Pablo Cuvi, en el comedor de su casa. Acaba de presentar un libro sobre Rodrigo Paz, y tiene dos a punto de terminar, igualmente en la onda de contar la historia reciente del país. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO
Antes de proponerle hacer esta entrevista, que Pablo Cuvi había escrito una película titulada ‘La gran escapada’ era un dato inédito para mí. De todas maneras, con o sin película, él era/es –concordamos entre quienes lo escogimos– la persona perfecta para hablar de escapes, escapadas, escapismos, porque este viajero incorregible y lector devoto y aventajado sabe de qué se trata todo esto, en varios sentidos.
Guareciéndonos de un aguacero feroz, preludio del feriado eterno que se avecinaba, y abrigados por una agua de cedrón, conversamos largamente en el comedor de su casa, tan lleno de arte, de detalles y de vida; tan bello como tan ajeno a este mundo.
De las formas de escapismo permitidas, ¿cuáles son tus favoritas?
El escapismo tiene mala prensa porque apunta a las personas que se escapan de la realidad, que la evaden. Pero todos evadimos de una u otra forma la realidad, todos escapamos de una u otra forma. La forma que agarré yo en la juventud fue la más evidente: irme. Escaparme.
Fuiste literal.
Sí, y no solo me escapé de una realidad que me quedaba pequeña, que era Quito… no, primero era Manta, cuando vine a estudiar a los 15 años y luego ya Quito, que era muy chiquito. Pero no solo te escapas de eso, en el buen sentido, sino también de un destino que tú veías ya armado: tenías que estudiar en la universidad, conseguir un empleo…
Casarte.
Casarte. ¿Me entiendes? Entonces esa época coincidió con la rebelión hippie.
Ya, viajar es una de tus formas preferidas de escapismo, ¿alguna otra?
Yo heredé la lectura de Stefan Zweig de mi mamá. Todavía lo leo; debo haber releído unas cinco veces ‘Fouché’, ese ensayo biográfico. Él (Zweig) decía que los libros son el territorio de los descontentos. Y yo fui y sigo siendo un gran lector. En una época prehistórica (en referencia a su juventud) tú lo que tenías era los libros, y el cine los fines de semana. Entonces abrías ‘Las mil y una noches’ y te ibas ahí.
Te volabas.
O ‘La guerra y la paz’ de (León) Tolstói. Además te estoy hablando de libros ¡tucos!
Tenías para escaparte un buen rato.
Sí, un par de meses.
De estas dos formas de escapar cuál prefieres: ¿leer o escribir?
Escribir ya no es escapar; escribir para mí es un camello. Escribir es ahondar en la realidad.
¿Y en algún momento fue una forma de escape?
No, nunca, escribir siempre fue un trabajo. Leer, sí. Vamos a los clichés y hay que citar a Borges: Que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los que he leído.
¿Todo escape lleva implícita la idea del viaje?
Sí, en la medida en que es trasladarte de lugar; por ejemplo, con las drogas. De hecho, se llama ‘trip’ al vuelo porque tú lo que haces es pasar de un estado de conciencia a otro estado de conciencia, ¿verdad? Y, según la potencia de la droga, puedes tener hasta viajes astrales. La palabra escapismo se empezó a usar en el siglo XIX y tenía que ver con la onda de los salones del opio, donde iban en la época victoriana la aristocracia, Oscar Wilde y este tipo de gente para volar, para irse, para expandir la conciencia. Otra forma de escapar de la realidad muy común y muy obvia es la locura.
Cierto.
Cuando tú empiezas a percibir de otra forma la realidad, por las razones que sea, porque está bajo el litio o porque no tienes resuelto un par de problemas de la infancia, es otra forma de vivir la realidad, estás cambiando…
¿De escenario?
Y de identidad. Esa es una de las claves. La vida es muy limitada y cada identidad es limitada. Yo recuerdo cuando tenía ganas de perderme por el norte de Inglaterra o de Noruega y ser otro, hablar otro idioma y que nadie me conozca.
El escape total.
Era una necesidad. Y escape también tiene una mala connotación, pero si tú le cambias a búsqueda ya estamos en la buena connotación. Estás evadiendo una realidad, pero estás investigando, buscando, en otra realidad. Estás buscando en otras identidades, ¿verdad?
¿Puedes encontrar una o un par de razones para defender a quienes escapan de la realidad?
Pues sería defender al género humano, porque todos escapamos de la realidad y todos intentamos escapar de algo más grave: nuestro pasado.
Y no se puede.
En la tragedia griega es el fatum, la fatalidad. No hay cómo. Pero todos nos inventamos una biografía. Le entrevistaba recién a Jaime Durán (Barba), que le gusta hablar de estas cosas, y me decía que no sé qué autor decía que hasta el 70% de lo que creemos que es nuestro pasado es un invento. Y todos vamos al cine, todos vemos telenovelas, todos chismeamos. El chisme, con un poquito de calumnia, ya es una forma de alterar la realidad. Necesitamos ante una realidad pobre, crear otra realidad. El escritor, escribe; el músico hace música; la señora se vuelve loca; el vecino se emborracha…
O algunos nos vamos de vacaciones.
O nos vamos al fútbol o, sí, de vacaciones. Ahora, fíjate que las tarjetas de crédito te venden las vacaciones diciendo: “¡Escápate de todo!”. Pero ese escape es sin riesgo. Te dicen que te escapas, pero vas seguro, porque vas con tu tarjeta de crédito. Y, para colmo, vas con el roaming en el celular y con los mails… entonces no te escapas a ningún lado. Te vas con todo.
