Esmeraldas: Dos localidades preservan el manglar

Los pobladores extraen de forma sustentable los recursos de su manglar. Fotos: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

Los pobladores extraen de forma sustentable los recursos de su manglar. Fotos: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

Los pobladores extraen de forma sustentable los recursos de su manglar. Fotos: Marcel Bonilla / EL COMERCIO

Unas 20 embarcaciones de madera utilizadas para la pesca artesanal acoderan en el muelle de Santa Rosa, frente a una hilera de manglar.

La brisa marina que sopla en esta parte de la costa esmeraldeña lleva un suave olor a marisco, caracterizado por la actividad que realizan a diario los marineros de la zona.

Esa población, ubicada en el cantón Eloy Alfaro, norte de la provincia de Esmeraldas, es una de las 44 comunidades que habitan al interior de la Reserva Ecológica Manglares Cayapas-Mataje (Remacam). Esta se encuentra conformada por 51 hectáreas.

Las familias afrodescendientes que ahí viven están dedicadas a la pesca artesanal, extracción de conchas y el cuidado de 1 000 hectáreas de manglar, bajo un convenio que man­tienen junto con el Ministerio del Ambiente (MAE).

La Asociación 18 de Octubre, integrada por nativos de la zona, es la encargada de vigilar las hectáreas que están bajo su responsabilidad, para evitar que se tale la madera de mangle que ellos protegen.

Solo con el aval de la organización y del Ministerio del Ambiente, los habitantes pueden aprovechar el mangle ­maduro. Este material lo usan para reparar y construir las casas, así como las azoteas donde tienen sus redes de pesca.

El 80% de las viviendas de Santa Rosa, rodeada de agua de mar y de árboles gigantes de mangle, es de madera, y el 20% es de construcción mixta y hormigón.

Generalmente, las casas están construidas a un metro del suelo arenoso, debido a las inundaciones, y también los protegen cuando se producen marejadas altas o en aguajes. A pesar de todo, los habitantes dicen que se han acostumbrado a vivir de esa manera.

Esa es una de las razones para que las familias tengan las canoas más pequeñas amarradas juntos a sus casas, para evacuar en caso de una inundación mayor (como ha ocurrido en otras ocasiones).

Como parte de sus actividades, los pescadores utilizan ramas de mangle para construir tarimas y secar pescados como bagre, picudas, tascapalos y jurel. Este último es comercializado en una presentación en seco, en Borbón y San Lorenzo, a dos horas vía fluvial.

Las 150 mujeres afros de Santa Rosa, que se dedican a conchar, extraen un promedio de 150 conchas diarias. Los compradores acuden al mismo lugar, donde también acceden a productos de la pesca, que son comprados en el pequeño muelle de la localidad.

Los pescadores y extractores de concha son parte de la Unión de Cooperativas Pesqueras del Noroccidente de Esmeraldas (Ucoopane). Esta organización compra la producción pesquera para comercializarla a los mejores precios del mercado.

Cuando las mujeres dejan de conchar, ellas se dedican a vender pescado frito en los portales de sus casas, que están a unos 45 minutos de Limones, atravesando el manglar por ­rutas fluviales.

Después de las faenas de pesca, los hombres se ocupan de reparar sus redes en la parte posterior de sus casas. Otros, por su parte, subsanan sus embarcaciones al filo de la orilla.

Los más antiguos de la comunidad tienen por costumbre sentarse en la tarde junto a la cancha de fútbol. En este punto, hablan de sus antepasados y de la conservación de sus viejas tradiciones, como el arrullo a sus santos.

Ahí se conservan las costumbres del pueblo afro, como la adoración a la Virgen del Carmen y Santa Rosa de Lima. Esta última es la patrona de los pescadores.

La ancestralidad se siente con el sonar del bombo, que se escucha en medio de los ramales de mangle, y el canto de cantoras, que arrullan a sus intercesores en medio de romerías por las cuatro calles que forman parte del pueblo.

Graciela Mideros canta a la Virgen del Carmen desde hace 40 años. Aunque no todos los días son buenos, lo que extrae del manglar (concha, churos y cangrejos) es motivo suficiente para de agradecer con cánticos a su intercesora.

A solo 15 minutos de Santa Rosa está la comunidad de El Bajito, dedicada también a pescar, conchar y a la producción de coco, con sus 250 habitantes. “Nuestra vida es cuidar del manglar y vivir de lo que nos da”, señala Jorge Velásquez, habitante de El Bajito.

Argelio Ortiz, responsable de la administración de la reserva de manglar en Limones, explica que el ecosistema es la fuente de vida de estas poblaciones. Es por eso que lo ven como algo propio de su territorio y de sus vidas.

Ellos hacen uso de forma sustentable de la flora y fauna. De acuerdo con el plan de manejo de la reserva, existe un aprovechamiento ecológico, el cual es monitoreado por los técnicos del MAE.

“Solo sacamos la concha y el cangrejo grande para nuestro aprovechamiento”, comentó Xavier Arroyo, presidente de la comunidad de Santa Rosa. Una de las particularidades es que solo se pesca con redes y no con anzuelos. Para los pobladores, lo que importa es que los recursos que ahora poseen, también estén disponibles para las próximas generaciones.

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