18 en adelante. Kelleher explica que la idea es conocer si el kichwa se está perdiendo en el pueblo Salasaka, cómo afectó su convivencia con el español y qué palabras continúan vigentes y cuáles desaparecieron.
En 32 de las 60 entrevistas aplicadas determinaron que el kichwa aún se mantiene vigente, especialmente en los niños y adultos, no así en los jóvenes que dejaron de hablar porque migraron. “Este aún se trasmite de padres a hijos, especialmente los más ancianos”.
El sábado anterior, el grupo entrevistó a varias personas entre ellos Jiménez, quien viste su traje típico compuesto por un pantalón y camisa blancos, y poncho negro. Con ayuda de Jorge Caizabanda, un conocedor de la cultura local, se aplicó el cuestionario de 12 preguntas relacionadas con el idioma y 50 palabras que deben ser traducidas al kichwa.
Cuando Kelleher le preguntó si hablaba kichwa puro o mezclado con el español, Jiménez respondió que es mezclado. Con los resultados que estarán listos el próximo año elaborarán material didáctico e iniciarán una campaña para que los niños y jóvenes no dejen de hablar su lengua.
Encontraron casos de padres de familia que enseñan a sus hijos primero a hablar en español, como su primer idioma y luego el kichwa. “Eso ocurrió por el miedo a la discriminación, pero a la vez es negativo porque empieza a morir un idioma. Debemos tabular los resultados para sacar las conclusiones reales de lo que sucede”, asegura Robin Aronow, directora de la investigación.
Decidieron desarrollar esta indagación porque el dialecto del kichwa de Salasaka es diferente al de otras regiones del Ecuador y hay poca literatura sobre este asentamiento indígena.
La investigación documentará el idioma kichwa y asegurará que esté en la literatura académica. También, quieren entender cómo el español influyó en el kichwa de esta parroquia con la idea de desarrollar un plan que ayude en la preservación del idioma.
Esas investigaciones académicas serán publicadas en un libro que se editará y distribuirá en forma gratuita en la población y los centros educativos. Entre las conclusiones importantes que logró el equipo investigador está que los habitantes no perciben al kichwa como un idioma inferior frente al español o al inglés.
Asimismo, que las generaciones de adultos mayores usan menos palabras en español y que los jóvenes hablan en un gran porcentaje en español.
En Salasaka, apenas el 70% de la población habla kichwa puro, el resto lo mezcla con el español, conocido como kichwañol. Jorge Caizabanda, estudioso de la cultura Salasaka, explica que se trata de demostrar de manera científica es cómo se habla el kichwa en esta población y cómo ayuda a desarrollar el pensamiento indígena.