¿De qué sirven estas escapadas breves y masivas en las que parecemos protagonistas de la vecindad del Chavo en Acapulco? En lugar de estar todos en Quito, estamos todos escapados a Same, Bahía…
Me acuerdo que en Alemania hicieron un estudio para ver cuánto sirven las vacaciones, sin poner la cuestión filosófica; entonces el estudio decía que recién, en buenas condiciones, a los 15 o 18 días está desestresándose el tipo, ¿me entiendes? Porque no es que se sube al avión y ya; no. Cuando recién en realidad está empezando a relajarse, a disfrutar, ya le toca volver, porque además los últimos días vuelve el estrés a millón, porque ya tiene pendiente esto y lo otro. Entonces necesitarías por lo menos unos dos meses para que realmente te haga algún efecto.
Y no regresar de Esmeraldas por la Alóag-Santo Domingo, en un viaje de 10 horas de la playa a Quito.
(risas) Pero hay otra cosa importantísima para seguir con la palabra escape. Cuando yo hacía el libro de las fiestas me metía a investigar textos medievales y asomaba por ahí un fraile equis que hablaba sobre el Carnaval, cuando el Carnaval era en serio. Entonces decía que la sociedad es como un barril de cerveza que está fermentándose y que se va llenando de gas y si de vez en cuando no le sacamos el tapón para que baje la presión va a estallar el barril. Entonces, hay que sacarle el tapón: vamos a dar los días de Carnaval, previos a la Semana Santa para que se liberen los deseos reprimidos, los odios, las pasiones. Esta idea es la misma que está detrás de las vacaciones, ¿cierto? Pero eso es para que tú regreses y te reintegres a tu barril de cerveza.
Al sistema.
Exactamente, estás ahí tranquilito hasta que vuelva a subir el gas.
¿Cuán efectivas son las vacaciones? No sé, porque la verdad es que yo no he sido de vacaciones, yo me voy de viaje.
Desde tu experiencia, ¿el escape, para que sea tal, solo puede ser individual?
Bueno… no. Pero yo quería mencionar otras dos cosas muy importantes: primero, vivimos tratando de escapar del tiempo, el tiempo es nuestro enemigo. Ese tiempo que nos envejece. Y el escape terrible, el desafío que van a tener los que creen en la vida eterna. ¿Tú te imaginas el horror que debe ser la vida eterna tal como la concebimos? Imagínate que estás reunido con tu familia cinco días en un cuarto, ¿qué es lo que quieres?
Irte.
Y lo más lejos. Quedarte solo, aunque sea viendo ‘La esclava Isaura’ o viendo la pared.
Claro, necesitas espacio para la soledad.
Dime tú, además, quién piensa lo que será aguantarse a uno mismo por el resto de la eternidad. La gente no tiene idea de lo que está deseando.
Hay que aprender a vivir con uno mismo antes de escaparse porque estemos donde estemos, estamos siempre dentro de nosotros mismos, ¿no?
Pero por supuesto. El problema gravísimo es que no sabemos quiénes somos.
¿Qué pasa cuando el escape, en el sentido de irse de un lugar, se vuelve un modus vivendi? Cuando, por ejemplo, vives viajando, como hacen hoy muchos millenials; treintañeros lanzados al mundo, a viajar. ¿Ese viajero incombustible escapa de algo?
Primero, les tengo envidia (risas). ¡Qué rico! Yo para llegar a Buenos Aires me demoraba como tres, cuatro meses; tenía que trabajar, tenía que sufrir, tenía que pasar hambre, frío. Y yo, honradamente, no podría hablar por ellos. Ya que la mayoría de mis fuentes son literarias, podría volver a lo que decía (Ernest) Hemingway: “Los millonarios no son como usted y yo, son gente distinta. Piensan de otra manera”.
Perfecto, no estás en la cabeza de estos millenials, pero viajaste mucho… ¿estabas escapando de algo?
Ni en la cabeza ni en la billetera. La cabeza no les envidio, les envidio la billetera. Y bueno, en parte estaba escapando de lo que decía el destino para una persona como yo, y vi la vida para adelante y dije: Esto no quiero. Y me volví a largar de mochilero ya de treinta años. Pero entonces el viaje era distinto, porque estabas arriesgando.
¿Te puedes hacer una vida escapando, yéndote de los lugares, sin establecer relaciones?
Hay gente que lo hace, pero no creo que sea algo deseable. Hay gente que vive viajando, que va a un lado, a otro, que tiene formas de ganarse la vida. Yo he conocido a varios de ellos, en distintas épocas, en distintas partes. Se vuelve un poco pobre la vida también.
¿En qué sentido?
En el sentido de que esto que ahora suena tan romántico y tan bonito, llega un rato en que se agota, te das cuenta de que te pasas la mayor parte del tiempo tratando de ver cómo llegar de un lado al otro, porque no tienes plata, y luego buscando dónde dormir sin pagar, quién te da posada, luego buscando dónde comer…
¿Formas de escape en las que preferirías no aventurarte nunca?
La locura o la droga como drogadicción.
¿Y formas de escape que aún no te has animado a intentar pero que quisieras probar?
La plena, poniéndome la mano en el pecho, si hubiera alguna forma de volver a ser joven: escapar del tiempo. Sin miedo del colesterol, del cáncer de pulmón, de la plata, de los bandidos, de los caudillos latinoamericanos.
¿Tienes una forma de escape recurrente?
Fíjate lo que te voy a decir: quedarme solo. Me gusta quedarme solo. O sea, me escapo de las fiestas (risas).
Pablo Cuvi
Nació en Quito en 1949. Empezó a estudiar Matemáticas puras en EE.UU., pero pronto se cambió a Sociología en la U. Central del Ecuador. Tras varias vueltas finalmente obtuvo su título de licenciado por esa universidad. Calcula que ha escrito una treintena de libros, sobre arte, política, gastronomía, viajes, crónica, etc. y la mitad de ellos ha sido en solitario.