Estudios del sistema inmune dan más luces sobre la esquizofrenia

Investigadores descubrieron que podían controlar los movimientos del cuerpo utilizando electrodos implantados en el cerebro.

Investigadores descubrieron que podían controlar los movimientos del cuerpo utilizando electrodos implantados en el cerebro.

Los fragmentos de memorias están dispersos sobre el lienzo. Son recuerdos en crayón, sombras suspendidas en una cuadrícula desproporcionada.

El cuadro, del artista J. Quiroz, está colgado en la pared
de un consultorio del Instituto de Neurociencias de Guayaquil. A más del talento, Quiroz tiene algo en común con Vincent Van Gogh y Salvador Dalí: la esquizofrenia.

Tan antigua como la humanidad, el mal de la ‘mente fragmentada’ -como la bautizó el psiquiatra suizo Paul Bleuler en 1911- es un trastorno psicótico crónico. Se caracteriza por alucinaciones auditivas, episodios agudos de psicosis, ideas delirantes, falta de lógica al hablar, aplanamiento afectivo, síntomas que afectan al 1% de la población mundial.

Hurgar en sus orígenes ha centrado el interés científico por siglos. Carlos Orellana, subdirector del Hospital Psiquiátrico de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, enumera varias hipótesis alrededor de esta enfermedad: desde una sustancia tóxica que se dispersa en el cerebro, hasta un virus lento que se activa a largo plazo.

Entre todas las teorías, la de la dopamina tiene mayor fuerza. El exceso de este neurotransmisor cerebral impediría la alineación entre pensar, sentir y hacer. Por eso los fármacos antipsicóticos, que regulan la dopamina, disminuyen los efectos esquizofrénicos.

El Consorcio Internacional de Genómica Psiquiátrica, que agrupa a 80 instituciones, expuso en julio pasado un estudio que analiza las raíces genéticas de la enigmática enfermedad.

La revista científica Nature publicó las conclusiones de este experimento biomédico, uno de los más grandes de la historia. Examinó el ADN de 113 075 individuos (36 989 de ellos diagnosticados). Como resultado detectaron 108 áreas del genoma (83 de ellas desconocidas hasta ahora), que darían luces para comprender factores de riesgo genético para desarrollar el trastorno.

Específicamente, identificaron ‘Loci’ o áreas del genoma asociadas con la esquizofrenia, no genes en sí. Algunas de estas apuntan al cerebro, como DRD2 (el blanco de los fármacos antipsicóticos).

Pero quizá lo más novedoso está en aquellas áreas ligadas a la inmunidad, por ejemplo, los linfocitos B de inmunidad adquirida. El estudio abre la puerta a un posible enlace entre el sistema inmune y la esquizofrenia. “La identificación de las causas de la esquizofrenia es un paso fundamental hacia la mejora de los tratamientos y los resultados para las personas con el trastorno”, resaltan los investigadores en la publicación de Nature. Esto, particularmente, porque hace más de 60 años no se han diseñado nuevos fármacos antipsicóticos para tratar la enfermedad.

En el Hospital de Neurociencias de Guayaquil, el 50% de los usuarios acude por cuadros de esquizofrenia. No tiene cura, pero es tratable y mejora con medicamentos y efectivas técnicas de psicoterapia.

La psiquiatra María del Carmen García, jefa del Centro de Integración del hospital, enfatiza que el tratamiento es lo menos restrictivo posible para evitar el deterioro del paciente.

Las alucinaciones y delirios no son lo más grave, pues los fármacos disminuyen esos síntomas. Por el contrario, un 80% es víctima del deterioro cognitivo: se pierde la memoria, la atención, hasta habilidades básicas como vestirse, comer solo o saludar. A esto se suma la falta de apoyo familiar y social tiene un mayor impacto, tal como reporta la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En una de sus salas resalta una frase de José Martí: “Olvidar las ofensas es tener buena memoria”. El mensaje es, en parte, un aliento para los familiares de los pacientes, quienes acuden a clases diarias de psicoeducación. La psicóloga Norma Romero explica que aquí aprenden a conocer la enfermedad, a reconocer sus síntomas, la medicación y cómo facilitar la adaptación de la persona cuando vuelvan a casa.

El hospital registra unos 35 usuarios al mes(en su mayoría esquizofrénicos). El tiempo máximo de internación es de cuatro semanas.

Esta tarea de reeducación es casi como volver a la infancia. En su despacho, el terapeuta ocupacional Carlos Carreño almacena una serie de ejercicios que parecen sacados de un preescolar, hilos para tejidos, hasta una vajilla para enseñar normas de etiqueta.

Patricia pasó por una terapia similar, pero no volvió a casa. Antes los familiares se distanciaban de los pacientes y pasaban años allí. Para devolverles su vida, el Instituto tiene departamentos fuera del hospital donde son independientes.

Patricia parece una niña, sentada en el sillón de la casa que comparte con otras cinco mujeres. Se concentra en tejer una bufanda. Así, más las medicinas y su empleo -limpia consultorios en el hospital-, aplaca las voces en su mente.

Fernando vive en la residencia de varones, en el mismo edificio. Tiene esquizofrenia desde los 20 años; hoy tiene 34. “A veces oigo las voces, pero me dicen que no les diga nada”.

NO OLVIDE

Evaluar si una persona tiene síntomas por mínimo un mes Evaluar el nivel de desadaptación.

El uso de medicinas o de drogas puede incidir y alterar el estado normal de alguien.

Patologías cerebrales de un paciente pueden confundirse con la esquizofrenia.

Descartar que se trate de un trastorno del humor, que puede ser la depresión.

El autismo o cualquier otro trastorno del desarrollo debe descartarse con exámenes médicos.

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