Susana Freire: 'Hay que ser quiteño con cabeza y corazón'

Susana Freire comenzó hace 12 años a profundizar sus investigaciones sobre Quito; ha escrito nueve libros sobre diversos aspectos de la capital. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

Susana Freire comenzó hace 12 años a profundizar sus investigaciones sobre Quito; ha escrito nueve libros sobre diversos aspectos de la capital. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

Susana Freire comenzó hace 12 años a profundizar sus investigaciones sobre Quito; ha escrito nueve libros sobre diversos aspectos de la capital. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO

Susana Freire está enamorada de Quito. Cambió su profesión de abogada por la de quitóloga (ocupación en la que su amigo del alma Ulises Estrella fue pionero); aunque ella –modesta como es– prefiere decir que es estudiosa de la historia de Quito.

Por esa pasión que siente y porque ha pasado los últimos 12 años metida entre archivos para escribir sobre la ciudad de sus amores es la ­persona perfecta para hablar de la quiteñidad, esa idea que se recuerda, con festejos, cada 6 de diciembre.

Piense tres palabras que para Ud. identifican a Quito

Terruño, compromiso y desafío.

Terruño es obvio, pero ¿por qué compromiso?

Compromiso porque, por razones que son de público conocimiento (es hija del afamado librero y escritor Édgar Freire Rubio), desde muy niña me vi abocada a estudiar a Quito. Con siete u ocho años ya corregía los libros de mi ­padre; antes las pruebas se hacían manualmente.

¿Tenías que leerlas para encontrar gazapos?

Exactamente, con mi mamá y con mi papá corregíamos. Lo que nació como una obligación después se convirtió en una querencia. Y luego se volvió un compromiso de vida. Pero primero yo opté por el Derecho y tenía toda la intención de ejercer.

¿Qué pasó?

Me encontré con Ulises (Estrella), que era amigo de mi papá y me invitó al proyecto quitológico. Así fue como fui asumiendo esa responsabilidad de saber más sobre la ciudad.

¿Y por qué desafío?

El desafío es porque como investigadora me he propuesto siempre andar por el camino más difícil; detesto los atajos. Me he propuesto trabajar sobre el otro Quito.

¿Cuál?

La ciudad invisibilizada, que no consta en la historia oficial. Te pongo un caso, cuando investigaba sobre la llegada del ferrocarril a Quito y las pompas en Chimbacalle me encontré con un datito en EL COMERCIO que hablaba de una niña de 5 o 6 años que estaba entre la multitud y de repente se subió a esa tarima que pusieron en la estación y habló. Esos hechos me fascinan, porque hablan de esa otra ciudad. Siempre voy buscando ese tipo de notas en las que se ve el valor que puede tener que una niña hable del ferrocarril; o me fijo en las imágenes de esos chullas relegados que se ubicaban al filito para poder salir en la foto. O en esa gente que simula, hasta la fecha, tener un oficio y parece que va muy ocupada agarrada de su maletín vacío. Ese Quito, que es el más humano, es el que me interesa. Y es un desafío porque no siempre es entendida esa vertiente de la historia.

¿Qué es la quiteñidad? ¿Existe o es un invento de mentes chauvinistas?

Yo creo que es un término que está muy manoseado, muy tergiversado y que puede cubrir o encerrar una serie de tópicos o de maniqueísmos, que lejos de ayudar a la ciudad y a su historia más bien manipulan la verdad, los hechos y venden a la gente una ciudad de postal, impoluta, bellísima. Creo que, hoy por hoy, la quiteñidad no se entiende y menos aún se ejerce.

Pero, ¿qué sería si pudieras definirla?

Para mí la quiteñidad es un ejercicio consciente de ciudadanía, que debe tener dos pilares fundamentales: cabeza y corazón. ¿Por qué te digo esto? Si solo la ejerces con la cabeza puedes caer en un academicismo que invisibiliza a actores y hechos que también contri­buyen a la memoria colectiva. Y si lo haces solo con el corazón puedes caer en la sensiblería, en la cursilería…

En la demagogia.

Exacto. En dos o tres leyendas archiconocidas y mal contadas, en los tópicos.

Se puede ser quiteño sin ser de Quito, ¿no?

Quito desde siempre, y a principios del siglo XX más, ha sufrido una gran migración interna. Entonces es un crisol de la nacionalidad ecuatoriana. No hace falta que hayas nacido aquí para sentirte quiteño. De hecho, mucha gente de otras ciudades ha aportado enormemente a la historia de esta ciudad. Y, al contrario, puedes haber nacido aquí y no tener un ápice de interés por la ciudad. Por eso me da un poco de gracia eso del quiteño de pura cepa… es un estereotipo.

Todos venimos de algún lado o nuestros antepasados lo hicieron en algún momento.

