Diego Falconí regresó al país para presentar ‘De las cenizas al texto. Literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX’, el libro con el que ganó el Premio Casa de Las Américas 2016. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
Disidir es algo que el catedrático ecuatoriano, radicado en España, Diego Falconí hace con frecuencia. Diside desde su trabajo en las aulas universitarias y, también, desde su quehacer como escritor, donde ha ganado el reconocimiento regional a través del Premio Casa de Las Américas. Su herramienta para esta empresa es el cuerpo. Sentado en una pequeña silla del bar de la Universidad Andina Simón Bolívar, donde también es docente, reflexiona sobre las posibilidades de la disidencia en el mundo actual.
La disidencia está muy vinculada al ámbito de lo público, ¿existe en el mundo de lo privado?
Una de las formas más importantes de la disidencia contemporánea es el cuerpo. Disentimos con el cuerpo y desde el cuerpo. Pensando en esta dicotomía entre público y privado hay que hablar de las mujeres que disienten de ese espacio tradicional donde son la madre del hogar. También hay disensos en los colectivos gais lesbianos y maricas cuando estos salen de sus casas y forman familias que no están reconocidas por la ley.
¿Contra qué hay que ser disidentes en la actualidad?
Creo que en el mundo se está formando una coalición en contra de todos esos valores y cuerpos tradicionales. De ese heteropatriarcado blanco, europeo y mestizo. Me parece que hoy es fundamental pensar la disidencia desde esos cuerpos que han estado en la periferia y que a finales del siglo XX y a principios del XXI se han despertado.
¿Contra quiénes hay que ser disidentes?
Contra todas las instituciones que de algún modo siguen perpetuando los valores ideológicos tradicionales como el capitalismo, el colonialismo y el heteropatriarcado.
¿Cuál es el valor que tiene la disidencia?
El valor que tiene la disidencia, por un lado, es el de pensar la posibilidad. Un filósofo decía que nadie sabe lo que puede un cuerpo. Darle esa potencialidad al ser humano me parece fundamental. Las normas existen para limitar el accionar de los seres humanos y eso es se entiende porque vivimos en sociedad. Sin embargo, el valor de la disidencia es el de entender las múltiples posibilidades del cuerpo, que van más allá de las normativas. La disidencia propone nuevas formas de ciudadanía.
¿Por qué ser disidente está mal visto desde el poder?
Hay que partir de la diferencia que hace la filósofa Hannah Arendt. Ella dice que durante mucho tiempo hemos confundido los términos de poder, fuerza y violencia. La fuerza es necesaria para que todo el tiempo nos movamos como seres humanos; el poder es la reunión de todos los seres humanos que con nuestra fuerza tratamos de crear vínculos; y la violencia es lo contrario al poder. Es la destrucción de los vínculos legítimos que tenemos los seres humanos. A menudo confundimos poder con violencia. Me parece que quien ejerce el poder de manera violenta es quien le teme a la disidencia.
¿Cómo influyen las disidencias en la formación de las identidades?
Son fundamentales porque las identidades son cambiantes, como los son los seres humanos y como los son los cuerpos. En este sentido las disidencias han permitido encontrar formas más amplias de ciudadanía y de humanidad. Cuando el feminismo se plantea el sujeto mujer sin más diferencias aparecen las lesbianas y dicen somos mujeres pero somos diferentes; y las mujeres afrodescendientes dicen somos mujeres pero somos diferentes; y al mismo tiempo aparecen las mujeres con discapacidad y pasa lo mismo. La disidencia tiene el poder de entender la complejidad de los seres humanos, por eso es buena para todas las identidades.
¿Qué se entiende como la sexodisidencia?
La disidencia sexual es aquella que se centra en el cuerpo pero también que trata de retar esos paradigmas tradicionales como la colonialidad. Entender la sexodisidencia, implica entender, casa adentro, los movimientos Glbti, que muchas veces se quedan como constructos identitarios higiénicos que se normalizan y se acoplan a la sociedad. Veo como en los últimos años, la identidad gay se ha vuelto, cada vez, más burguesa, más blanca, más vinculada a ciertas formas de normalización.
¿Por qué es complicado separarse de una doctrina, creencia o conducta común?
Todo tiene que ver con aquello que se conoce tradicionalmente como ideologías dominantes. Cuando les hablo a mis estudiantes de este tema utilizo la película ‘Matrix’, donde existe este mundo en el que parecería que nos estamos comiendo un sánduche pero en realidad son una serie de códigos que permiten creer que pareciese que estamos comiendo uno, cuando todos son normas que dan sentidos a la realidad. Hay que entender cómo esa serie de valores se impregnan en nuestro cuerpo y lo construyen. El problema de las ideologías es el poder que tienen de insertarse en el cuerpo. Eso que desde Foucault se conoce como la biopolítica.
¿Cuáles son todas esas conductas o creencias de las que más nos cuesta separarnos?
Creo que una increíble es tomar la heterosexualidad como algo lejano. En mi investigación descubrí cómo los estados del siglo XIX que se iban formando decían que la prostitución y la homosexualidad eran vicios que venían de Europa, a pesar de que hay unas crónicas de indias que relatan que aquí hubo indígenas sodomitas. Lo mismo pasó con las poblaciones nativas y la filosofía indigenista que fue creada por los mestizos y después por indígenas que negaban la existencia de la homosexualidad en las poblaciones originarias. Una muestra de esto fueron las tristísimas declaraciones de Evo Morales cuando dijo que las hormonas del pollo eran las que causaban la calvicie y la homosexualidad, como diciendo que en este territorio límpido de los Andes
no existe eso.
¿Cuáles son las disidencias más importantes que han aparecido desde el mundo andino?
La disidencia de los pueblos indígenas es inspiradora. Los levantamientos indígenas de los 90 me conmovieron profundamente. Esos acercamientos aguerridos, generosos, solidarios y pacíficos. Esa disidencia inspiro a mi generación. No se puede pensar el mundo andino sin esa respuesta a los 500 años de violenta colonización. Actualmente las disidencias del feminismo, de los grupos como Ni una menos o La Marcha de las Putas me inspiran, porque veo mucha creatividad. Van a ser emblemáticos para los jóvenes de esta generación.
¿Puede existir disidencia desde las redes sociales?
Me parece que sí. Incluso desde Facebook existen disidencias. De forma constante vemos como, sobre todo las fotografías sexodisidentes de los colegas activistas, son censuradas a cada momento. También está el movimiento de feminismo hacker que intenta desestabilizar estas plataformas. Son días interesantes para las disidencias. La escritura es parte de ese movimiento. La literatura casi siempre ha sido disidente.
¿Disidir es una forma de buscar la igualdad?
La disidencia plantea formas éticas de convivencia como puede ser la igualdad o la libertad, pero el verdadero valor de la disidencia es repensar, a cada momento, todos esos conceptos. Repensar que significa la igualdad o la libertad. Ahora existe este grupo de hombres, que cada vez se hace más fuerte, y que quiere de alguna forma tener la igualdad de tenencia con sus parejas, pero el problema llega cuando se plantea esa igualdad económica sin ponernos a pensar en las desigualdades estructurales que tiene la sociedad.
¿En este contexto, el consenso en una forma de sometimiento?
No necesariamente. Creo que el consenso violento, siguiendo a Arendt, es el que rompe lo que debería ser el poder, que es la potenciación de nuestra fuerza. Esa es la forma grotesca del consenso.