Desenfadado y provocador. Tierno y sensual. Irónico. Un huracán de sentidos. Todo esto fue Joaquín Sabina, quien movió el piso y aceleró el ritmo de miles de corazones solitarios y acompañados, la noche del pasado sábado en el coliseo Rumiñahui.
Poco antes de las 21:00, Sabina apareció vistiendo un frac oscuro y su camiseta negra en la que resaltaba un signo blanco de interrogación. No podía faltar su sombrero bombín negro y un pantalón gris. ¡Buenas noches Quito!, dijo, y la respuesta fue un vendaval de silbidos y gritos.
fakeFCKRemoveEn las dos pantallas gigantes se veía a un Sabina sonriente, de pelo y barba entrecanos, feliz en la madurez y sabiduría de sus 61 años. Saludó a sus seis músicos y cuando se acercó a Marita, la cantante de piernas torneadas, ella se persignó como si lo hiciera ante un dios de la noche.
Sabina sonrió y enseguida su voz ronca, gutural, hechizó a miles de eufóricos seguidores de todas las edades: adolescentes, veinteañeros, treintañeros, cuarentones e incluso abuelos, como José Martínez, un toleño de 80 años, que vino a cuidar a sus nietas, Soledad y María José. Ellas no dejaban de captar fotos de su ídolo con sus celulares. “Estos actos masivos me espantan, carajo, pero el hombre le canta bonito al amor, es un trovador”.
José y sus nietas, como cientos de fans, ocupaban las frías gradas de general, donde la fiesta empezaba a calentarse cuando Sabina cantó Viudita de Clicquot: “A los 15, los cuerdos de atar me cortaron las alas / a los 20 escapé por las malas del pie del altar/ a los 30 fui de armas tomar sin chaleco antibalas/ (‘)/ a los 40 y 10 naufragué en un plus ultra sin faro/ (‘) / con 60 qué importa la talla de mis Calvin Klein’”.
Abajo, en la zona exclusiva de sillas, la gente bailaba frente a Sabina y arriba, en las galerías, los besos se multiplicaban y las penas se evidenciaban en los rostros serios, reflexivos, de hombres y mujeres solos. Ernesto, de 18 años, (no ponga mi apellido sugirió) acababa de romper con su novia. “Yo vine porque Sabina me enseñó que los amores jodidos, difíciles, son inolvidables, solo te queda un beso, una noche, un perfume”.
A mi lado, dos jóvenes profesionales, Roque Albuja Ponce, abogado, y Diego Granja, médico, hablaban del embrujo de Sabina, quien a las 22:00 ya tenía al público en su chistera de mago.
“Es un artista espectacular, derrocha carisma, domina el escenario, canta lo que es la vida con sus luces y sus sombras”, dijo Diego. Él tiene 32 años y conoció a Sabina a los 16. “Es raro -continuó- encontrar a un artista que te haga reír de la vida con un sarcasmo tan realista”.
A Roque, Sabina le enseñó a aprovechar más el día a día y a valorar el amor. Por eso le encanta Contigo: “(‘) Y morirme contigo si te matas / y matarme contigo si te mueres / porque el amor cuando no muere mata / porque amores que matan nunca mueren”.
En el escenario multicolor, Sabina matizaba sus poemas con vivencias. Evocó que Chavela Vargas, esa vieja linda, cumplió 91 años y “es tan borracha y mujeriega como yo”. O que para escribir hay que estar en los bordes, no en la felicidad doméstica. Por eso, se fue de copas con un poeta amigo, Benjamín Prado, quien lloraba a su novia ausente y Sabina sollozaba porque su novia no le dejaba’ Terminaron componiendo canciones en Praga, a la que canta en Cristales de Bohemia: “¡Ay! Praga, Praga’ Praga / donde el amor naufraga / en un acordeón…”.
Los versos fluían como los besos. “Que se divorcie de ti el desamparo” o “Nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer”.
El clímax llegó cuando Marita cantó, con una voz clara y dulce. Y sin embargo te quiero: “Te quiero más que a mi vida / más que el aire que respiro’” . “¡Ay, mamacita!”, dijo Sabina, y el público gozó, como Antonio y Renata. La pareja, entre beso y beso, confesó que Sabina refrescó su amor.
Casi al final, con su canción Vinagre y rosas (que da nombre a su más reciente álbum y a la gira que lo trajo a Quito), una breve historia de un circo derruido, el público brincó. En su cabeza revoloteaban las mariposas que nunca aprenden a volar, que los amores difíciles son los mejores, porque nunca se olvidan.
José y sus nietas, Diego y Roque, Ernesto, Antonio y Renata se perdieron bajo la noche de luna.
Temas clásicos y otros recientes armaron el show
Desde atrás del escenario, la voz de Sabina empezó a escucharse con El blues del alambique, uno de los cortes del disco ‘Vinagre y rosas’. El tema marcó el inicio de un recorrido por varias etapas del cantautor español.
Siguiendo al acordeón en manos de Josemi Sagaste, ingresaron los músicos y tomaron posición sobre el escenario. Allí estaban Jaime Asúa y Pedro Barceló, la guapa Mara Barros y los legendarios Pacho Varona y Antonio García de Diego. A ellos se sumó la voz de Joaquín Sabina, cantando Tiramisú de Limón. El primer set concluyó con Viudita de Clicquot.
La noche se abrió a temas de otros años, con un Sabina emocionado, que recitaba poesías, conversaba con el público y cantaba Medias negras, Aves de paso, Peor para el sol, Llueve sobre mojado…
El resto de la banda también hizo lo suyo. Pancho Varona puso en su voz Conductores Suicidas y Antonio García de Diego, Amor se llama el juego; Jaime Asúa lo hizo con El caso de la rubia platino y Mara Barros con Como un dolor de muelas, tema que Sabina compuso a dos manos con el subcomandante Marcos.
El Bulevar de los sueños rotos, Cristales de Bohemia, Sin embargo, Una canción para la Magdalena, Peces de ciudad, Quién me ha robado el mes de abril fueron otras canciones que Sabina interpretó antes de decir que lo mejor de los sombreros es poder quitárselos, como lo hizo ante el público que coreaba sus letras.
Luego llegó el turno de Calle melancolía, 19 días y 500 noches, Princesa, Noches de boda… Sabina salió dos veces más y regaló más letras sus cómplices: Vinagre y rosas, Contigo, Pastillas para no soñar, Y nos dieron las 10…