Todos tenemos de inga y de mandinga. De nada te sirve sacar tu blasón, tu ancestro, si no has hecho nada por la ciudad.

¿Cuál de estos clichés te cae peor: Carita de Dios; romántico Quito mío; o la franciscana ciudad?

(risas) Yo creo que todos. La sociedad quiteña, y la ecuatoriana en general, es experta en encasillar. El momento en que encasillas no le permites a la ciudad crecer más. ¿Carita de Dios? Una vez un ebrio en el trolebús decía: “Yo no entiendo por qué a Quito le dicen carita de Dios. Quiere decir que Dios es muy feo”. Y me pareció muy interesante lo que dijo, yo concordé con el caballero.

Dan ganas de hacerlo.

Y franciscana, ¿por dónde? Si bien se llama San Francisco de Quito, franciscana nunca fue, porque ya desde la Colonia sabemos que en Quito soterradamente se hacían muchas cosas por fuera de lo que dictaba la moral. Y aquí siempre estamos viviendo esa doble moral, ¿no?

Pues sí.

Todos impolutos por afuera, pero por dentro cada quien lleva su drama. Y lo de romántico Quito mío, tal vez en algún momento pudo haberse aplicado, más con ese afán de la caballerosidad, pero tú sabes que las relaciones personales han cambiado mucho. Creo que hoy el romanticismo más bien ha dado paso a una violencia en las relaciones humanas.

¿En qué se nota más?

Bueno, yo soy muy usuaria del transporte público, y tú ves en las filas esas caras largas, ese estrés, esa ansiedad por llegar. Esa violencia que se muestra cuando alguien no hace la fila y todo el mundo le insulta, entramos todos a empujones, no respetamos el espacio del otro.

¿Podrías ahora identificar rasgos simpáticos de los quiteños?

Claro. Esa capacidad de reírnos hasta de los momentos más trágicos, que es también una capacidad de sobre­ponernos y salir adelante, a pesar de nuestras desgracias eco­nó­micas o de los gobiernos que hemos tenido.

¿Cómo aprendiste a ser quiteña?

Primero en mi hogar. Yo tenía un bisabuelo materno a quien nunca conocí pero que creó un periódico que se llamaba El Panecillo. Y mi mamá desde muy niña me mostraba esos periódicos amarillos y yo decía: ‘Algún día quiero escribir como este señor’. Después, con mi papá, como te contaba. Las mías eran unas lecturas no muy conscientes, pero sí muy apasionadas. A los 8 o 9 años leía a Fernando Jurado (historiador), a Manuel Espinosa (historiador), a Ulises Estrella (cineasta, escritor, quitólogo)… Pero creo que aprendí realmente a ser quiteña el día que tuve que escribir un primer artículo sobre la ciudad. Eso en la parte intelectual. En la parte emotiva, creo que mi amor a Quito nació en el portal de Santo Domingo.

¿Por qué?

Yo estudié en los Sagrados Corazones y salíamos por la puerta que daba justo a la plazoleta de la iglesia, donde yo esperaba a mi papá. Mientras él llegaba, me quedaba viendo ese trajín hermoso de las cajoneras, que ya no existe, o hacía barcos de papel y los ponía en la pileta. Así le fui queriendo a la ciudad, a mi modo.

¿Tus quiteños favoritos?

Bueno, mis ancestros, mis abuelos, mis padres, mis hermanos… Y adoro a Raúl Andrade (ensayista, periodista); quise y querré mucho a Ulises Estrella; quiero muchísimo a Marco Chiriboga (periodista radial). Y a toda esa generación del 20 (del s. XX) que, por ejemplo, hizo (la revista) Caricatura: Alberto Coloma, (Carlos) La Torre, Kanela (Carlos Andrade Moscoso), que despotricaron de la ciudad; esos son los que me fascinan. Y me falta mi adorada Marieta de Veintimilla.

¿Qué quiteñada crees que es reconocible en cualquier lugar del mundo?

Que alguien justifique su atraso por el tráfico.

Si no fueras de Quito, ¿de dónde te gustaría ser?

(risa nerviosa) ¡Qué grave! Me gustaría ser de Cuenca, porque me recuerda en muchas cosas a Quito. Obviamente, esa sería la segunda opción, la primera siempre sería Quito.

Susana Freire

Quito, 1977. Es doctora en Jurisprudencia por la Universidad Central del Ecuador, pero no ejerce la profesión. Hace 12 años empezó a estudiar varios aspectos de la historia de Quito, y es parte del proyecto Quitología, fundado por Ulises Estrella. Ha publicado 9 libros con temas relacionados con la ciudad; y tiene listo uno sobre el centenario de la Escuela Municipal Espejo.

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